jueves, agosto 25, 2005

Se acostó y durmió bien. La luz que se filtraba por los visillos le despertó. Se bañó, se vistió con las ropas más discretas que encontró y tomó un desayuno consistente en fruta, pastas y té. Las nubes que provenían del oeste descargaron su lluvia sobre el jardín; Gersen contempló las gotas, que salpicaban la piscina, y consideró las distintas facetas de la situación. Siempre volvía a la misma idea: era imprescindible probar la identidad de Paderbush.
Entró un paje y anunció la presencia del barón Erl Castiglianu. Era un hombre flaco, de mediana edad y semblante adusto, con las mejillas surcadas por grandes cicatrices.
-El príncipe Sion Trumble me ha ordenado que ponga a vuestra disposición mis conocimientos específicos. Me sentiré halagado de hacerlo.
-¿Os han informado de mis deseos?
-No de una forma clara.
-Quiero que estudiéis con extrema atención a un hombre y me digáis si es o no Kokor Hekkus.
-¿Y luego?
-¿Lo haréis?
-Tenedlo por seguro. Contemplad estas cicatrices: son el resultado de las órdenes de Kokor Hekkus. Colgué durante tres días de una barra que atravesaba mis mejillas; el odio me ayudó a sobrevivir.
-Vayamos, pues, a examinar a ese hombre.
-¿Está aquí?
-Se halla encerrado en los subterráneos.
El paje vino acompañado del Senescal, que abrió las puertas de madera y de metal. Los tres bajaron a los subterráneos. Paderbush les observaba desde su celda, las manos sujetando las rejas y las piernas separadas.
-Éste es el hombre -indicó Gersen.
El barón avanzó y miró a Paderbush atentamente.
-¿Bien? -preguntó Gersen.
-No -dijo el barón al cabo de un momento-. No es Kokor Hekkus. Al menos... no, estoy seguro... Aunque los ojos me miran con malsana curiosidad... No, no le conozco. Nunca le vi en Aglabat, ni en otro sitio.

Jack Vance "La máquina de matar"