miércoles, junio 28, 2006

El jardín terminaba en un bosquecillo de árboles autóctonos, de un tipo que Gersen no había visto antes: ejemplares altos y escuálidos de pulposas hojas negras que segregaban una savia mohosa y desagradable. Temiendo que fuera venenosa, Gersen retuvo el aliento y le alegró llegar a un terreno despejado sin otra sensación que náuseas. En dirección al océano se veían huertos y tierras de labor; al oeste destacaba una docena de largos cobertizos. ¿Graneros? ¿Almacenes? ¿Dormitorios? Gersen caminó hacia el oeste amparado en las sombras de los árboles, y al poco rato alcanzó una carretera que comunicaba los cobertizos con las montañas.
No había a la vista ningún ser viviente. Los cobertizos parecían deshabitados. Gersen decidió que no valía la pena explorarlos; no podían ser el cuartel general de Viole Falushe.
Una parte de la carretera estaba obstaculizada por matas espinosas. Gersen escudriñó la ruta que serpenteaba adelante. Sería mejor viajar a través de los eriales; existirían menos probabilidades de ser descubierto. Se agachó y corrió hacia las montañas. El sol de la tarde brillaba con toda su fuerza. Un enjambre de pequeños ácaros rojos hormigueaba en las matas, emitiendo un zumbido impaciente cuando se les molestaba. Al dar la vuelta a un montículo (tal vez una colmena o una especie de madriguera), Gersen se topó con una hinchada criatura similar a una serpiente, con un rostro extraordinariamente parecido al de un ser humano. La criatura contempló a Gersen con una expresión de cómica alarma, luego se irguió y desplegó una trompa con la que intentó disparar un fluido. Gersen se batió en rápida retirada y, a partir de entonces, caminó con más precauciones.
El sendero se desviaba al oeste del jardín. Gersen cruzó otra vez y se refugió bajo un grupo de plantas amarillas. Examinó la montaña y trazó una ruta que le condujera a la cumbre. Por desgracia, sería bien visible a la vista de cualquiera que escalara... No había otra solución. Echó una última ojeada en torno suyo y, al no divisar ningún peligro, se puso en marcha.
La ladera era empinada, en ocasiones cortada a pico. Gersen progresaba a paso lento. Bajo sus pies se extendían el Palacio del Amor y el jardín. Le dolía el pecho y tenía la garganta seca, como si le hubieran anestesiado... ¿Influencia del nocivo bosque de hojas negras? Subió a mayor altura; el panorama se ensanchaba cada vez más.
Hubo un momento en que el camino se hizo menos difícil, y Gersen torció hacia el este, donde suponía que Viole Falushe ocultaba su cuartel general. Un movimiento. Se detuvo en seco. Por el rabillo del ojo había visto... ¿qué? No estaba seguro. Un destello de abajo y a la derecha. Escrutó la pared de la montaña y entonces vio algo que de otra forma le habría pasado inadvertido... Una profunda grieta o fisura con un puente entre dos aberturas abovedadas, todo ello camuflado por un muro de piedra.

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, junio 26, 2006

De alguna manera, el episodio de los druidas había roto el hechizo. Los invitados se miraban mutuamente con la convicción de que el final de su visita se acercaba y pronto se irían del Palacio del Amor.
Gersen contemplaba sin cesar las montañas. La paciencia era una gran virtud, pero nunca estaría tan cerca de Viole Falushe.
Repasó algunas de las pistas que había reunido. Era razonable suponer que la sala del banquete comunicaba con los aposentos de Viole Falushe. Gersen examinó el portal al pie de la escalera. La superficie era lisa por completo. La ladera de la montaña no podía escalarse.
Hacia el este, donde los peñascos sobresalían del agua, Viole Falushe había dispuesto una barrera de espinos. Un muro de piedra obstruía la ruta del oeste. Gersen inspeccionó la parte sur. Si emprendía un largo viaje, rodeando la periferia del jardín, tal vez podría ascender por las montañas hasta ganar la zona superior... Ésta era la clase de actividad inútil que Gersen detestaba. Se movería al azar, sin un plan concreto. Debían de existir métodos mejores, pero no lograba imaginar ninguno. Muy bien, pues... actividad. Fijó la posición del sol; quedaban seis horas de luz. Tenía que ir muy lejos y confiar en su suerte. Si caía prisionero, era Henry Lucas, periodista, en busca de información: una declaración enérgica, a menos que Viole Falushe se empeñara en utilizar algún detector de mentiras... Gersen se estremeció y la sensación le abrumó. Las últimas experiencias le habían convertido en un ser débil, falto de confianza, excesivamente cauteloso. Se reprochó su cobardía, después recobró los ánimos, se puso en marcha y caminó hacia el sur, alejándose de las montañas.

Jack Vance "El palacio del amor"

viernes, junio 23, 2006

Los druidas solían desayunar en el refectorio del pueblo más cercano. La mañana posterior a la consagración atravesaron los prados y entraron en el local. Tras ellos venían Hule y Billika. Los druidas se sentaron en sus lugares habituales, y lo mismo hicieron los jóvenes.
Wust fue la primera en darse cuenta. Levantó un dedo tembloroso. Laidig gritó. Pruitt dió un salto, se giró y salió corriendo del refectorio. Dakaw se desplomó como un saco. Skebou Diffiani, sentado con la mayor rigidez, no podía contener su asombro. Hule y Billika ignoraban la consternación que habían provocado.
Laidig, sollozando y respirando con dificultad, se tambaleó hacia el exterior, seguida de Wust. Diffiani era el menos alterado.
-¿Cómo salisteis? -preguntó a Hule.
-Por un túnel. Wible hizo un túnel para que escapáramos.
En ese momento apareció el propio Wible.
-Los criados están para servirnos, de modo que los utilicé. Mandé que cavaran un túnel.
Diffiani asintió con la cabeza. Se levantó, tiró de la capucha, la examinó y la arrojó a un rincón.
Dakaw se puso en pie con un rugido. Golpeó a Hule hasta hacerle caer al suelo; luego propinó un tremendo puñetazo a Wible, que lo esquivó y lanzó una carcajada.
-Vuelve a tu árbol, Dakaw. Cava otro agujero y entiérrate.
Dakaw abandonó la posada.
Descubrieron por fin a Wust y Laidig, escondidas tras una enramada. Pruitt había huido hacia el sur, más allá de los recintos del jardín, y no se le volvió a ver.

Jack Vance "El palacio del amor"

martes, junio 20, 2006

Se escuchaba muy poca música en las dependencias del palacio; la tranquilidad del jardín era tan cristalina y transparente como una gota de rocío. Pero a la mañana siguiente, las gentes vestidas de blanco sacaron instrumentos de cuerda y tocaron durante una hora tristes melodías. Un repentino chubasco obligó a todos a guarecerse en una rotonda cercana, donde se quedaron parloteando como pájaros y observando el cielo. Gersen, contemplando sus rostros, pensó cuán frágil y tenue era la relación entre ellos y los invitados. ¿Conocían algo más que la frivolidad y el amor? Y había la pregunta apuntada por Navarth: ¿qué ocurriría cuando se hicieran mayores? Muy pocos en este jardín habían dejado atrás la adolescencia.
Salió el sol. El jardín recobró su luminosidad. Gersen, empujado por la curiosidad, fue al claro de los druidas. En uno de los habitáculos vislumbró el pálido rostro de Billika. Wust apareció en el umbral de la puerta y le miró fijamente.
Pasó la larga tarde. Un presagio flotaba en el aire, una intranquilidad que parecía afectar a todo el mundo. Llegó el crepúsculo; el sol se incendió entre una gran masa de nubes; un tapiz dorado, naranja y rojo cubrió el cielo. Cuando la luz declinó, la gente del jardín se dirigió al claro de los druidas. A cada lado del roble se habían encendido hogueras, atendidas por la druida Laidig y la druida Wust.
El druida Pruitt surgió de su habitáculo. Caminó hacia el altar y empezó la plegaria. Su voz era fuerte y resonante; hacía frecuentes pausas, como si escuchara el eco de sus palabras.
-Se lo estoy diciendo a todos los del grupo -susurró Lerand Wible al oído de Gersen-. Pase lo que pase, no se inmiscuya. ¿De acuerdo?
-Por supuesto que no.
-Me lo temía. En ese caso...
Wible murmuró unas pocas palabras; Gersen gruñó. Wible se aproximó a Navarth, que portaba un bastón. Después de las palabras de Wible lo tiró.
-...en cada mundo un Árbol sagrado. ¿Cómo puede suceder? A causa de la inspiración divina, de la concentración de la Vida. ¡Oh, hermanos druidas, que compartís la vida de la Primera Semilla, poned de manifiesto vuestro temor, vuestra más intensa dedicación! ¡Venid, druidas, venid hacia el Árbol!
De un habitáculo salió tambaleándose Hule, del otro Billika. Confundidos, los ojos abotargados como si estuvieran aturdidos o drogados, vacilaron y por fin repararon en las hogueras. Se acercaron fascinados, paso a paso. Un pesado silencio cayó sobre el claro. Caminaron hacia el árbol, miraron las hogueras, y luego bajaron el agujero abierto bajo el árbol.
-¡Fijaos! -gritó Pruitt-. Se introducen en la vida del Árbol, oh, benditos niños, que se convierte así en el Alma del Mundo. ¡Gloriosos niños, afortunados ambos! Permaneced por los siglos de los siglos bajo el sol, bajo la lluvia, de día, de noche. ¡Ayudadnos a alcanzar la Verdad!
Los druidas Dakaw, Pruitt y Diffiani empezaron a rellenar el hueco con tierra. Trabajaban con entusiasmo. En media hora el agujero estaba lleno. Los druidas caminaron alrededor del árbol y cada uno cogió un tizón de la hoguera. Cada uno pronunció una invocación y la ceremonia terminó con un cántico.

Jack Vance "El palacio del amor"

viernes, junio 16, 2006

Habían llegado al claro de los druidas. Dakaw y Pruitt trabajaban como de costumbre bajo el gran roble, donde habían excavado una cámara lo bastante alta como para que cupiera un hombre de pie.
Navarth se acercó y miró fijamente los dos rostros sudorosos y cubiertos de polvo.
-¿Qué hacen ahí abajo, una madriguera para druidas? ¿No les gusta el paisaje de la superficie, que tienen que buscar nuevas perspectivas bajo tierra?
-Es usted muy gracioso -dijo Pruitt con frialdad-. Apártese de aquí; está pisando suelo sagrado.
-¿Cómo está tan seguro? Parece tierra ordinaria.
Ni Pruitt ni Dakaw contestaron.
-¿Qué clase de travesura preparan? -aulló Navarth-. No me parece un pasatiempo normal. ¡Hablen!
-Lárguese, viejo poeta -dijo Pruitt-. Su aliento corrompe y entristece al Árbol.
Navarth retrocedió unos pasos y contempló la excavación desde corta distancia.
-No me gustan los agujeros en la tierra -le dijo a Gersen-. Son desagradables. Observe a Wible. ¡Tiene todo el aspecto de estar inspeccionando los trabajos! -Navarth señaló la entrada del claro, donde Wible estaba de pie, las piernas separadas, las manos ocultas tras la espalda, silbando entre dientes. Navarth fue a su encuentro-. ¿Le gusta lo que hacen los druidas?
-En absoluto -dijo Lerand Wible-. Cavan una tumba.
-Es lo que yo sospechaba. ¿Para quién?
-No estoy seguro. Quizá para usted... o para mí.
-Dudo que me deje entrar. A lo mejor es usted más dócil.
-Dudo que entierren a nadie -dijo Wible silbando entre dientes de nuevo.
-¿De veras? ¿Cómo puede estar tan seguro?
-Venga a la consagración y lo verá.
-¿Cuándo será?
-Mañana por la noche, según me han informado.

Jack Vance "El palacio del amor"

miércoles, junio 14, 2006


en el palacio Posted by Picasa
Navarth estaba obsesionado. Vagaba por el jardín, abatido, insatisfecho, mirando a derecha e izquierda. La belleza del jardín le era indiferente. Llegó hasta el extremo de despreciar las creaciones de Viole Falushe:
-Aquí no hay innovaciones; los placeres son triviales. No hay optimismo, no hay intuiciones asombrosas, no hay apertura mental. Todo es grosero o sensiblero... la gratificación del estómago y de las glándulas.
-Es posible -admitió Gersen-. Los placeres de este lugar son simples y vulgares. Pero ¿qué hay de malo en ello?
-Nada. Sólo que no es poesía.
-Todo es muy bello. De creer a Viole Falushe, ha evitado lo macabro, los espectáculos sádicos y permite a sus criados un cierto grado de integridad.
-Es usted un inocente -gruñó Navarth-. Los placeres más exóticos se los reserva para él solo. ¿Quién sabe lo que ocurre al otro lado de las paredes? Es un hombre que no se detiene ante nada. ¿Integridad en esa gente? ¡Ridículo! Son juguetes, muñecos, marionetas. No hay duda de que muchos son aquellos niños robados en Kouhila..., los que no fueron vendidos al Mahrab. Y cuando pierdan la juventud, ¿qué será de ellos? ¿Adónde irán?
-No lo sé.
Gersen sacudió la cabeza.
-¿Y dónde está Jheral Tinzy? -prosiguió Navarth-. ¿Dónde está la chica? ¿Qué hará con ella? La tiene a su merced.
-Lo sé.
-Lo sabe -se mofó Navarth-, pero sólo después de que se lo recordara. No sólo es inocente, sino también inútil y estúpido... no menos que yo. Ella confiaba en que usted le protegería, ¿y qué ha hecho? Emborracharse e ir de putas como los otros; un esfuerzo considerable, sin duda.
Gersen pensó que el arranque de cólera de Navarth era exagerado, pero replicó con suavidad.
-Si se me ocurriera algún plan factible, lo llevaría a cabo.
-¿Y entretanto?
-Entretanto acumulo conocimientos.
-¿Qué clase de conocimientos?
-Creo que ninguna de las personas que hay aquí conocen a Viole Falushe de vista. Su reducto parece estar emplazado en las montañas; yo diría que no está en el valle. No me atrevo a cruzar la pared de piedra del oeste ni la barrera de espinos del este; lo más probable es que me apresaran y, periodista o no, me trataran con dureza. Como no tengo armas, he de resignarme. Debo ser paciente. Si no hablo con él en el Palacio del Amor, encontraré la oportunidad en otra parte.
-Todo por su revista, ¿eh?
-¿Por qué no?

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, junio 12, 2006

Los druidas trabajaban con gran perseverancia, y construyeron un templo con piedras y ramas. Uno de ellos se ponía ante la puerta y gritaba:
-¿Así que debéis morir y permanecer muertos? El camino hacia el Eterno exige fundirse con una Vitalidad más perdurable que la vuestra. La fuente de todo es la Tríada Mag-Rag-Dag... Aire, Tierra y Agua. ¡Ésta es la Sagrada Inmanencia, que se combina para crear el Árbol de la Vida! ¡El Árbol de la sabiduría, la vida, la energía! Contemplad las cosas más ínfimas: insectos, flores, peces, hombres. Mirad cómo crecen, florecen y mueren, mientras el Árbol perdura en su plácida sabiduría. Sí, excitáis vuestra carne, alimentáis vuestro estómago, embriagáis vuestra mente con vapores... ¿Y luego? ¡Qué pronto morís, en tanto el noble Árbol, las raíces hundidas en la Tierra, da cabida a innumerables hojas para gloria del cielo! ¡Para siempre! Y cuando vuestra carne ceda y se blanquee, cuando vuestros nervios ya no respondan, cuando vuestro estómago se agite, cuando vuestra nariz destile los licores ingeridos... ¡entonces ya no habrá tiempo para adorar al Árbol! ¡No, no, no! Porque el Árbol despreciará vuestra corrupción. Todo debe ser puro y bueno. Así también la adoración. ¡Abandonad vuestras licenciosas costumbres, vuestros apetitos bestiales! ¡Adorad al Árbol!
La gente del palacio escuchaba con respeto y pavor. Resultaba imposible juzgar hasta qué punto les influían las doctrinas de los druidas. Dakaw y Pruitt empezaron a cavar un gran agujero bajo el roble, abriéndose paso entre las raíces. A Hule y Billika no se les permitió ayudar, aunque tampoco mostraban una gran predisposición; de hecho, contemplaban el proceso con horrorizada fascinación.
La gente del palacio, por su parte, alentaba a los druidas a participar en sus actividades con el siguiente argumento:
-Nos exhortáis a seguir vuestras creencias, pero, para ser objetivos, deberíais conocer nuestra forma de vida, a fin de juzgarnos y comprobar si somos tan corruptos.
Los druidas asentían de mala gana, sentados muy juntos y manteniendo una férrea vigilancia sobre Hule y Billika.
Los otros invitados reaccionaban de distintas maneras. Skebou Diffiani asistía a los encuentros con regularidad, y al cabo de poco tiempo, ante el estupor de todos, anunció su intención de abrazar la religión druida. Desde ese momento vistió de negro, se cubrió la cabeza con una capucha y se unió a las ceremonias. Torrace da Nossa hablaba de los druidas con despreciativa compasión. Lerand Wible, cada vez más interesado en Billika, alzaba los brazos con desesperación y se mantenía alejado. Mario, Ethuen y Tanzel apenas se dejaban ver.

Jack Vance "El palacio del amor"

sábado, junio 10, 2006

Los recintos del Palacio ocupaban un área hexagonal de tal vez un kilómetro y medio de lado. La base era el acantilado del norte; el Palacio estaba situado en su punto medio. El segundo lado, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, lo demarcaban una línea de peñascos protegida en los intersticios por exuberantes matorrales espinozos. El tercer lado era la playa blanca y el mar de un profundo azul. El cuarto y el quinto no presentaban una clara definición y se confundían con el paisaje natural. El sexto lado, desviándose de vuelta al acantilado, lo constituía una fila de macizos florales muy bien cuidados y de árboles frutales bordeados por una tosca pared de piedra. En el interior del área había tres pueblos, innumerables claros, jardines y canales. Los invitados vagaban a sus anchas y empleaban los largos días como mejor les parecía. Mañanas luminosas, tardes doradas, noches, se deslizaban una a una.
Como Viole Falushe había afirmado, los criados eran muy accesibles y poseían un gran encanto físico. Las gentes vestidas de blanco, aún más bellas que los criados, se mostraban inocentes y traviesas como niños. Algunas eran cordiales, otras perversas e impúdicas, pero todas impredecibles. Su única ambición consistía en provocar el amor, seducir sin llegar a entregarse, atizar el deseo; sólo se deprimían cuando los invitados se decantaban por los sirvientes. Carecían de interés hacia los mundos del universo -quizá una pizca de curiosidad-, a pesar de que sus mentes eran activas y su temperamento apasionado. Sólo pensaban en el amor y en las variadas formas del placer. Un encaprichamiento demasiado intenso, como había apuntado Viole Falushe, podía conducir a la tragedia; las gentes de blanco eran conscientes de esta posibilidad, pero no hacían el menor esfuerzo para apartarse del peligro.
El misterio de la presencia de los druidas se resolvió por sí solo. Al día siguiente de la llegada, Dakaw, Pruitt, Laidig y Wust, acompañados de Hule y Billika, exploraron los alrededores y eligieron un hermoso claro como base de operaciones. Rodeado por una línea de cipreses negros, árboles de menor altura y arbustos floridos, tenía en el centro un gran roble de enormes raíces. Erigieron frente al claro un par de construcciones redondas de fibra marrón pálido. El grupo se instaló en ellas y cada mañana y tarde celebraban encuentros evangélicos, explicando la naturaleza de su religión a todo el que pasaba. Predicaban con gran fervor la austeridad, la templanza, la virtud y la observancia de los rituales a la gente del jardín que, a su vez, les invitaban a entregarse a la relajación y el placer. Gersen llegó a la conclusión de que se trataba de una de las bromas más irónicas de Viole Falushe, un juego que había decidido emprender con los druidas. Los demás invitados pensaban igual y asistían a los encuentros para opinar sobre qué doctrina triunfaría.

Jack Vance "El palacio del amor"

martes, junio 06, 2006

Ignorad esta sensación; ¿por qué atormentarse, cuando tenemos al alcance de la mano tanto amor y tanta belleza? Tomad lo que se os ofrece; disipad los remordimientos. Dentro de mil años todo seguirá igual. El problema, vuestro problema, es saciarse. No puedo protegeros. Los criados están para serviros; pedidles a ellos. Los residentes que visten de blanco están para flirtear.., para seducir. Os ruego que no os encaprichéis ni con el Palacio ni con su gente; crearía serias dificultades. No me veréis, aunque espiritualmente siempre estaré con vosotros. No hay espías, ni micrófonos, ni cámaras ocultas. Censuradme, insultadme, alabadme, si es vuestro deseo... Yo no os oiré. Mi única recompensa es el acto de crear y el efecto que produce. ¿Queréis ver el Palacio del Amor? ¡Daos la vuelta en vuestros asientos!
La pared de enfrente se deslizó a un lado; la luz del día penetró a raudales en la sala. Ante los invitados se extendía un paisaje de inimaginable belleza: amplios céspedes, árboles colmados de hojas verdes, altos cipreses negros, espléndidos abedules; estanques, lagunas, urnas de mármol, pabellones, terrazas, rotondas de una arquitectura tan delicada y etérea que casi parecía flotar.
Gersen, como los demás, había quedado sorprendido ante la súbita apertura de la pared. Al recobrarse se puso en pie de un salto, pero el hombre vestido de negro había desaparecido.
Gersen fue en busca de Navarth.
-¿Quién era? ¿Mario, Tanzel, Ethuen?
-No me fijé. Buscaba a la chica. ¿Dónde está?
Gersen inspeccionó todos los rincones presa de la mayor angustia. Drusilla no se hallaba en la sala.
-¿Cuándo la vio por última vez?
-Al llegar, en el patio.
-Confiaba en poder protegerla -murmuró Gersen-. Se lo dije. Ella confiaba en mí.
Navarth rechazó sus remordimientos con un gesto impaciente.
-Usted no podía hacer nada.
Gersen se acercó a la ventana y miró el panorama. A la izquierda se veía el mar y un grupo de islas lejanas. A la derecha las montañas se alzaban aún más altas y escarpadas, los precipicios cayendo en vertical hasta el fondo del valle. Abajo estaba el Palacio: una extensa agrupación de terrazas, edificios y lugares de recreo. Una puerta se deslizó a un lado y reveló una escalera descendente. Los invitados fueron bajando hacia el valle de uno en uno.

Jack Vance "El Palacio del Amor"

viernes, junio 02, 2006

-Hay muchas formas de amor -dijo Viole Falushe con voz afable y fuerte-. El abanico es amplio, y todas han contribuido a la creación de este palacio. No todos mis invitados lo descubren, y no todas las fases les son accesibles. Para algunos, el palacio no será más que un retiro de vacaciones. Otros quedaran hechizados por lo que se llama una belleza poco común. Está en todas partes: en cada detalle, en cada perspectiva. Otros se inflamaran de pasión, y esto merece una advertencia.
Gersen estudiaba a Viole Falushe extasiado. La alta figura enmascarada se erguía esbelta, firme, los brazos caídos a los costados. Gersen ladeó la cabeza de varias maneras para tratar de identificarlo, pero la luz de la araña, al incidir directamente sobre Falushe, desfiguraba sus rasgos.
-La gente que hallaréis en el Palacio del Amor es amable, alegre y bella, y se divide en dos categorías. La primera es la de los criados. Les complace obedecer cualquier deseo de mis invitados, cualquier antojo, cualquier capricho. La segunda clase, los felices mortales que viven en el palacio, pueden elegir sus amistades con tanta libertad como yo. Los distinguiréis por su vestimenta color blanco. Vuestra capacidad de elección será muy amplia.
Gersen escudriñó la mesa en busca de Tanzel, Mario o Ethuen para eliminarlos de su lista de sospechosos, pero no logró identificarlos. De las cuarenta personas reunidas, al menos una docena eran de similares características. Devolvió su atención a las palabras de Viole Falushe.
-¿Existen restricciones? Una persona que enloqueciera y empezara a matar sería, por supuesto, reducida. Por otra parte, todos los aquí presentes apreciamos la intimidad, una de nuestras más deliciosas prerrogativas. Sólo una persona carente de sentido común violaría la voluntad de otra. Mis aposentos privados se encuentran lo bastante apartados para imposibilitar cualquier intrusión accidental.
Viole Falushe paseó su mirada alrededor de la mesa. Nadie habló; la expectación era demasiado intensa.
-Y ahora... ¡el Palacio del Amor! -continuó Viole Falushe-. En el pasado preparé pequeños dramas sin que los participantes se dieran cuenta. He modelado los comportamientos en una sucesión artística de hechos. He empleado contrastes trágicos para aumentar el deleite. En esta ocasión no hay nada programado. Podréis actuar con libertad, crear vuestro propio drama. Aconsejo prudencia. Las joyas poco comunes son las más preciosas. El grado de austeridad que practico os asombraría. Mi gran placer es la creación... nunca me cansa. Algunos de mis invitados se han quejado de la dulce melancolía que impregna la atmósfera; esto es cierto. Convendría buscar la explicación en la fugacidad de la belleza, en el trágico baile que nos arrastra.

Jack Vance "El palacio del amor"