miércoles, junio 27, 2007

El simón recorrió la Explanada y dobló por la calle Pilkamp. El resplandor del crepúsculo se desvaneció a lo largo del trayecto, y el ocaso se reflejó sobre el lago Feamish. Cruzaron Moynal y Drury, penetraron en Wigaltown, y Gersen divisó a lo lejós el letrero de La Sombra de Tintle. Las ventanas superiores estaban adornadas con luces rojas y amarillas que producían sombras fugaces: ¡Diviértanse esta noche en La Sombra de Tintle! Pasaron de Wigaltown a Dundivy, después a Gara y llegaron por fin a Slayhack, donde los faros del espaciopuerto iluminaban el cielo. Gersen se inclinó hacia adelante en su asiento, como tratando de aumentar la velocidad del viejo simón con la simple fuerza de su voluntad... Una explosión de luz, un súbito resplandor blancoamarillento, rasgó los cielos, y segundos más tarde se escuchó un estruendo ensordecedor. Desde el vehículo, Gersen vio fragmentos negros surcando el haz de luz, y su imaginación lo transformó en restos humanos.
La luz se difuminó en una nube de oscuro humo.
-Señor, ¿qué hacemos? -gritó el cochero, atemorizado.
-¡Siga adelante! -gritó Gersen, y luego-: ¡Deténgase aquí!
Bajó del simón y contempló la pista de aterrizaje. En el espacio que había ocupado la Ettilia Gargantyr sólo se veían fragmentos dispersos. Gersen permaneció inmóvil, lleno de rabia y consternación. "Era de esperar -se dijo con los dietnes apretados-. ¡Liquida la nave y el proceso al mismo tiempo, y cobra el seguro! ¡Ottile Panshaw no ha descuidado ningún detalle!"
-Me he vuelto blando -murmuró-. ¡Estoy perdiendo facultades! -Dio media vuelta, disgustado, y volvió al vehículo-. ¿Puede dejarme en la pista?
-No, señor -respondió el conductor-, está prohibido.
-Entonces siga un poco más por la carretera.
El simón bordeó la pista. Gersen divisó a un grupo de hombres, aparentemente asustados o histéricos, parados en el área iluminada junto a los talleres de reparaciones.
-Desvíese por esa carretera adyacente hacia los depósitos -ordenó Gersen al conductor.
-No puedo salir de la carretera, señor.
-Muy bien; espéreme aquí.
Gersen saltó al suelo.
Una camioneta surgió de la parte trasera de los talleres y cruzó a toda velocidad, con movimientos erráticos, la pista hacia la carretera de acceso. Los hombres parados frente a los talleres reaccionaron al instante. Algunos les persiguieron a pie, otros saltaron sobre los vehículos cercanos y empezaron la persecución. La camioneta entró en la carretera de acceso y aceleró. Gersen distinguió claramente la cara del conductor cuando pasó bajo un faro, grande, rojiza, congestionada y de ojos redondos como huevos; la cara de Tintle. Perdió el control de la camioneta y se precipitó en la cuneta. El vehículo saltó, traqueteó, osciló a un lado y dio una vuelta de campana. Tintle, pataleando y chillando, salió volando por los aires; cayó de costado y quedó inmóvil unos instantes. Luego, con grandes esfuerzos, se irguió, echó una mirada furibunda por encima del hombro y empezó a cojear hacia la carretera. Sus perseguidores le dieron caza bajo uno de los faros y, en el círculo de luz blancoazulada, le golpearon contundentemente con los puños y con instrumentos metálicos. Le patearon la cabeza y el cuerpo hasta que Tintle, ensangrentado y desfigurado, murió.
Gersen llegó al lugar de los hechos, y preguntó a un joven que llevaba un mono de mecánico:
-¿Qué pasa aquí?
El aludido le miró, entre temeroso y desafiante.
-¿No ve el desastre? ¿Se ha fijado en aquel amasijo? ¡Ese hombre lo voló, junto con media docena de nuestros compañeros! Se metió sin pestañear con el camión bajo la escotilla de carga, y depositó una caja llena de explosivos. Se alejó, y un minuto más tarde la onda expansiva nos arrojó a casi todos al suelo, incluso a los que estaban junto a los talleres. Había cuatro guardias a bordo y seis hombres del turno de día que se iban a su casa. ¡Todos muertos en la explosión! -Trastornado por la indignación y el dramatismo de la situación, el mecánico empezó a gritar-: ¿Y aún se atreve a preguntarme por qué cogimos a ese canalla?
Gersen dio media vuelta sin molestarse en responder. Volvió al simón, donde el conductor aguardaba nerviosamente en la oscuridad.
-¿Adónde vamos ahora, señor?
Gersen dirigió una última mirada a la pista de aterrizaje. A la luz de los focos, el grupo de hombres seguía gritando y gesticulando alrededor del cadáver de Tintle.
-Volvamos a la ciudad.

Jack Vance "Los Príncipes Demonio: El Rostro"

domingo, junio 10, 2007

Posted by Picasa
Panshaw se encogió literalmente de hombros, de lo que el darsh pareció extraer la información que necesitaba. Dio un paso atrás y sacó un instrumento peculiar: un mango de treinta centímetros de largo terminado en una pequeña bola de púas. El secretario general se dio la vuelta, atemorizado, y corrió hacia la puerta. El darsh balanceó el mango y arrojó la bola de púas contra la nuca del secretario; éste alzó los brazos y se desplomó. El darsh se volvió sin alterar el rítmico movimiento, balanceó el mango y disparó la bola contra el presidente Dalt. Jehan Addels emitió un grito de rabia y se lanzó hacia adelante, pero Ottile Panshaw le puso la zancadilla. El presidente Dalt había saltado a un lado; el proyectil golpeó la pared que tenía detrás. Agachó la cabeza y avanzó corriendo; sus ropas negras revolotearon, y su rostro blanco asomó bajo los rizos negros. El darsh dio un paso atrás y esgrimió el mango. El presidente Dalt asió el brazo alzado, propinó al hombre una patada en la rodilla, y hundió un codo en la fuerte mandíbula rojiza. El darsh cayó al suelo. El presidente se incorporó a medias y le arrastró al suelo. Se revolcaron por la estancia, un amasijo de ropas blancas y negras, como dos monstruosas mariposas blancas y negras. Ottile Panshaw saltaba de un lado a otro con una diminuta pistola en la mano. Miró en dirección a Jehan Addels, quien al instante se parapetó detrás de un sofá. Panshaw dio media vuelta y contempló con asombro como el apático y elegante jurista rompía primero la muñeca y luego la mandíbula al darsh, para extraer a continuación un brillante estoque negro y hundirlo en la nuca del darsh.
Ottile Panshaw apuntó con frialdad su pistola. Jehan Addels, que le observaba desde detrás del sofá, chilló y le arrojó un jarro de bronce. El presidente Dalt fue en busca del arma del darsh. Ottile Panshaw caminó con serenidad hacia la puerta, hizo una reverencia, y se marchó con el aplomo de un prestidigitador consumado.
El presidente apartó el cuerpo del darsh y se puso en pie. Jehan Addels salió de su escondite.
-¡Qué situación tan espantosa! -exclamó Addels-. ¡Si nos descubren con esos cadáveres nos encarcelarán para siempre!
-Lo mejor será que nos vayamos. Es la solución más sensata.
El presidente se quitó la peluca y los ropajes negros. Contempló los cadáveres con semblante sombrío.
-Qué desastre. El plan ha fallado. -Indicó el bulto informe que una vez había sido el secretario general-. Encárguese de su familia; es lo menos que podemos hacer.
-Temo por mí y por mi familia -se estremeció Addels-. ¿Cuándo acabará esta violencia? Mire esos cadáveres; ¡somos tan vulnerables! ¡Y Panshaw puede dar la alarma de un momento a otro!
-En efecto. Es hora de que el presidente Dalt se disuelva en la nada. Una pena; era un tipo admirable, con estilo y elegancia. ¡Adiós, presidente Dalt!
-Bah -murmuró Addels-, usted parece más un actor de teatro que un asesino, o lo que pretenda ser. ¿Nos vamos a quedar aquí para siempre? Las mejores mazmorras son las de Maudley; las de Frogtown Holes son mucho peor.
-Confío en no visitar ninguna. -Gersen tiró a un lado la peluca y el atavío-. Larguémonos.
Ya en sus aposentos, se quitó el tinte para piel blanco; después, ante la mirada desaprobadora de Addels, adoptó su vestimenta ordinaria. Addels no consiguió contener su curiosidad.
-¿Adónde va ahora? Cae la noche; ¿nunca piensa en descansar?
Gersen se ciñó sus armas, y respondió, casi disculpándose:
-¿No oyó las insinuaciones de Panshaw? ¿Cómo llegó a considerar al Banco de Cooney a la Ettilia Gargantyr un negocio provechoso? ¿Hasta qué punto son famosas las tretas de Lens Larque? No cabe duda de que Lens Larque está cerca. Me gustaría ser testigo de sus argucias.
-¡Aborrezco tamaña curiosidad! ¡Cuando me acuerdo de lo que he presenciado, se me hiela la sangre en las venas! Admito que soy un hombre de leyes y un experto en cuestiones financieras, pero mi desprecio hacia la ley no pasa de determinados límites. Necesito tiempo para descansar. He de recuperar mi percepción de la realidad. Le deseo buenas noches.
Jehan Addels salió de la suite.
Gersen salió cinco minutos después. El Domus continuaba tan tranquilo como siempre; resultaba evidente que Ottile Panshaw no había levantado la liebre.
Gersen se dirigió a la calle, y llamó a uno de los venerables simones tradicionales en la ciudad.
-Al espaciopuerto de Slayhack, tan rápido como pueda.

Jack Vance "El rostro"