martes, enero 31, 2006


The Palace of Love Posted by Picasa
Navarth ocupó su lugar y todos se sentaron en silencio. Del pabellón surgieron diez muchachas desnudas, salvo por unas zapatillas doradas y rosas amarillas en las orejas. Transportaban bandejas con copas de grueso cristal verde llenas del mismo vino suave de antes.
Navarth se quedó en su silla; los invitados le imitaron. Hojas amarillas doradas por el sol caían amorosamente sobre el pabellón; un aroma perfumado flotaba en el aire. Gersen probó el vino con precaución. No podía arriesgarse a caer en una trampa. Muy cerca se hallaba Viole Falushe, una situación por la que hubiera pagado gustosamente un millón de UCL. El astuto Navarth no había cumplido su promesa al pie de la letra. ¿Dónde estaban las "negras radiaciones"? Concedía la mayor plausibilidad a los Candidatos 1, 2 y 3, pero, en este sentido, no se sentía inclinado a confiar en sus poderes parapsíquicos.
La tensión y la expectación se traslucían en el ambiente. Navarth se acurrucaba en su silla como si ya se estuviera divirtiendo. Las muchachas desnudas, moteadas por la luz del sol y la sombra de las hojas servían vino y se movían con lentitud, como si caminaran bajo el agua. Navarth ladeó la cabeza, al igual que si captara sonidos provenientes de una gran distancia. Habló con voz exultante, y los acordes errabundos parecieron adaptarse al ritmo de sus palabras y crear música.
-Algunos de los aquí presentes han conocido emociones de muy diversa índole. Nadie puede experimentar todas las emociones, porque son infinitas y fugitivas. Algunos de los aquí presentes son imprudentes, incólumes, vírgenes... y no lo saben. ¡Miradme! ¡Soy Navarth, mejor conocido como el poeta loco! Es inevitable. Sus nervios son conductivos, transportan chorros incontenibles de energía. Tiene miedo... ¡mucho miedo! Siente el movimiento del tiempo. Entre sus dedos fluye un latido cálido, como si asiera una arteria al descubierto. Al menor sonido (una risa lejana, el murmullo del agua, una ráfaga de viento) enferma y desfallece, porque estos sonidos jamás volverán a producirse. ¡Ésta es la estremecedora tragedia del viaje que todos emprendemos! ¿Le gustaría al poeta loco que todo fuera diferente? ¿Nunca jubiloso? ¿Nunca desesperado? -Navarth se puso en pie de un brinco y bailó una jiga-. Todos los que estamos aquí somos poetas locos. Si queréis comer, os aguardan las delicias del mundo. Si queréis meditar, sentaos en vuestras sillas y contemplad la caída de las hojas. Fijaos cuán lentos son sus movimientos: el tiempo se ha paralizado en nuestro honor. Si queréis exaltaros, esta magnífica cosecha no empalaga ni atonta. Si queréis explorar proximidades eróticas, distancias medias u horizontes lejanos: valles y enramadas nos rodean. -Su voz descendió una octava; los acordes disminuyeron todavía más de intensidad-. No puede haber sombra sin luz, sonido sin silencio. El júbilo bordea la frontera del pánico. Soy el poeta loco. ¡Soy la vida! Por lo tanto, consecuencia inevitable, la muerte está también conmigo. Pero allí donde la vida clama sus exigencias, la muerte guarda silencio. ¡Contemplemos las máscaras!
Navarth fue señalando con el dedo a todos los silenciosos arlequines que componían el círculo.
-La muerte está aquí, la muerte acecha a la vida. No es una muerte estúpida, ni desorientada; es una muerte decidida, absorta en una sola vela. Así que no temáis, aunque tengáis motivos para temer... -Navarth volvió la cabeza-. ¡Escuchad!
Desde muy lejos llegó el alegre sonido de música. Fue aumentando de volumen, y cuatro músicos irrumpieron en el claro: uno con castañuelas, un guitarrista y dos violinistas, tocando con el entusiasmo suficiente para levantar los ánimos de cualquiera. De repente se interrumpieron. El de las castañuelas sacó una flauta, y la música derivó hacia una melancolía insostenible. Sin cambiar de tema desaparecieron entre los árboles y el sonido murió. Los acordes indecisos de antes retornaron, sin principio ni final, tan sencillos y naturales como respirar.

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, enero 30, 2006

-Amigos, invitados, todos han llegado ya: un grupo selecto de ninfas y semidioses, poetas y filósofos. Fijaos en nuestros modelos: naranja y rojo, negro y rojo: ¡damos vida a una inconsciente pavana! Somos actores, protagonistas y espectadores al mismo tiempo. El marco al que nos adaptamos espontáneamente, el argumento, por decirlo así, es el que he ideado: las variaciones, cambios, improvisaciones y posterior desarrollo sólo son de nuestra competencia. Debemos ser sutiles, libres, temerarios, sin perder jamás el ritmo, siempre al unísono. -Navarth elevó su vaso hasta hacerlo coincidir con un rayo de sol, bebió con gesto teatral y señaló los árboles con dramatismo-. ¡Seguidme!
A cincuenta metros había un autocar de techo amarillo y los costados esmaltados de rojo, naranja y verde. Los bancos estaban forrados de felpa naranja. En el centro había una losa de mármol, sostenidas por sátiros arrodillados también de mármol, sobre la que se erguían docenas de botellas de todos los tamaños, formas y colores, rellenas del mismo vino suave.
Los invitados subieron, el autocar arrancó y se deslizó en silencio sobre sus patines.
El autocar atravesó un bellísimo parque, rodeado de espléndidos paisajes. Poco a poco, los invitados se fueron desinhibiendo. Había risas y conversaciones, pero la mayoría se deleitaba en el vino y en la contemplación del panorama otoñal.
Gersen estudió a los hombres de uno en uno. El último llegado parecía reunir todos los requisitos para ser Viole Falushe; Gersen lo calificó como Candidato Número 1. Pero también había otros cuatro altos, enjutos, sombríos y sosegados (Cándidatos Números 2, 3, 4 y 5).
El autocar se detuvo; los invitados descendieron en un prado salpicado de asters púpura y blanco. Navarth, brincando y saltando como una cabra, guió al grupo bajo un bosquecillo de altos árboles. Serían las tres; el sol caía sobre los macizos de hojas doradas e incidía en un gran dosel de seda marrón y dorada ribeteada de grises verdosos y azules. El dosel cubría un pabellón de seda sostenido por mástiles blancos helicoidales.
Alrededor del pabellón se distribuían veintidós sillas de respaldo alto. Ante cada una había un taburete antiguo de ébano engastado de nácar y cinabrio, con un tazón bermejo sobre cada uno. Navarth, siguiendo algún criterio enigmático, distribuyó a sus invitados en las espléndidas sillas. A Gersen le tocó en un extremo del pabellón; Zan Zu estaba a varias sillas de distancia, y los cinco candidatos enfrente. De algún lugar cercano surgía música, o algo parecido a música: una sucesión de acordes equívocos, tan tenues a veces que casi no se podían oír, y en otras equívocos, complejos y desconcertantes, sin llegar a completar o producir una progresión, pero siempre embriagadores.

Jack Vance "El Palacio del Amor"

domingo, enero 29, 2006


the palace of love Posted by Picasa
Diez minutos antes de la cita, Gersen aparcó su coche aéreo de alquiler en un prado de los arrabales de Kusiness y bajó. Cubría su traje de arlequín con una capa; llevaba el antifaz en el bolsillo.
La tarde era calurosa y soleada, y olía a otoño. Navarth no había podido elegir mejor día. Gersen inspeccionó sus vestimentas con sumo cuidado. El traje de arlequín no ofrecía muchos escondites, pero se las arregló como pudo. En el cinturón llevaba una hoja afilada de vidrio; la hebilla hacía las veces de mango. Portaba un proyector atado al brazo izquierdo, y un veneno oculto en la manga derecha. Protegido de esta guisa, Gersen se envolvió en la capa y caminó hasta el pueblo, un conjunto de edificios de hierro negro antiguo y piedra batida, a la orilla de un pequeño lago. El panorama era bucólico y encantador, casi medieval; la posada, quizá la estructura más reciente del pueblo, tenía al menos 400 años de antigüedad. Un joven vestido de gris y negro vino a su encuentro.
-¿Va a la fiesta, señor?
Gersen asintió y dejó que le condujera hasta un muelle al borde del lago, donde aguardaba un barco con dosel.
-El antifaz, por favor -dijo el joven.
Gersen se colocó la máscara, subió a bordo y el barco derivó hacia la otra orilla.
Parecía que era el último en llegar. Ante un aparador semicircular se agolpaban unos veinte invitados, cohibidos con sus vestimentas. Navarth, inconfundible a pesar de todo, se adelantó y despojó a Gersen de su capa.
-Pruebe esta cosecha mientras espera; es ligera, sedosa y le fascinará.
Gersen tomó la copa y se hizo a un lado. Veinte hombres y mujeres: ¿cuál era Viole Falushe? Si se hallaba presente, no daba señales de vida. Una joven esbelta permanecía de pie a su lado, rígida como si el vaso contuviera vinagre. Navarth había permitido que Zan Zu acudiera a la fiesta, después de todo. O la había obligado a venir, a juzgar por su actitud. Contó: diez hombres, once mujeres. Si los sexos iban a estar emparejados, todavía faltaba un hombre. Mientras Gersen contaba el barco arribó al otro muelle: un hombre aguardaba. Era alto y enjuto. Su porte combinaba la indolencia con la tirantez. Gersen lo examinó minuciosamente; si no era Viole Falushe, reunía las condiciones indispensables para serlo. El hombre se acercó al grupo con parsimonia. Navarth se precipitó hacia él con ademanes serviles y recogió la capa que el hombre le entregaba. Colgó la capa de una percha, ofreció un vaso de vino al recién llegado y se mostró más excitado que nunca. Agitaba los brazos, recorría la fila de invitados a grandes zancadas.

Jack Vance "El palacio del amor"

sábado, enero 28, 2006

-¿Oh sí? -preguntó Zan Zu dubitativa.
-No. ¿Has terminado?
Volvieron al barco vivienda, que continuaba solitario.
-¿Qué sucedió la otra noche, cuando me fui del Café de la Armonía Celestial?
-Charlamos. -Zan Zu enarcó las cejas-. Era como si hubiera luces en mis ojos, destellos verdes y naranjas. El hombre vino a la mesa y estuvo mucho rato mirándome. Habló con Navarth.
-¿Le miraste?
-No; creo que no.
-¿Qué le dijo a Navarth?
-Un sonido percutía en mis oídos, como un chorro de agua o el rugir del viento. No les escuché. El hombre me tocó el brazo.
-¿Y después... qué sucedió?
-No me acuerdo... No puedo recordar
-¡Estaba borracha! -gritó una voz. Navarth entró como una exhalación en la sala-. ¡Meticulosamente borracha! ¿Qué está haciendo en mi barco vivienda particular?
-Vine para ver cómo gastaba mi dinero.
-Todo sigue como antes. Ahora, lárguese.
-¿Cómo va la fiesta?
-Será un episodio poético, un ejercicio de arte experimental. Lo mejor sería que no viniera a esta fiesta tan particular, pues...
-¿Qué? ¡Yo la pago! Si no puedo ir, devuélvame el dinero.
-Esperaba que me dijera eso.
Navarth se balanceó con petulancia en su silla.
-Me lo temía. ¿Dónde se celabrará la fiesta?
-Nos encontraremos en Kussines, un pueblecito situados a unos treinta y cinco kilómetros al este. La cita es a las dos de la tarde, frente a la posada. Un requisito indispensable es ir vestido de arlequín.
-¿Vendrá Viole Falushe?
-Claro, claro; ¿es que no lo dejé claro?
-No del todo. ¿Todo el mundo irá de arlequín?
-Naturalmente.
-¿Cómo reconoceré a Viole Falushe?
-Vaya pregunta. ¿Cómo pude ocultares? Desprende negras radiaciones. Le rodea un aura de intriga.
-Características muy llamativas. Aún así... ¿Hay otra forma de identificarlo?
-Usted lo decidirá en su momento. Por ahora, ni siquiera yo lo sé.

Jack Vance "El palacio del amor"

viernes, enero 27, 2006

Gersen llamó a un camarero. Consultó la carta y pidió una tarta de fresas con nata para Zan Zu de Eridu.
-Bien, pues, ¿has ido al colegio?
-Por poco tiempo.
Relató como Navarth la había llevado de un lado a otro, hasta los confines más reconditos del mundo: aldeas, islas, las grandes ciudades del norte, las ruinas de Sinkiang, el Mar del Sáhara, el Levante. Tuvo un tutor de corta duración, breves temporadas en colegios poco usuales y siempre se le impuso la lectura de los libros de Navarth.
-Una educación poco ortodoxa -señaló Gersen.
-No me fue muy mal.
-Y Navarth... ¿cuál es su relación contigo?
-No lo sé. Siempre ha estado presente. A veces es... -titubeó-, a veces es tierno, a veces parece odiarme... No lo entiendo, pero tampoo me interesa. Navarth es Navarth.
-¿Alguna vez habló de tus padres?
-Nunca.
-¿Y tú le preguntaste?
-Oh, sí. Varias veces. Cuando está sobrio es brillante: "Afrodita surgió de la espuma del mar. Lilith era la hermana de un antiguo dios, Arrenice nació cuando un rayo derribó un rosal". De modo que puedo elegir mi origen según me convenga.
Gersen escuchaba, sorprendido y divertido.
-Cuando Navarth está borracho, o cuando la poesía lo exalta, hablá más, pero tal vez es menos... me asusta. Habla de un viaje. "Un viaje ¿adónde?", le pregunto, pero él no responde... Ha de ser algo horrible... No quiero ir.
Guardó silencio. La conversación no había disminuido el placer con que comía la tarta.
-¿Mencionó alguna vez el nombre de Viole Falushe?
-Es posible, pero no lo recuerdo.
-¿Vogel Filschner?
-No... ¿Quiénes son esos hombres?
-Se trata del mismo, que utiliza dos nombres diferentes. ¿Te acuerdas del tipo apoyado en la barra del Café de la Armonía Celestial?
Zan Zu contempló pensativamente su taza de café y asintió en silencio.
-¿Quién era?
-No lo sé. ¿Por qué me lo preguntas?
-Porque te fuiste hacia él.
-Sí, lo sé.
-¿Por qué? No le conocías.
La chica hizo girar la taza y siguió los movimientos del líquido negruzco.
-Me cuesta explicarlo. Sabía que me estaba mirando. Navarth me había llevado a ese lugar. Y tú también. Tenía la sensación de que todos queríais que fuera hacia él. Como... como una oveja al altar del sacrificio. Estaba aturdida. La sala daba vueltas en torno mío. Quizá había bebido demasiado vino, pero quería continuar. Necesitaba saber si ése era mi destino... Pero me lo impediste. Me acuerdo muy bien. Y yo... -se interrumpió y apartó las manos de la taza de café-. En cualquier caso, sé que no me vas a hacer daño.
Gersen no dijo nada.

Jack Vance "El palacio del amor"

jueves, enero 26, 2006

Zan Zu se calmó y entró en el salón. Gersen encendió las luces. Zan Zu se sentó con cautela en el borde de un banco. Llevaba pantalones negros y una chaqueta azul oscuro, el cabello estirado hacia atrás y sujeto con una cinta negra. Tenía el rostro blanco y macilento.
-¿Tienes hambre? -preguntó Gersen.
Ella asintió con la cabeza.
-Ven conmigo.
Comieron en un restaurante cercano. El apetito de la joven disipó las dudas de Gersen acerca de su salud.
-Navarth te llama Zan Zu; ¿es ése tu nombre?
-No.
-¿Cómo te llamas?
-No lo sé. Me parece que no tengo nombre.
-¿Qué? ¿No tienes nombre? Todo el mundo tiene nombre.
-Yo no.
-¿Dónde vives? ¿Con Navarth?
-Sí. Al menos hasta donde alcanzan mis recuerdos.
-¿Nunca te dijo tu nombre?
-Me ha llamado de muchas formas -respondió Zan Zu con cierta tristeza-. Prefiero no tener nombre. Soy lo que siempre quise ser.
-¿Y qué es lo que te gustaría ser?
Ella dedicó a Gersen una mirada sardónica y se encogió de hombros. "Una chica poco locuaz", pensó Gersen.
-¿Por qué te intereso tanto? -preguntó de repente.
-Por varias razones, algunas complicadas, otras no tanto. Para empezar, eres una chica atractiva.
-¿De veras lo piensas?
-¿No te lo habían dicho antes?
-No.
"Qué raro", pensó Gersen.
-Hablo con muy pocos hombres. O mujeres. Navarth me dice que es peligroso.
-¿En qué consiste el peligro?
-Traficantes de esclavos. No me gustaría ser esclava.
-Muy comprensible. ¿Me tienes miedo?
-Un poco.

Jack Vance "El palacio del amor"

miércoles, enero 25, 2006

Eran las primeras horas de la tarde; el sol empezaba a declinar sobre el estuario. El barco vivienda estaba a oscuras; nadie respondió a las llamadas de Gersen. Apretó un botón y la puerta se deslizó a un lado.
Gersen entró y las luces se encendieron. Escrutó la pared, la parte inferior de los estantes y el videófono, con la esperanza de que Navarth hubiera anotado un número que quisiera ocultar al margen de una agenda. Gersen extrajo de un estante una sucia carpeta que contenía baladas, odas y ditirambos: Un gruñido para Gruel, Los jugos que he probado, Soy un juglar fugaz, ¡Pasan!, El sueño de Drusilla, Castillos en la arena y otras ansiedades, De los que viven bajo el imperio de la razón, De los objetos que caen y los desechos.
Gersen apartó los poemas. Registró las habitaciones. En el techo de la que ocupaba Navarth había la foto de una mujer desnuda, el doble de tamaño natural, con los brazos y las piernas extendidas y el cabello desparramado, como a punto de dar un salto hacia adelante. El guardarropa de Navarth contenía un fantástico surtido de vestidos de todos los estilos y colores, incluidos sombreros, capas y cascos. Gersen exploró los cajones y encontró objetos inesperados, pero ninguno relacionado con su investigación.
Había otras dos habitaciones más pequeñas, amuebladas de forma espartana. Un suave perfume invadía una de ellas: violetas, o quizá lilas; en la otra, asomada sobre el estuario, había un escritorio donde Navarth daría rienda suelta a sus fantasías literarias. El escritorio estaba sembrado de notas, nombres, apóstrofes y referencias, un desbordante volumen de material que Gersen no se molestó en investigar.
Volvió a la sala principal y se sirvió un vaso de moscato, apagó las luces y se instaló en la silla más confortable.
Pasó una hora. Las últimas huellas del crepúsculo desaparecieron del cielo; las luces de Dourrai brillaban sobre las olas. Una sombra oscura se hizo visible a unos cien metros de distancia... un pequeño bote. Se acercó al barco vivienda; escuchó el gopeteo de los remos y luego pasos sobre la cubierta. La puerta se abrió. Zan Zu penetró en el salón iluminado a medias. Dio un respingo de terror y retrocedió.
Gersen le cogió por el brazo.
-Espera, no te vayas. He estado esperando para hablar contigo.

Jack Vance "El palacio del amor"

martes, enero 24, 2006

Gersen rasgó el sobre. Extrajo dos fotografías que eran copia de las depositadas en los archivos del colegio. Por primera vez vio la cara de Vogel Filschner, una cara taciturna. Cejas negras sobre llameantes ojos negros, la boca torcida en una mueca de descontento. Vogel no había sido un chico atractivo. La nariz era larga y grande, las mejillas se hinchaban como las de un bebé, llevaba el pelo negro demasiado largo y, aun en fotografía, parecía sucio. Algo más opuesto a la imagen popular de Viole Falushe era difícil de imaginar. Pero, evidentemente, éste era Vogel Filschner, a la edad de quince años, y muchos cambios se habían producido.
La otra fotografía era de Jheral Tinzy: una chica muy guapa de brillante pelo negro y boca fruncida como si estuviera a punto de confesar un secreto dañino. Gersen examinó la fotografía en profundidad. Le proporcionó más perplejidad que información, puesto que el rostro de la fotografía era casi exacto al de Zan Zu, la chica de Eridu.
Gersen echó un vistazo al resto del material contenido en el sobre: datos sobre otros miembros de la clase de Vogel Filschner con sus direcciones actuales... si eran conocidas.
Gersen estudió de nuevo la foto de Jheral Tinzy. Dos caras idénticas, excepto que la de Zan Zu no mostraba la menor coquetería. El parecido no podía ser accidental.
Gersen tomó el expreso subterráneo hasta la estación Hedrick de Ambeules y luego siguió la ruta familiar del paseo Castel Vivence.

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, enero 23, 2006

El nombre del individuo era Hollister Hausredel; su cargo, secretario del Liceo Philidor Bohus. Era un hombre todavía joven sin ninguna característica destacable. Vestía de gris y negro y vivía en una de las torres de apartamentos de Sluicht con su mujer y dos hijos de corta edad.
Gersen, convencido de que su conversación con Hausredel surtiría mayor provecho cuanto más lejos estuviera del colegio, le abordó a unos cien metros de su domicilio.
-¿Señor Hausredel?
Hausredel mostró cierto asombro.
-¿Sí?
-Me pregunto si podríamos hablar unos minutos. -Gersen le indicó un bar cercano-. ¿Le importa tomar un café conmigo?
-¿De qué quiere hablar?
-De un asunto que le puede reportar un beneficio, a cambio de hacerme un favor.
La conversación se desarrolló sin dificultades; Hausredel era más flexible que su superior, el doctor William Ledinger. Hausredel se citó al día siguiente con Gersen en el mismo bar, llevando bajo el brazo un sobre de gran tamaño.
-Aquí lo tiene. No hubo problemas. ¿Tiene el dinero?
Gersen le entregó otro sobre. Hausredel lo abrió, contó el contenido y verificó los billetes con el detector de fraudes.
-Muy bien. Espero haberle ayudado tanto como usted me ha ayudado a mí.
Estrecho la mano de Gersen y salió del bar.

Jack Vance "El palacio del amor"

jueves, enero 19, 2006

Gersen volvió al hotel Rembrandt, donde comió enfrascado en sus pensamientos. ¿Hasta qué punto estaba loco Navarth? Sus brotes de locura alternaban con períodos de lucidez, siempre a la conveniencia de Navarth. Le mortificaba ser engañado por un poeta loco. Fue al banco de Vega y sacó un millón de UCL en metálico. Introdujo los billetes en una maleta y tomó un taxi hasta Fitlingasse. Al bajar vio a Zan Zu, la chica de Eridu, en la puerta de una pescadería en la que había comprado una bolsa de eperlanos fritos. Llevaba su falda negra y el cabello revuelto, pero un atisbo de la magia de dos noches atrás aún se desprendía de su persona. Se sentó en una viga oxidada y comió el pescado con la vista perdida en el estuario. Gersen pensó que parecía cansada, apática y un poco ojerosa. Se encaminó al barco vivienda.
Navarth cogió el dinero con un gruñido desconsiderado.
-La fiesta se celebrará, pues, dentro de siete días.
-¿Ha mandado las invitaciones?
-Todavía no. Déjelo todo en mis manos. Viole Falushe estará entre los invitados.
-Y Zan Zu... ¿va a venir?
-¿Zan Zu?
-Zan Zu, la chica de Eridu.
-Ah... ésa. No sería prudente.

Jack Vance "El palacio del amor"

miércoles, enero 11, 2006

Gersen era incapaz de seguir la lógica del discurso.
-¿Cómo será esa fiesta, ese banquete, o lo que sea?
-¡Sí, sí, la fiesta! -El tema interesaba a Navarth-. Hay que hacer los preparativos con gran esmero, y costará una gran suma: un millón de UCL.
-¿Por una fiesta? ¿O un banquete? ¿A quién piensa invitar? ¿A toda la población de Sumatra?
-No. Un selecto ramillete de invitados. Pero los preparativos corren prisa. Soy una fuente, una inspiración para Viole Falushe. Me ha superado en su excelsa majestad. Pero demostraré que soy superior en ámbitos más reducidos. ¿Qué es un millón de UCL? En sueños he gastado mucho más en el espacio de una hora.
-Muy bien -aceptó Gersen-. Tendrá su millón.
"Los intereses de un día", reflexionó.
-Precisaré una semana. Apenas es suficiente, pero no podemos retrasarnos más.
-¿Por qué?
-Viole Falushe regresa al Palacio del Amor.
-¿Cómo lo sabe?
-El arte implica disciplina; en cuanto más elevado es el arte, más rigurosa es la disciplina. Por lo tanto, debe plegarse a ciertas limitaciones.
-¿Cuáles son?
-Ante todo el dinero. Entrégueme inmediatamente un millón de UCL.
-Sí, por supuesto. ¿En una bolsa?
Navarth agitó la mano con indiferencia.
-En segundo lugar, yo me haré cargo de los preparativos. Usted no debe entrometerse.
-¿Esto es todo?
-Tercero, deberá comportarse con moderación. ¡Si no es así, no le invitaré!
-No me importaría perderme la fiesta, pero yo también quiero imponer algunas condiciones. Primera, Viole Falushe ha de venir.
-¡No tema! Será imposible mantenerle alejado.
-Segunda, me lo presentará.
-No será necesario. Él mismo lo hará.

Jack Vance "El palacio del amor"

domingo, enero 08, 2006

A las diez de la mañana siguiente Gersen volvió al barco vivienda. Todo había cambiado. El sol era cálido y amarillo. El cielo, que resplandecía con el azul de la Tierra, se veía tachonado de nubes algodonosas. Navarth tomaba el sol en la cubierta.
Gersen descendió por la escalerilla y atravesó el embarcadero.
Se detuvo junto a la plancha.
-¡Hola! ¿Puedo subir a bordo?
Navarth volvió la cabeza con parsimonia y examinó a Gersen con los ojos amarillos y entrecerrados de un pollo enfermo. Desvió la vista para contemplar una fila de barcazas que se deslizaban en silencio levantando chorros de agua. Habló con voz tenue:
-No simpatizo con las personas de hígado débil, que alzan las velas para navegar a sotavento.
Gersen asumió la pulla como una invitación implícita para subir.
-Dejando aparte mis defectos, ¿qué sucedió?
-Nos extraviamos. La búsqueda, la misión...
-¿Qué búsqueda? ¿Qué misión?
-Desaprovechó su oportunidad. Cada una se presenta sólo una vez...
-¿Qué me dice de Viole Falushe? ¿Cómo sabía que estaría en el Café de la Armonía Celestial?
-Nada más simple. Le dije que iríamos allí.
-¿Cuándo le informó?
-Sus preguntas me aburren. ¿Debo ser yo quién ponga en hora su reloj? ¿Debo consultarle como a un oráculo? Nos movemos en planos diferentes.
-¿Qué me sugiere ahora?
-Le invitaremos a una pequeña fiesta. Un banquete, tal vez.
-¿Piensa que aceptaría?
-Desde luego, siempre que se planifique con cuidado.
-¿Cómo puede estar seguro? ¿Cómo sabe con certeza que se halla en la Tierra?
-¿Ha visto alguna vez un gato deslizándose entre la hierba? Hay momentos en que se detiene, una pata en alto, y maulla. ¿Existe alguna razón para esos sonidos?

Jack Vance "El palacio del amor"

viernes, enero 06, 2006

El hombre de los ojos saltones estaría rodeando el edificio para ir a su encuentro. Gersen se refugió en las sombras. El hombre le esperaba en la esquina.
-Ahora me toca a mí, basura. Te voy a devolver cada golpe que me has dado.
-Es mejor que te largues -dijo Gersen con voz suave-. Soy un hombre peligroso.
-¿Y qué te crees que soy yo?
El hombre se acercó. Gersen retrocedió, sin ganas de entablar otra pelea. Llevaba armas, pero matar en la Tierra era un delito muy castigado. El hombre progresó lentamente hacia su escondite. El tacón de Gersen rozó un cubo. Lo cogió, lo lanzó sobre el hombre y dio vuelta a la esquina. El hombre de ojos saltones le siguió. Gersen sacó su proyector.
-¿Ves esto? Puedo matarte.
El hombre dio un paso atrás con los dientes apretados de rabia.
Gersen caminó hasta la entrada del Café de la Armonía Celestial, seguido a unos diez metros de distancia por su enemigo.
La mesa estaba libre. Navarth y Zan Zu se habían ido. ¿La figura confusa apoyada en el mostrador? Perdida entre las otras.
El hombre de ojos saltones esperaba junto al edificio. Gersen reflexionó un momento. Luego, muy despacio, como en un sueño, bajó por el paseo y se introdujo en una calle oscura.
Aguardó. Pasó un minuto. Gersen se cambió a una posición más favorable sin perder de vista la encrucijada de la calle y el paseo, pero no divisó a nadie.
Gersen dejó pasar diez minutos, vigilando ambos caminos, con el cuello estirado hacia arriba para prevenir que su enemigo se deslizara por los tejados. Cansado, volvió al paseo. Un completo desastre. El hombre de ojos saltones, el vínculo más cercano a Viole Falushe, no se había molestado en medirse con él.
Gersen salió del paseo Castel Vivence y subió por la Fitlingasse furioso y decepcionado. El remolcador se había marchado; el barco vivienda, ya reparado, flotaba en silencio sobre las oscuras aguas. Gersen bajó del taxi y paseó por el muelle. Silencio. Las luces de Dourrai se reflejaban en el estuario.
Gersen meneó la cabeza, lúgubremente divertido. ¿Qué otra cosa se podía esperar de una velada en compañía de un poeta loco y de una muchacha de Eridu?
Volvió al taxi y ordenó al conductor que le llevara al hotel Rembrandt.

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, enero 02, 2006

Gersen estudió al hombre. Tenía un rostro como cincelado a martillazos, pelo amarillo muy corto y un cuello tan ancho como su cabeza. Su cuerpo era rechoncho y musculoso, el cuerpo de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida en un planeta de mucha gravedad.
-Creo que no le hice una zancadilla -repuso Gersen-. Pero siéntese. Comparta un vaso de vino con nosotros. Dígale a su amigo que venga también.
El hombre, los ojos en blanco, reflexionó unos segundos. Tomó una decisión.
-¡Le exijo disculpas!
-Desde luego, lo tenía en la punta de la lengua. Lamento mucho haberle causado cualquier molestia.
-No es suficiente. Desprecio a los mandriles hipócritas como usted que insultan a uno y luego pretenden salirse del asunto sin consecuencias.
-Es su privilegio. Desprecie a quien quiera. ¿Pero por qué no llama a su amigo? Podríamos entablar una amena conversación. ¿De qué mundo proviene?
Levantó su vaso para beber.
El hombre le tiró su vaso al suelo.
-Insisto en que se largue. Ya me ha ofendido bastante.
Gersen oteó por encima del hombro de su interlocutor.
-Su amigo se acerca, a pesar de todas las tonterías que está diciendo.
El hombre volvió la cabeza. Gersen le asestó una patada en la rodilla y un puñetazo en el cuello. Le cogió por un brazo y le arrojó dando vueltas a través de la pista de baile. El hombre se irguió sin esfuerzo y se precipitó sobre él. Gersen le arrojó una silla a la cara; cuando el hombre la apartó, Gersen le dio un golpe en el estómago musculoso y duro como el roble. El hombre se encogió y saltó sobre Gersen, pero cuatro matones hicieron acto de aparición: dos echaron a Gersen fuera del local por la puerta trasera, y los otros dos escoltaron a su enemigo hasta la puerta principal.
Gersen permaneció de pie en la calle sin saber qué hacer. Toda la noche, un desastre. ¿Qué le estaba pasando?

Jack Vance "El palacio del amor"

domingo, enero 01, 2006

Un camarero se acercó a la chica y murmuró unas palabras en su oído. Zan Zu contempló de nuevo la copa de champán y cerró las manos en torno al pie... Se levantó con brusca decisión. Gersen se sintió invadido por una oleada de ira. Era innoble quedarse sentado sin hacer nada. Le estaban insultando. Le arrebataban algo que, aunque no le perteneciera, consideraba suyo. Se preguntó aterrorizado si no sería demasiado tarde. Se levantó de un salto, cogió a la chica por la muñeca y la sentó en sus rodillas. Ella le miró estupefacta, como si despertase de un sueño.
-¿Por qué lo hiciste?
-No quiero que vayas.
-¿Por qué no?
Gersen no consiguió articular palabra. Zan Zu seguía sentada pasivamente, con cierta timidez. Había lágrimas en sus ojos. Gersen besó su mejilla húmeda. Navarth soltó una carcajada estentórea.
-¡Nunca, nunca se termina!
Gersen depositó a Zan Zu en su silla, pero le retuvo la mano.
-¿Qué es lo que nunca terminará? -preguntó en voz baja.
-Yo también he amado. ¿Y qué? El tiempo del amor ha pasado. Ahora habrá problemas, por supuesto. ¿No entiende la sensibilidad de Viole Falushe? Es tan extraño y delicado como la fronda de un helecho. No puede soportar la privación; le enferma.
-No es mi caso.
-Se ha equivocado por completo -le reprendió Navarth-. Falushe dedicaba todos sus pensamientos a la muchacha. Bastaba seguirla para encontrar a su hombre.
-Sí -mumuró Gersen-. Es cierto... es cierto. Ahora me doy cuenta.
Contempló elv aso de vino y luego la hilera de siluetas. Alguien le observaba a su vez; podía sentir su atención puesta en él. Se avecinaba un altercado. No estaba en forma, había prescindido del entrenamiento durante semanas. Y además estaba medio borracho.
Un hombre pasó muy cerca y fingió que resbalaba. Se tambaleó sobre la mesa y derramó el vino en el regazo de Gersen. Clavó sus ojos en los de Gersen; eran del color del hueso.
-Me ha hecho la zancadilla, mamón. Le voy a dar en el culo como a un niño.

Jack Vance "El palacio del amor"