miércoles, agosto 31, 2005

En el pasillo, Gersen ordenó al paje que les condujera a los aposentos de Sion Trumble con la máxima urgencia. El paje les guió hasta el vestíbulo circular, cruzaron otro más y llegaron hasta una gran puerta blanca.
-¡Abrid! -ordenó Gersen-. Debemos ver a Sion Trumble cuanto antes.
-No, mi señor. El Senescal ha ordenado que no se autorice la entrada a nadie.
Gersen disparó el proyector contra la cerradura. Hubo una llamarada de fuego y humo. Los guardias protestaron en voz alta.
-¡Si deseáis proteger a Vadrus, retroceded y vigilad el vestíbulo!
Los guardias titubearon, convencidos a medias. Gersen abrió la puerta de un empujón y entró con Alusz Iphigenia.
Permanecieron de pie en el recibidor; estatuas de mármol blanco clavaron en ellos sus ojos ciegos. Gersen avanzó con cuidado por un vestíbulo, cruzó una arcada, se detuvo frente a una puerta cerrada y escuchó. Forcejeó con el pomo; al otro lado se oyó el rumor de movimientos. Gersen usó de nuevo el proyector y cargó contra la puerta.
Sion Trumble, medio desnudo, daba vueltas sin rumbo, la mirada extraviada. Abrió la boca y balbució algunas palabras incomprensibles.
-¡Lleva las ropas de Paderbush! -exclamó Alusz Iphigenia.
Era cierto: el vestido verde y azul de Sion Trumble colgaba de una percha. Se estaba quitando las vestiduras manchadas de Paderbush. Intentó sacar la espada; Gersen le agarró la muñeca y le obligó a soltarla. Sion Trumble se tambaleó hasta un estante en el que descansaba una daba; Gersen la destruyó de un disparo.
Sion Trumble se dio la vuelta lentamente y se abalanzó sobre Gersen como una fiera salvaje. Gersen estalló en carcajadas, se encogió y hundió el codo en el estómago de Sion Trumble, asió la rodilla que se levantaba y le arrojó por los aires. Mientras el príncipe chillaba y se debatía, Gersen le cogió por el rubio pelo rizado y estiró con fuerza. El pelo rubio se desprendió, la cara entera se desprendió; Gersen sostenía en el aire una especie de saco cálido y elástico, con una nariz que pendía de lado y una boca que colgaba floja y lacia. El hombre caído en el suelo no tenía cara. El cuero cabelludo y los músculos faciales aparecían en rojo y rosa a través de una película de tejido transparente. Unos ojos sin párpados destellaban bajo la frente desnuda y sobre el hueco negro donde debería estar la nariz. La boca sin labios dibujó una mueca blanca poblada de dientes.
-¿Quién... qué es esto? -preguntó con voz estrangulada Alusz Iphigenia.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"

martes, agosto 30, 2005

-Vuelve -dijo Gersen-. Llévale este mensaje a Sion Trumble, dile que mañana partiré. Si es necesario iré en la fortaleza hasta el norte de Skar Sakau para encontrar mi nave. Infórmale también de que la princesa Alusz Iphigenia me acompañará. Pregúntale ahora si nos recibirá.
-¿De veras quieres llevarme contigo? -preguntó Alusz Iphigenia.
-Si no te importa volver al Oikumene.
-Pero ¿y Kokor Hekkus? Pensé...
-Un detalle sin importancia.
-No hablas en serio -dijo la princesa tristemente.
-Sí. ¿Vendrás conmigo?
-Sí -aceptó tras una vacilación-. ¿Por qué no? Tu vida es real. Mi vida, todo Thamber, no son reales: mitos animados, escenas arcaicas de un diorama. Me consumen. -Miró a Paderbush-. ¿Qué harás con él? ¿Lo pondrás en libertad o se lo dejarás a Sion Trumble?
-No. Vendrá con nosotros.
-¿Con... nosotros? -preguntó asombrada Alusz Iphigenia.
-Sí. Sólo por poco tiempo.
Paderbush se puso en pie y estiró los brazos.
-Esta conversación me aburre. Nunca iré con usted.
-¿No? Sólo hasta Aglabat, para reunirnos con Kokor Hekkus.
-Iré a Aglabat solo... y ahora.
Se lanzó fuera de la habitación, corrió por el jardín, trepó de un salto al muro y desapareció.
Alusz Iphigenia se precipitó hacia la ventana que daba al jardín, y luego se volvió hacia Gersen.
-¡Llama a la guardia! No puede llegar muy lejos, estos jardines forman parte del patio interior. ¡Rápido!
Gersen parecía no tener prisa. Alusz Iphigenia le zarandó por los brazos.
-¿Quieres que escape?
-No -respondió Gersen con repentina energía-. No debe escapar. Informaremos a Sion Trumble, que dará las órdenes oportunas para capturarle. Vamos.

Jack Vance "La máquina de matar"

lunes, agosto 29, 2005

Gersen y Paderbush se sentaron frente a frente.
-Dime -preguntó Gersen-, ¿conoces a un hombre llamado Seuman Otwal?
-He oído mencionar su nombre.
-Es uno de los esbirros de Kokor Hekkus. Ambos tenéis ciertas características en común.
-Es posible que eso sea cierto... tal vez a causa de nuestra relación con Kokor Hekkus... ¿Cuáles son estas peculiaridades?
-La forma de inclinar la cabeza, ciertas gesticulaciones... lo que yo llamaría un aura psíquica. Algo muy extraño.
Paderbush asintió con solemnidad, pero no dijo nada más. Pocos minutos después llamó a la puerta Alusz Iphigenia, que fue invitada a entrar. Su mirada vagó sorpendida de Gersen a Paderbush.
-¿Por qué está ese hombre aquí?
-Considera injusta la soledad de la mazmorra, teniendo en cuenta el hecho de que sus crímenes apenas pueden calcularse en una docena o así.
-Soy Paderbush, Caballero Aspirante del Castillo de Pader; nadie de mi linaje ha rehusado arrebatar una o dos vidas, aun a riesgo de la suya.
-Carrai ya no es tan alegre como antes -dijo Alusz Iphigenia a Gersen-. Algo ha cambiado, algo se ha perdido... quizá dentro de mí. Quiero volver a Draszane, a mi hogar.
-Creí que se estaba preparando una gran fiesta en vuestro honor.
-Tal vez se hayan olvidado. Sion Trumble está enfadado conmigo... o ya no es tan galante como en el pasado. Quizá está celoso.
-¿Celoso? ¿Por qué debería estarlo?
-Después de todo, tú y yo pasamos mucho tiempo solos, el suficiente para levantar sospechas... y celos.
-Ridículo.
-¿Soy tan poco atractiva? ¿Es absurda la mera sugerencia de tal relación?
-De ninguna manera. Todo lo contrario. Pero no podemos permitir que Sion Trumble persevere en su error.
Pidió una hoja de papel para solicitar audiencia a Sion Trumble.
El paje regresó en seguida con la noticia de que Sion Trumble no deseaba ver a nadie.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, agosto 28, 2005


killing machine Posted by Picasa
Transcurrió la mañana. A veces, Paderbush parecía dormitar en la silla, en otras daba la impresión de encontrarse alerta, a punto de atacar a Gersen. Tras uno de estos períodos de tensión, Gersen dijo:
-Será mejor que te calmes. En primer lugar, como sabes, tengo un arma -Gersen agitó el proyector en su mano-, y en segundo, aun desarmado, no podrías hacer nada contra mí.
-¿Está seguro? -preguntó Paderbush con calculada insolencia-. Somos de la misma talla. Hagamos una prueba y veremos quién es el más fuerte.
-Gracias, en otra ocasión. ¿Para qué molestarnos? En seguida iremos a comer; relajémonos.
-Como quiera.
Alguien llamó a la puerta. Gersen se levantó y aplicó el oído a la misma.
-¿Quién es?
-El Senescal Uther Caymon. Abra la puerta, por favor.
Gersen obedeció y Caymon entró.
-La princesa desea verle de inmediato en sus aposentos. Ha escuchado la opinión del barón Erl Castiglianu y solicita que el prisionero sea puesto en libertad; es su deseo que no se le den pretextos a Kokor Hekkus para iniciar las hostilidades.
-A su debido tiempo reununciaré a todo control sobre este hombre, pero ahora ha condescendido a aceptar la hospitalidad de Sion Trumble durante unas dos semanas.
-Es muy generoso de su parte -observó el Senescal con frialdad-, dado que el Gran Príncipe ha sido tan descuidado de no ofrecerle dicha hospitalidad. ¿Quiere acompañarme a la cámara del príncipe Sion Trumble?
-Será un placer. ¿Qué hago con mi invitado? No me atrevo a dejarle solo, pero tampoco me apetece ir todo el día cogido de su brazo.
-Devuélvalo a la mazmorra -dijo el Senescal de mal humor-. Ésa es la hospitalidad que se merece.
-Al Gran Príncipe no le complacería esta opinión. Acaba de pedirme que libere a este hombre.
-Eso parece.
-Ruéguele que acepte mis excusas y que se digne venir aquí.
El Senescal gruñó, levantó las manos en un gesto de impotencia, dedicó una mirada llena de malos augurios a Paderbush y abandonó la habitación.

Jack Vance "La máquina de matar"

sábado, agosto 27, 2005

Paderbush se cruzó de brazos y miró fijamente a Gersen.
-¿Por qué me retienen aquí?
-Sospecho que tu vida está en peligro. Mi intención es protegerte.
-Sé cuidar de mí mismo.
-A pesar de esto, siéntate en esa silla, por favor. -Gersen le apuntó con el proyector-. Me recuerdas un animal salvaje a punto de saltar sobre su presa, y eso me pone nervioso.
-No le he causado el menor daño -comentó Paderbush mientras se sentaba-, pero usted me ha humillado, me ha arrojado a una mazmorra y ahora me quiere confundir con indirectas e insinuaciones. Se lo aseguro, Kokor Hekku no es un hombre que pase por alto las ofensas ocasionadas a sus empleados. Le sugiero que evite a su anfitrión muchos problemas y me deje regresar a Aglabat.
-¿Conoce bien a Kokor Hekkus? -preguntó Gersen en tono distendido.
-Desde luego. Es como un águila Khasferug. Sus ojos brillan de inteligencia. Su cólera y su alegría son como fuego, abrasan cuanto encuentran a su paso. Su imaginación carece de límites, como el cielo; todo el mundo se pregunta qué pensamientos cruzan su mente y de dónde provienen.
-Muy interesante. Estoy ansioso de conocerle... lo que sucederá muy pronto.
-¿Tiene una cita con Kokor Hekkus? -preguntó con incredulidad Paderbush.
-Tú y yo volveremos en la fortaleza a Aglabat -asintió Gersen-, después de descansar una o dos semanas en Carrai.
-Preferiría marcharme ahora mismo.
-Imposible. Quiero llegar de incógnito. Me gustaría sorprender a Kokor Hekkus.
-Está usted loco -se burló Paderbush-. Por no decir otra cosa. ¿Cómo piensa sorprender a Kokor Hekkus? Conoce mejor sus movimientos que usted mismo.

Jack Vance "La máquina de matar"

viernes, agosto 26, 2005

-Bien, por lo que parece me he equivocado. -Gersen se dirigió al Senescal-. Abrid la puerta.
-¿Tenéis intención de dejar en libertad a este hombre?
-No del todo. Pero no es necesario que siga confinado en una mazmorra.
El Senescal abrió la puerta de la celda.
-Sal fuera -ordenó Gersen-. Parece que se ha cometido una injusticia.
Paderbush obedeció. No esperaba una decisión semejante y reaccionó con cautela.
Gersen le cogió por la muñeca de una forma que impedía toda posibilidad de escape.
-Ven conmigo; baja la escalera.
-¿Adónde pretende llevar a ese hombre? -preguntó con petulancia el Senescal.
-El príncipe Sion Trumble y yo tomamos conjuntamente la decisión. Gracias por vuestra cooperación -dijo Gersen al barón Erl Castiglianu-. Me habéis sido de mucha ayuda.
-Es posible que este hombre sea un criminal; tal vez intente engañaros.
-Estoy preparado para cualquier eventualidad -afirmó Gersen desenfundando el proyector.
El barón se inclinó y se marchó al instante, aliviado de verse libre de toda responsabilidad. Gersen condujo a Paderbush a sus aposentos, cerrando la puerta en las mismas narices del Senescal.
Gersen se acomodó en una silla sin dar muestras de inquietud. Paderbush permaneció de pie en el centro de la habitación.
-¿Cuáles son sus planes respecto a mí? -preguntó por fin.
-Aún no lo he decidido. Es posible que seas el hombre que dices ser, en cuyo caso lo único objetable sería los servicios prestados a Kokor Hekkus. En cualquier caso no se te mantendrá encarcelado por crímenes hipotéticos. Estás sucio; ¿te apetece un baño?
-No.
-¿Prefieres el sudor y la mugre? ¿Te gustaría cambiarte de ropa?
-No.
Gersen se encogió de hombros.
-Como quieras.

Jack Vance "La máquina de matar"

jueves, agosto 25, 2005

Se acostó y durmió bien. La luz que se filtraba por los visillos le despertó. Se bañó, se vistió con las ropas más discretas que encontró y tomó un desayuno consistente en fruta, pastas y té. Las nubes que provenían del oeste descargaron su lluvia sobre el jardín; Gersen contempló las gotas, que salpicaban la piscina, y consideró las distintas facetas de la situación. Siempre volvía a la misma idea: era imprescindible probar la identidad de Paderbush.
Entró un paje y anunció la presencia del barón Erl Castiglianu. Era un hombre flaco, de mediana edad y semblante adusto, con las mejillas surcadas por grandes cicatrices.
-El príncipe Sion Trumble me ha ordenado que ponga a vuestra disposición mis conocimientos específicos. Me sentiré halagado de hacerlo.
-¿Os han informado de mis deseos?
-No de una forma clara.
-Quiero que estudiéis con extrema atención a un hombre y me digáis si es o no Kokor Hekkus.
-¿Y luego?
-¿Lo haréis?
-Tenedlo por seguro. Contemplad estas cicatrices: son el resultado de las órdenes de Kokor Hekkus. Colgué durante tres días de una barra que atravesaba mis mejillas; el odio me ayudó a sobrevivir.
-Vayamos, pues, a examinar a ese hombre.
-¿Está aquí?
-Se halla encerrado en los subterráneos.
El paje vino acompañado del Senescal, que abrió las puertas de madera y de metal. Los tres bajaron a los subterráneos. Paderbush les observaba desde su celda, las manos sujetando las rejas y las piernas separadas.
-Éste es el hombre -indicó Gersen.
El barón avanzó y miró a Paderbush atentamente.
-¿Bien? -preguntó Gersen.
-No -dijo el barón al cabo de un momento-. No es Kokor Hekkus. Al menos... no, estoy seguro... Aunque los ojos me miran con malsana curiosidad... No, no le conozco. Nunca le vi en Aglabat, ni en otro sitio.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, agosto 24, 2005

-Hay otro aspecto de la cuestión. -Gersen dudó al imaginar otra sorprendente posibilidad que hasta el momento no se le había ocurrido-. Cuando robé la fortaleza de Kokor Hekkus, hice un prisionero del que sospeché que podía ser el propio Kokor Hekkus. La princesa Iphigenia no está de acuerdo, pero yo no estoy seguro. No parece probable que Kokor Hekkus soporte de buen grado el primer fracaso de su nuevo juguete... Y hay algo en este prisionero que me recuerda a otro hombre, que también podría ser Kokor Hekkus.
-Resolveremos su incertidumbre. El barón Erl Castiglianu, en tiempos aliado de Kokor Hekkus y ahora su mayor enemigo, está en palacio. Si alguien conoce a Kokor Hekkus, ése es el barón Castiglianu, y mañana haremos la prueba.
-Estaré encantado de oír su opinión.
-Ésta es la única ayuda que le puedo ofrecer. Jamás arrastraré a mi país a la guerra o a las penurias sin una buena causa. En tanto Kokor Hekkus permanezca en Aglabat no le provocaré.
Hizo una señal indicando que la audiencia había terminado. Gersen se levantó y salió de la salita. El Senescal, que esperaba en la antecámara, le escoltó a sus apartamentos. Gersen fue al jardín, oteó el cielo y encontró el racimo en forma de cimitarra: "el Barco de Dios". Pensó en lo que tenía que hacer y se horrorizó. Pero... ¿y si no, qué? ¿Por qué había venido a Thamber?

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, agosto 23, 2005

Algo más tarde un paje se aproximó a Gersen y susurró en su oído:
-Mi señor, el príncipe desea hablar con vos cuando lo creáis conveniente.
Gersen se puso en pie y dejó que el paje le condujera al vestíbulo circular. Allí tomaron un pasillo y llegaron a un saloncito con paneles de madera verde. Sion Trumble estaba sentado. Lucía un vestido de seda holgado. Indicó a Gersen una silla y le acercó una bandeja con botellas y vasos.
-Acomódese. Viene usted de un mundo lejano; le ruego que olvide nuestro incomprensible protocolo. Hablaremos de hombre a hombre, con absoluta sinceridad. Dígame... ¿por qué está aquí?
Gersen no encontró motivos para ocultar la verdad.
-He venido para matar a Kokor Hekkus.
Sion Trumble enarcó las cejas.
-¿Sólo? ¿Cómo piensa derrumbar sus murallas? ¿Cómo derrotará a los Guerreros Pardos?
-No lo sé.
Sion Trumble contempló el fuego que crepitaba en el hogar.
-De momento hay una tregua entre Misk y Vadrus. Se habría podido declarar la guerra cuando la princesa Iphigenia me eligió, pero ahora da la impresión de que no se quedará con ninguno. -Fruncio el entrecejo-. No caeré en ninguna provocación.
-¿Puede proporcionarme alguna clase de ayuda?
Gersen pensó que al menos sabría a qué atenerse.
-Es posible. ¿Qué asunto le enfrenta a Kokor Hekkus?
-Cinco hombres destruyeron mi hogar, mataron a mi familia, convirtieron en esclavos a mis amigos. Espero hacerles pagar por ello. Malagate está muerto. Kokor Hekkus será el siguiente.
-Ha emprendido lo que parece una tarea formidable. ¿Qué quiere de mí?
-En primer lugar, que me ayude a volver a mi nave, que dejé al norte de Skar Sakau.
-Haré cuánto esté en mi mano. Al norte de Skar hay algunos principados que me son hostiles, y los tadousko-oi son implacables.

Jack Vance "La máquina de matar"

lunes, agosto 22, 2005

Un heraldo entró en la sala, seguido por pajes que portaban grandes clarines. El heraldo vociferó:
-¡Sion Trumble, Gran Príncipe de Vadrus, hace su entrada en palacio!
La sala quedó en silencio. Serenos pasos metálicos se oyeron a lo lejos. Los pajes levantaron los clarines y emitieron una fanfarria. Sion Trumble entró en la sala, la armadura abollada, el casco mellado y manchado de sangre. Al quitarse el casco descubrió una masa de rizos rubios, una barba también rubia bien cortada, una hermosa nariz recta y los ojos más azules del mundo. Alzó el brazo para saludar a sus súbditos, se encaminó hacia Alusz Iphigenia y le besó la mano.
-Mi princesa... por fin has vuelto.
La princesa rió. Sion Trumble la miró sorprendido.
-La verdad es que este caballero no me dejó otra elección.
Sion Trumble examinó a Gersen. Nunca llegarían a ser amigos, pensó Gersen. Noble, galante, gentil, pero por otra parte, carente de humor, riguroso consigo mismo y obstinado.
-He sido informado de su presencia -dijo Sion Trumble a Gersen-. Reparé el espantoso mecanismo que robaron. Tenemos mucho de que hablar. Pero ahora excúseme, por favor. Voy a desembarazarme de mi armadura.
Salió de la sala y el murmullo de las conversaciones creció de nuevo.
Alusz Iphigenia se quedó pensativa. Una hora más tarde, los invitados se trasladaron al salón del banquete. Sion Trumble estaba sentado en una mesa alta, vestido con un manto blanco y escarlata, y flanqueado por los nobles del reino. En un nivel inferior se situaban otros personajes por estricto orden de preferencia. Gersen se hallaba cerca de la puerta de acceso, y advirtió que Alusz Iphigenia, a pesar de su situación como prometida de Sion Trumble, ocupaba el séptimo lugar en una hilera de damas, seguramente de categoría más elevada.
El banquete fue largo y espléndido; los vinos eran fuertes. Gersen comió y bebió con moderación, respondió a las preguntas con cortesía y trató de pasar desapercibido, a pesar de que era evidente que todos los ojos se clavaban en él.
Sion Trumble comió poco y bebió menos. En mitad del convite se levantó, adujo fatiga y se despidió de los comensales.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, agosto 21, 2005

-Es una perspectiva muy poco prometedora -suspiró Alusz Iphigenia-. De regreso a Skar Sakau... Los abismos, los riscos y todo eso. Luego Aglabat. ¿Cómo te abrirás paso entre las murallas? Y si te capturan... -Hizo una mueca de desagrado-. La primera vez que oí hablar de las criptas de Aglabat no pude dormir durante meses; tenía miedo de dormir, de las criptas de Aglabat.
Un criado de librea verde pálido pasó con una bandeja. Alusz Iphigenia cogió dos vasos y le dio uno a Gersen.
-Y si te capturasen o matasen... ¿cómo podría marcharme de Thamber, si quisiera hacerlo?
-Me aterraría pensar en estas posibilidades. El pánico me robaría eficacia, y sería más fácil capturarme o matarme. Si te casas con Sion Trumble, es posible que tengas los mismos problemas.
Alusz Iphigenia encogió sus esbeltos hombros desnudos. Llevaba el vestido blanco de volantes típico de la ciudad.
-Es apuesto, gentil, justo, galante... tal vez demasiado bueno para mí. Me sorprendo pensando y deseando cosas desconocidas. -Paseó la mirada por la sala, escuchó el murmullo de las conversaciones y volvió su atención a Gersen-. Me cuesta explicarlo... pero en un período en el que hombres y mujeres viajan por el espacio casi instantáneamente, en el que cientos de mundos se coaligan para formar el Oikumene, en que todo parece posible para la razón humana, este remoto y pequeño planeta, con sus extremos de vicio y virtud, es impensable.
Gersen, que conocía los mundos del Oikumene y los de Más Allá con mucha más profundidad que Alusz Iphigenia, no compartía sus sentimientos.
-Depende de la opinión que tengas sobre la humanidad: su pasado, su presente, y lo que esperes del futuro. La mayoría de habitantes del Oikumene coincidirían contigo. El Instituto probablemente preferiría que Thamber hubiera influido en la vida cotidiana del Oikumene.
-No sé nada del Instituto. ¿Son malvados, o criminales?
-No. Son filósofos.
Alusz Iphigenia suspiró como ausente y se adelantó para coger su mano.
-Hay tantas cosas que ignoro...

Jack Vance "La máquina de matar"

sábado, agosto 20, 2005

El Senescal condujo a Gersen al salón en el que había coincidido con el barón, que disfrutaba ahora de la compañía de Alusz Iphigenia. Había otras damas y caballeros de palacio presentes. Alusz Iphigenia miró a Gersen con cierta sorpresa.
-Siempre le conocí como un hombre del espacio. Ahora beo que también puede ser un caballero de Vadrus.
-No he cambiado, si exceptuamos la elegancia del traje. Pero tú... usted...
No encontró palabras para expresar lo que quería decir.
-Me han asegurado que Sion Trumble no tardará en llegar -interrumpió Alusz Iphigenia rápidamente-. Estará con nosotros en el banquete de esta noche.
Gersen se sintió desfallecer. La tentación de negarse a sí mismo era muy fuerte, pero a pesar de sus ropajes no dejaba de ser Kirth Gersen, el superviviente de la masacre de Monte Agradable, condenado de por vida a seguir oscuros caminos.
-¿Es eso lo que te hace feliz... la proximidad de tu prometido? -preguntó en tono ligero.
-Ni siquiera es eso, como sabes bien. Soy feliz porque... ¡pero no! No soy feliz. ¡Estoy a disgusto conmigo misma! -Agitó las manos en el aire-. ¡Mira! ¡Todo esto es mío, si quisiera! ¡Lo mejor de Thamber! Pero... ¿de veras lo quiero? Y aún está Kokor Hekkus, que es impredecible. Y sin embargo no pienso en él... ¿Será que prefiero una vida azarosa... que ya he visto suficiente en los mundos allende Thamber como para sentir su llamada?
Gersen no sabía qué decir. La joven suspiró, le miró por el rabillo del ojo.
-Pero no tengo elección. Aquí estoy y aquí me quedaré. La semana que viene volveré a Draszane... y tú te habrás ido... Te irás, ¿verdad?
-Adónde y cómo me vaya depende de que pueda volver a la nave espacial.
-¿Y luego?
-Y luego... continuaré lo que vine a hacer.

Jack Vance "La máquina de matar"

viernes, agosto 19, 2005

-Llévame a los subterráneos donde está detenido mi prisionero -ordenó Gersen a un lacayo.
-Un momento, señor Caballero, informaré al Senescal; sólo él guarda las llaves de los subterráneos.
El Senescal hizo aparición en el acto, reflexionó sobre la petición de Gersen y luego, casi a regañadientes, acompañó a Gersen hasta una gran puerta de madera labrada y la abrió, para encontrarse con una segunda puerta, esta vez de hierro, que abrió tras descender unos escalones de piedra. Desembocaron en una zona pavimentada con losas de granito e iluminada por aberturas que permitían el paso de los rayos del sol. A un lado se alineaban las celdas, protegidas por barrotes de hierro, pero solamente una estaba ocupada.
-Ahí está su prisionero -indicó el Senescal-. Si desea matarle, tenga la gentileza de utilizar la cámara adyacente, donde hallará el equipo necesario.
-Mis intenciones son muy diferentes. Sólo quería asegurarme de que no sufría ningún daño.
-Esto no es Aglabat; aquí no suceden esas cosas.
Gersen miró entre los barrotes. Paderbush, recostado en una silla, le miró con una expresión de burla desdeñosa. La celda estaba seca y aireada. Sobre la mesa se veían los restos de una comida sustanciosa.
-¿Está satisfecho? -preguntó el Senescal.
-No creo que una semana o dos de meditación le hagan mucho daño -asintió Gersen-. Prohíba otras visitas que no sean las mías.
-Como desee.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, agosto 17, 2005

Salió del apartamento y vagó por el palacio. Halló por todas partes muebles, alfombras y colgantes de exquisita artesanía: objetos de muy variados estilos provenientes de todas las regiones de Thamber.
En un salón se encontró con el barón Thobalt, que le saludó con fría cortesía. Después de intercambiar unas palabras convencionales, Thobalt le interrogó sobre el espacio exterior, del que, según su criterio, venía Gersen.
Éste lo admitió. Describió el Oikumene, sus diversos mundos y su organización, Más Allá y su caos, el planeta Tierra, cuna de la raza humana. Habló de Thamber, de cómo se había convertido en una leyenda, a lo que el barón replicó que los restos de la humanidad eran también un mito para la gente de Thamber.
-¿No es cierto que piensa volver a su lugar de origen? -preguntó con un rastro de melancolía.
-A su debido tiempo -respondió Gersen con cautela.
-¿Y entonces explicará que Thamber no es, después de todo, un mito?
-No me he parado a pensarlo. ¿Cuál es el sentimiento general? Quizá prefieran el aislamiento.
-Por fortuna no me corresponde a mí tomar esta decisión. Hasta hoy, sólo un individuo se había jactado de visitar los mundos de las estrellas, y era Kokor Hekkus... pero en todas partes se le acusa de ser un roehuesos... un hombre sin alma en el que no se puede confiar.
-¿Conoce a Kokor Hekkus?
-Le he visto desde el campo de batalla.
Gersen no se atrevió a preguntar si el barón había notado algún parecido con el hombre llamado Paderbush. Al pensar en el prisionero de las mazmorras sintió un leve remordimiento: si no era Kokor Hekkus, su único pecado habría sido participar en una ofensiva contra los tadousko-oi.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, agosto 14, 2005


...desconecto todos los cables y conexiones, inutilizando el mecanismo Posted by Picasa
-Pero voy a aprovechar su ofrecimiento. Quiero que Paderbush sea encerrado bajo vigilancia hasta que decida lo que haré con él.
-Nos alojaremos en el Palacio Estatal; en los subterráneos hay mazmorras idóneas.
Habló con el teniente de los guardias, que se encargaron del infortunado Paderbush.
Al regresar a la fortaleza, Gersen desconectó varios cables y conexiones, inutilizando el mecanismo. Entretanto llegó un coche, un alto y adornado vehículo sobre ruedas doradas. Gersen acompañó a Alusz Iphigenia y al barón Thobalt en el compartimento delantero; se sentó sobre suave terciopelo rojo y pieles blancas, con cierto sentimiento de culpabilidad a causa de sus sucias vestimentas.
El coche recorrió el bulevar; hombres ataviados con gran riqueza y altos sombreros picudos, así como mujeres con vestidos blancos de volantes se volvieron a su paso.
Delante se alzaba el Palacio Estatal de Sion Trumble. Era un edificio cuadrado situado en la parte posterior de un gran jardín. Como los otros palacios de Carrai, era de un diseño muy vistoso y, al mismo tiempo, agradablemente sencillo: seis altas torres ceñidas por escaleras de caracol, una cúpula de pentágonos de cristal soportada por una franja circular de bronce, terrazas con balaustradas en forma de ninfa. La carroza se detuvo frente a una rampa de mármol; al pie aguardaba un hombre entrado en años, extremadamente alto y delgado, que vestía ropas negras y grises. Portaba una maza terminada en un elipsoide esmeralda, al parecer la insignia de su cargo. Recibió a Alusz Iphigenia con las mayores muestras de respeto. El barón Thobalt se lo presentó a Gersen:
-Uther Caymon, Senescal del Palacio Estatal.
El Senescal se inclinó, al tiempo que observaba con ojo crítico la manchada indumentaria de Gersen, y luego agitó la maza. Varios lacayos hicieron acto de presencia y escoltaron a Alusz Iphigenia y a Gersen hasta el palacio. Cruzaban un gran salón acristalado. El suelo estaba cubierto por una alfombra tejida en lavanda, rosa y verde pálido. Se separaron en un vestíbulo circular por pasillos distintos. Gersen fue conducido a una suite de varias habitaciones, que se abría sobre un jardín amurallado con árboles en flor alrededor de una fuente. Después de las penurias del viaje, tanto lujo le parecía irreal.
Gersen se bañó en una piscina de agua caliente. Un barbero vino para afeitarle. Un valet sacó del ropero vestidos limpios: pantalones amplios de color verde oscuro sujetos al tobillo, una camisa azul oscuro bordada de blanco, zapatillas de cuero verde con las punteras caprichosamente dobladas y la gorra puntiaguda inclinada a un lado, que parecía ser una parte esencial de la moda masculina.
Habían dispuesto una mesa en el jardín con fruta, pasteles y vino. Gersen comió, bebió y se preguntó, asombrado, cómo podía Sion Trumble dedicarse a guerrear con los corsarios rodeado de tales maravillas.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, agosto 10, 2005

La fortaleza bajó deslizándose de las montañas, cruzó una región de huertos y viñedos, y después una vega bien regada con agua en la que abundaban las granjas y los pueblos. Luego llegó a un promontorio desde el que se dominaba Carrai... una ciudad muy diferente de Aglabat. En lugar de severas murallas de piedra oscura se abrían anchas avenidas, columnatas de mármol, villas rodeadas de árboles, palacios en el centro de elegantes jardines, que no tenían nada que envidiar a los de la Tierra. En caso de haber casuchas o tugurios, debían de estar muy alejados de las arterias principales.
Un gran arco de mármol sostenía un globo de cristal de roca y las puertas de la ciudad. Un pelotón de guardias uniformados de verde púrpura esperaba en posición de firmes. Al aproximarse la fortaleza, un teniente gritó unas órdenes; los guardias avanzaron al frente, pálidos pero decididos, enderezaron sus picas y aguardaron la muerte.
Gersen frenó la fortaleza a cuatrocientos metros de la puerta, abrió la escotilla y saltó a tierra. Los soldados titubearon atónitos. Alusz Iphigenia se adelantó; el teniente dio señales de reconocerla a pesar de su lamentable aspecto.
-¿Sois la princesa Iphigenia de Draszane, surgida del buche de un dnazd?
-La bestia es pura apariencia. Es un juguete mecánico de Kokor Hekkus que le hemos robado. ¿Dónde está lord Sion Trumble? ¿Se halla en la ciudad?
-No, princesa, se encuentra en el norte, pero su primer ministro acaba de llegar de Carrai y no está muy lejos. Le haré llamar.
Un noble de alta estatura y barba blanca, vestido de terciopelo negro púpura, apareció al instante. Avanzó con expresión de gravedad y saludó respetuosamente. Alusz Iphigenia le acogió con alivio, como si por fin hubiera alguien en quien poder confiar. Se lo presentó a Gersen, "el barón Endel Thobalt", y luego preguntó por Sion Trumble. El barón respondió en un tono no exento de ironía: Sion Trumble había partido para atacar a los grodnedsa, corsarios del Mar Promeneo del Norte. No se esperaba que su ausencia fuera muy prolongada. Entretanto, la princesa podía considerarse como en su casa, pues ése era el deseo de Sion Trumble.
Alusz Iphigenia se volvió hacia Gersen; la alegría brillaba en su cara.
-No sé cómo pagarle los servicios que me ha prestado, ni tampoco lo intentaré... al fin y al cabo, imagino que no los considera como tales. Le ofrezco, sin embargo, la hospitalidad de que dispongo; pida cuanto desee.
Gersen replicó que había sido un placer servirla; cualquier deuda que ella hubiera contraído estaba más que pagada por el solo hecho de guiarle hasta Thamber.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, agosto 09, 2005

El sol se hundió en el crepúsculo que invadía el campo. Gersen detuvo la fortaleza al borde de un solitario riachuelo. Cenaron las raciones detinadas a la dotación, y luego confinaron a Paderbush en el pañol de popa.
Gersen y Alusz Iphigenia salieron afuera y contemplaron el vuelo de las luciérnagas. Sobre sus cabezas se desplegaban las constelaciones de Thamber: copiosas al sur, diseminadas al norte, donde comenzaba el espacio intergaláctico. Una criatura nocturna elevó su canto en el bosque adyacente. El aire suave transportaba un frondoso aroma a vegetación. A Gersen no se le ocurría nada que decir. Suspiró y tomó la mano de la joven, que no hizo ningún esfuerzo para soltarla.
Estuvieron sentados durante horas con la espalda apoyada en la fortaleza. La lúgubre campana de algún pueblo cercano marcaba el paso del tiempo. Por fin, Gersen extendió su capa y durmieron sobre la suave hierba.
Al amanecer prosiguieron su viaje hacia el oeste. El terreno experimentó una transformación: el paisaje de colinas boscosas y valles dio paso a montañas cubiertas de árboles altos, parecidos a coníferas. Las casas, más primitivas, disminuyeron en número, desaparecieron las mansiones, y sólo los castillos se cernían sobre el valle y el río. En una ocasión, la silenciosa y veloz fortaleza se topó con un grupo de hombres armados que gesticulabn y se movían, completamente borrachos, en mitad del camino. Vestían con andrajos y llevaban arcos y flechas.
-Bandidos -dijo Alusz Iphigenia-. La escoria de Misk y Vadrus.
Dos torreones de piedra flanqueaban la frontera; la fortaleza los rebasó. Al instante, unos clarines atronaron el aire.
Una hora más tarde la fortaleza se detuvo en un lugar desde el que se dominaba la panorámica de una campiña ondulada.
-Ahí está Vadrus -señaló Alusz Iphigenia-. ¿Ves esa mancha blanca al otro lado del bosque? Es la ciudad de Carrai. Gentilly está más al oeste, pero en Carrai me conocen bien. Sion Trumble ha ofrecido con frecuencia su hospitalidad a mi familia, pues en Gentilly soy una princesa.
-Y ahora serás su prometida.
Alusz Iphigenia fijó la vista al frent, hacia Carrai, con tristeza y amargura, como si recordara algo doloroso.
-No. Ya no soy una niña. No todo es tan fácil. Antes hubo Sion Trumble... y Kokor Hekkus. Sion Trumble es un guerrero, y debe de ser tan brutal en la lucha como en otras cosas. Pero para la gente de Vadrus trata de hacer justicia. Kokor Hekkus, por descontado, es la encarnación de la maldad. Habría elegido sin duda a Sion Trumble. Ahora no quiero a ninguno. Ya he tenido bastantes emociones. De hecho, temo que he aprendido muchas cosas desde que me fui de Thamber, y que he perdido mi juventud.

Jack Vance "La máquina de matar"

viernes, agosto 05, 2005

-¿Adónde vas? -preguntó Alusz Iphigenia al cabo de un momento.
-A la nave espacial, naturalmente.
-¿A través de Skar Sakau?
-A través, o dando un rodeo.
-Debes de estar loco.
-No nos costará nada con la fortaleza.
-No conoces los caminos. Son difíciles, y a veces conducen a trampas. Los tadousko-oi nos arrojarán pedruzcos. Las simas están infestadas de dnazds. Aunque los evites, hay abismos, precipicios, riscos. No tenemos comida.
-Todo lo que dices es verdad. Pero...
-Tuerce al oeste, hacia Carrai. Sion Trumble te recibirá con grandes honores y te guiará hacia el norte para evitar Skar.
Gersen, incapaz de refutar su argumentación, dio la vuelta a la fortaleza con cierta torpeza y descendió al valle.
Penetraron en un ondulado y agradable territorio. Skar Sakau menguaba y se difuminaba en la neblina azul. La fortaleza continuó su camino hacia el oeste durante toda la cálida tarde veraniega. Pasó ante pequeñas granjas y alquerías, con establos y casitas de piedra coronadas por techos altos, y atravesó algunos pueblos alejados entre sí. Al ver la fortaleza los habitantes se quedaban petrificados de terror, los ojos vidriosos. Eran gentes de aspecto vulgar, piel blanca y cabello oscuro. Las mujeres vestían faldas voluminosas y corpiños ajustados; los hombres iban ataviados con pantalones anchos largos hasta la rodilla, camisas chillonas y chaquetas bordadas. De vez en cuando podían ver alguna mansión en el interior de un parque, y a veces, sobre lo alto de un risco, se dibujaba el contorno de un castillo. La mayor parte de estas mansiones y castillos parecían estar en ruinas.
-Fantasmas -explicó Alusz Iphigenia-. Éste es un país muy antiguo, muy embrujado.
Gersen miró de reojo a Franz Paderbush y vio en su rostro una tranquila sonrisa, similar a la que había detectado en ocasiones en Seuman Otwal... aunque no tuviera ni los rasgos ni la piel de Seuman Otwal.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, agosto 02, 2005

Gersen estudió las facciones del hombre. Parecían auténticas, sin las sutiles demarcaciones o cambios de textura que indicaran que eran falsas. No portaba una máscara. Pero los ojos, ¿eran los ojos de Seuman Otwal? Existía una semejanza indefinida, una sensación de cínica astucia. Gersen siguió callado. Echó un vistazo al resto de la dotación, luego volvió a iniciar el interrogatorio del primer hombre.
-¿Cómo te llamas?
-Franz Paderbush -dijo con una voz suave, casi obsequiosa.
-¿Dónde naciste?
-Soy Caballero Aspirante de Castle Pader, al este de Misk... ¿No me conoce?
-Aún no estoy seguro.
-Basta con que vaya a Castle Pader -dijo el cautivo en tono ligero, impropio del momento- y el Caballero Mayor, mi padre, lo confirmará doce veces seguidas.
-Tal vez sea cierto. Sin embargo, te pareces a Billy Windle, de Skouse, y también a un tal Seuman Otwal, que me encontré por última vez en Krokinole. Vosotros, poneos en pie y empezad a andar.
-¿A dónde? -preguntó uno.
-Donde queráis.
-Sin armas los salvajes nos matarán -gruñó otro.
-Buscad un foso y ocultaos hasta el anochecer.
Los diez se marcharon desconsoladamente. Gersen volvió a registrar a Paderbush, pero no encontró más armas.
-Ahora, Caballero Aspirante, en pie y a la fortaleza.
Paderbush obedeció con una alegre buena voluntad que inquietó a Gersen. Amarró al Caballero Aspirante a un banco, cerró la escotilla y se dirigió a los ya familiares controles.
-¿Sabes hacer funcionar este horror? -preguntó Alusz Iphigenia.
-Yo ayudé a construirla.
Ella le miró como aturdida, luego desvió la vista hacia Franz Paderbush, que la obsequió con una sonrisa estúpida.
Gersen maniobró los controles. Las patas respondieron, y la fortaleza avanzó hacia el norte.

Jack Vance "La máquina de matar"