miércoles, agosto 10, 2005

La fortaleza bajó deslizándose de las montañas, cruzó una región de huertos y viñedos, y después una vega bien regada con agua en la que abundaban las granjas y los pueblos. Luego llegó a un promontorio desde el que se dominaba Carrai... una ciudad muy diferente de Aglabat. En lugar de severas murallas de piedra oscura se abrían anchas avenidas, columnatas de mármol, villas rodeadas de árboles, palacios en el centro de elegantes jardines, que no tenían nada que envidiar a los de la Tierra. En caso de haber casuchas o tugurios, debían de estar muy alejados de las arterias principales.
Un gran arco de mármol sostenía un globo de cristal de roca y las puertas de la ciudad. Un pelotón de guardias uniformados de verde púrpura esperaba en posición de firmes. Al aproximarse la fortaleza, un teniente gritó unas órdenes; los guardias avanzaron al frente, pálidos pero decididos, enderezaron sus picas y aguardaron la muerte.
Gersen frenó la fortaleza a cuatrocientos metros de la puerta, abrió la escotilla y saltó a tierra. Los soldados titubearon atónitos. Alusz Iphigenia se adelantó; el teniente dio señales de reconocerla a pesar de su lamentable aspecto.
-¿Sois la princesa Iphigenia de Draszane, surgida del buche de un dnazd?
-La bestia es pura apariencia. Es un juguete mecánico de Kokor Hekkus que le hemos robado. ¿Dónde está lord Sion Trumble? ¿Se halla en la ciudad?
-No, princesa, se encuentra en el norte, pero su primer ministro acaba de llegar de Carrai y no está muy lejos. Le haré llamar.
Un noble de alta estatura y barba blanca, vestido de terciopelo negro púpura, apareció al instante. Avanzó con expresión de gravedad y saludó respetuosamente. Alusz Iphigenia le acogió con alivio, como si por fin hubiera alguien en quien poder confiar. Se lo presentó a Gersen, "el barón Endel Thobalt", y luego preguntó por Sion Trumble. El barón respondió en un tono no exento de ironía: Sion Trumble había partido para atacar a los grodnedsa, corsarios del Mar Promeneo del Norte. No se esperaba que su ausencia fuera muy prolongada. Entretanto, la princesa podía considerarse como en su casa, pues ése era el deseo de Sion Trumble.
Alusz Iphigenia se volvió hacia Gersen; la alegría brillaba en su cara.
-No sé cómo pagarle los servicios que me ha prestado, ni tampoco lo intentaré... al fin y al cabo, imagino que no los considera como tales. Le ofrezco, sin embargo, la hospitalidad de que dispongo; pida cuanto desee.
Gersen replicó que había sido un placer servirla; cualquier deuda que ella hubiera contraído estaba más que pagada por el solo hecho de guiarle hasta Thamber.

Jack Vance "La máquina de matar"