viernes, julio 29, 2005

Mandíbulas mordieron el casco de metal, púas envenenadas hirieron y rasgaron carne. Recobrada la energía, la fortaleza se irguió. El dnazd chocó de nuevo contra los segmentos de metal. Uno de los ojos escupió fuego; el dnazd perdió el uso de una pata. Otra andanada destrozó un segmento central, y el dnazd resbaló y trató desesperadamente de conservar el equilibrio. La fortaleza se movió hacia atrás; los ojos dispararon. El dnazd quedó convertido en un montón de carne.
Gersen avanzó palmo a palmo. Apuntó el proyector a la célula de bloqueo. Como antes, la fortaleza se vino al suelo. Se abrió la escotilla. Los tripulantes bajaron por la escalera. Gersen les contó: ...nueve...diez...once. Estaban todos fuera. Cuchichearon en voz baja y luego fueron a ver el dnazd muerto. Al darse la vuelta se encontraron frente a Gersen, que les apuntaba con el proyector.
-Daos la vuelta. Poneos en fila con las manos arriba. Mataré a cualquiera que me ocasione problemas.
Hubo unos instantes de indecisión: los hombres calculaban sus posibilidades de convertirse en héroes. Todos decidieron que eran escasas. Gersen celebró el hecho con una descarga de energía que chamuscó el suelo a sus pies. De mala gana, los rostros deformados en máscaras de odio, dieron la vuelta. Alusz Iphigenia fue a reunirse con Gersen.
-Mira dentro. Asegúrate de que están todos fuera.
Volvió al cabo de poco rato para informarle que la fortaleza estaba vacía.
-Ahora -dijo Gersen a los once hombres- haced exactamente lo que os diga, si apreciáis en algo vuestras vidas. El primer hombre de la derecha que retroceda seis pasos. -Le obedeció sin rechistar. Gersen cogió su arma, un pequeño pero peligroso proyector de un diseño que nunca había visto-. Échate en el suelo boca abajo y pon los brazos en la parte más estrecha de la espalda.
Uno por uno los once retrocedieron, se echaron al suelo, fueron desarmados y atados con tiras de sus propios vestidos.
Gersen les dio la vuelta uno por uno para ver sus caras. Ninguno era Seuman Otwal.
-¿Quién de vosotros es Kokor Hekkus? -preguntó.
Reinó el silencio; luego, el hombre al que había despojado del proyector habló:
-Está en Aglabat.
Gersen ladeó la cabeza hacia Alusz Iphigenia.
-Conoces a Kokor Hekkus. ¿Alguno de estos hombres se le parece?
Alusz Iphigenia miró intensamente al hombre que había hablado.
-Su cara es diferente... pero su estilo, su forma de andar es la misma.

Jack Vance "La máquina de matar"

jueves, julio 28, 2005


la criatura que era el duplicado de la fortaleza Posted by Picasa
Gersen se preguntó fugazmente si tiempo atrás, en el Taller B de Patch, había imaginado esta clase de confrontación. Puso el proyector a baja potencia, apuntó con cuidado a un lugar situado en la zona dorsal de la fortaleza y apretó el gatillo. En la célula de bloqueo un relé activó un interruptor. Las patas se doblaron y el cuerpo segmentado se derrumbó en el suelo. La escotilla se abrió en seguida. Los miembros de la tripulación salieron y se pasearon alrededor de la fortaleza, estupefactos. Gersen les contó: nueve, sobre una dotación de once. dos se habían quedado en el interior. Todos vestían monos de color pardo, todos se movían y actuaban de una manera indefinida, que no era la de Thamber. Dos de ellos debían de ser Seuman Otwal, Billy Windle, o Kokor Hekkus: los cincuenta metros que les separaban de Gersen hacían imprecisas sus facciones. Uno se volvió: una nariz demasiado larga; no era el hombre que Gersen buscaba. ¿El otro? Había regresado a la fortaleza. La ionización empezó a disiparse, las patas recobraban su vigor...
-¡Escucha! -susurró Alusz Iphigenia al oído a Gersen.
Gersen no escuchó nada, pero ella insistió. Entonces distinguió un suave click-click, click-click, un sonido tremendamente amenazador. Parecía venir de detrás suyo. Por la ladera de la montaña subía la criatura que era el duplicado de la fortaleza: un auténtico dnazd. Gersen no comprendió cómo alguien podía confundirse al ver la estructura de metal. Ése había sido el caso de los tadousko-oi, pero no así del dnazd. Detuvo su avance de repente, como asombrado. La dotación había entrado apresuradamente en la fortaleza y cerrado la escotilla. Las patas aún renqueaban; el ojo lanzó un débil fogonazo que alcanzó al dnazd en el segmento trasero. Arqueó el lomo, emitió un salvaje y agudo rugido y se abalanzó sobre la fortaleza. Ambos rodaron por tierra y se revolcaron.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, julio 27, 2005


escudri?o el paisaje en busca de su presa Posted by Picasa
Alusz Iphigenia aún no estaba convencida.
-¿Estás seguro de que esa cosa es de metal?
-Por completo.
Algunos de los tadousko-oi siguieron el camino que habían tomado Gersen y Alusz Iphigenia. La fortaleza fue tras ellos arrojando chorros de fuego blanco y púrpura. Cada disparo significaba un ciempiés quemado y cinco hombres muertos. Sólo quedaba el montado por Gersen y Alusz Iphigenia, que llevaban una ventaja de un kilómetro. Cuando alcanzaron las estribaciones, la fortaleza maniobró para cortarles la huida. El terreno se elevó; al doblar una roca saliente, Gersen azuzó a su montura y saltó al suelo, arrastrando a Alusz Iphigenia. El ciempiés continuó corriendo. Gersen trepó hasta un afloramiento de roca arenosa recubierta de musgo, tras el que estarían a cubierto. Alusz Iphigenia avanzó a rastras hasta reunirse con él. Le miró, abrió la boca para hablar, pero no dijo nada. Estaba sucia, arañada y despeinada; tenía la ropa desgarrada, los ojos vacíos, las pupilas contraídas de miedo. Gersen no podía perder tiempo en tranquilizarla. Desenfundó el proyector y esperó.
Oyeron un zumbido, el ruido sordo de treinta y seis patas; la fortaleza escaló la cumbre, se detuvo y escudriñó el paisaje en busca de su presa.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, julio 26, 2005


The Killing Machine Posted by Picasa
Al día siguiente los tadousko-oi avanzaron en dirección a la ciudad y acamparon a unos dos kilómetros de la puerta principal. Sobre la muralla se veía soldados moviéndose sin cesar. A mediodía se abrieron las puertas; seis regimientos de hombres armados con picas, con uniforme color pardo, armadura y cascos negros, salieron al exterior. Los tadousko-oi emitieron un alarido de alegría y saltaron sobre sus monturas. Gersen y Alusz Iphigenia contemplaron la batalla desde el campamento. Fue una lucha sin cuartel, salvaje y sangrienta. Los guerreros Pardos se batieron con valentía, pero carecían de la salvaje ferocidad que caracterizaba a los hombres de las montañas; los supervivientes se replegaron a través de las puertas, dejando a sus espaldas un campo sembrado de cadáveres.
El día siguiente transcurrió sin novedad. El pendón marrón y negro fue arriado de la aguja de la ciudadela.
-¿Dónde tiene Kokor Hekkus su nave espacial? -preguntó Gersen a Alusz Iphigenia.
-En una isla del sur. Viene y va en un coche aéreo como el tuyo. Hasta que Sion Trumble atacó la isla y capturó la nave espacial creía que Kokor Hekkus era un gran mago.
La inquietud de Gersen aumentó por momentos. Estaba claro que no podría llegar hasta Kokor Hekkus bajo ninguna circunstancia. Si los tadousko-oi lograban penetrar a la ciudad, Kokor Hekkus escaparía en su coche aéreo... Era esencial que regresaran al Saltaestrellas. Entonces podría situarse en una posición lo bastante elevada para vigilar sin ser interceptado y atacar al coche aéreo que tal vez despegara de Aglabat, independientemente del resultado de la batalla.
Comunicó su decisión a Alusz Iphigenia, que dio su aprobación.
-Nos basta con llegar a Carrai. Sion Trumble desea casarse conmigo. Me ha declarado su amor. Consentiré.
Gersen gruñó desdeñosamente. ¡El noble Sion Trumble le había declarado su amor! ¡El galante Sion Trumble! Gersen fue a hablar con el jefe.
-Se han producido bajas en la batalla y sobran monturas. Si me prestas una, intentaré volver a mi nave.
-Será como desees. Elije la que quieras.
-Me conformo con la más dócil y manejable.
Al atardecer le trajeron la montura a la tienda. Gersen y Alusz Iphigenia partieron hacia Carrai al amanecer.
Obreros de la ciudad trabajaron durante toda la noche para construir un cercado de treinta metros de lado por seis de alto, cubierto con una tela de color pardo. Los tadousko-oi se enfurecieron a causa de la insolencia. Montaron en sus ciempiés y salieron al galope con algunas precauciones, porque nadie sabía lo que ocultaba el cercado. No fue difícil averiguarlo. Cuando las filas de monturas estuvieron muy cerca apartaron la lona; de ella surgió un enorme ciempiés de veintitrés metros que lanzaba fuego por los ojos.
Los tadousko-oi retrocedieron en medio de una espantosa confusión.
-¡Dnazd! -gritaban-. ¡Dnazd!
-No es un dnazd -dijo Gersen a Alusz Iphigenia-. Es la obra de Construcciones y Obras de Ingeniería Patch. Y es hora de que nos vayamos.
Montaron en el ciempiés y se escabulleron hacia el noroeste. La fortaleza brincaba sobre el césped que bordeaba la ciudad en todas direcciones. Los tadousko-oi huían en completo desorden, llenos de terror. La fortaleza emprendió su persecución con gráciles movimientos, que dispensaron a Gersen una triste satisfacción.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"

domingo, julio 24, 2005

El sol poniente tiñó el cielo de púrpura; las torres de Aglabat se iluminaron. Esa noche nadie se atrevió a ofender a Alusz Iphigenia que, como la noche anterior, ocupó la tienda negra.
La proximidad de su presencia desmoronó por fin el autocontrol de Gersen; la cogió por los hombros, escudriñó su rostro sombrío y la besó; ella dio señales de responder. ¿Lo hizo? La oscuridad velaba su expresión. La besó otra vez y notó el contacto húmedo de su rostro; estaba llorando. Gersen retrocedió malhumorado.
-¿Por qué lloras?
-Emociones reprimidas, supongo.
-¿Porque te besé?
-Claro.
De pronto le invadió una sensación de malestar. La tenía en su poder, sujeta a sus caprichos. No deseaba su sumisión; deseaba su pasión.
-¿Y si las circunstancias fueran diferentes? Imagina que estuviéramos en Draszane, que no tuvieras problemas. Supón que viniera a ti, así, y te besara. ¿Qué harías?
-Nunca volveré a ver Draszane. Estoy abrumada por el dolor. Soy tu esclava. Haz lo que quieras.
Gersen se sentó en el suelo de la tienda.
-Muy bien. Me iré a dormir.

Jack Vance "La máquina de matar"

sábado, julio 23, 2005

Gersen no encontró razones para contradecirla, pero de alguna manera se sentía unido a la partida de guerra. Dejarla ahora le parecía un acto de traición, sobre todo porque compartía los temores de Alusz Iphigenia sobre la probable e inminente destrucción de los tadousko-oi. Sin embargo, no había venido a Thamber para comportarse como un caballero andante.
La partida se detuvo a cinco kilómetros de la ciudad. Gersen se acercó al jefe.
-¿Cuáles son tus planes para la batalla?
-Asediaremos la ciudad. Más pronto o más tarde, Kokor Hekkus hará salir a su ejército. En ocasiones anteriores nuestras fuerzas eran escasas, y nos veíamos forzados a huir. Aún somos pocos, pero no tanto. Destruiremos a los Guerreros Pardos, les haremos morder el polvo; arrastraremos a Kokor Hekkus por la llanura hasta que muera; luego nos apoderaremos de las riquezas de Aglabat.
"El plan tiene la virtud de la sencillez", pensó Gersen, y luego dijo en voz alta:
-¿Y si el ejército no sale?
-Lo harán antes o después, a menos que prefieran morir de hambre.

Jack Vance "La máquina de matar"

jueves, julio 21, 2005

La partid estaba lista para la marcha. Un explorador fue a reconocer el valle, pero volvió en seguida.
-¡Dnazd!
-¡Dnazd! -repitió un coro de voces.
Pasó una hora; el sol surgió tras el horizonte. El explorador se adelantó de nuevo, y regresó para informar que el camino se veía despejado. La comitiva se adentró en el valle batido por el viento.
A mediodía el valle se ensanchó, y, cuando la partida de guerra doblaba una curva, la abertura practicada en las laderas rocosas reveló una amplia vista de una tierra verde iluminada por el sol.
Diez minutos después llegaron a un lugar en el que estaban amarrados unos sesenta o setenta ciempiés. Algunos guerreros deambulaban por la zona. El jefe descabalgó y conferenció con otros de rango similar; sin más dilación toda la tropa descendió por el valle. Una hora antes del ocaso, al pie de las colinas, desembocaron en una ondulada sabana, en la que pacían rebaños de pequeños rumiantes negros, vigilados por hombres y adolescentes que montaban en animales del mismo tipo, pero de mayor envergadura. En cuanto vieron a los tadousko-oi huyeron a la desbandada, pero luego, al ver que no les perseguían, se pararon y les observaron con asombro.
A medida que avanzaban aumentaban las señales de presencia humana. Primero fueron cabañas dispersas, luego casas redondas de altos tejados cónicos, y después pueblos. En todas partes se producía la misma agitación: nadie se atrevía a plantar cara a los tadousko-oi.
Aglabat, edificada sobre una llanura verde, apareció ante sus ojos al ocultarse el sol. Murallas almenadas de piedra parda rodeaban la ciudad, que parecía una masa compacta de altas torres circulares. Un pendón marrón y negro ondeaba en la mayor de todas, justo al centro del conjunto pétreo.
-Kokor Hekkus está ahí -señaló Alusz Iphigenia-. El pendón nunca se alza en su ausencia.
Los guerreros se aproximaron a la ciudad, pisando un césped tan verde y reluciente como el de un parque.
-Será mejor que nos separemos de los tadousko-oi antes de que pongan cerco a la ciudad -aconsejó Alusz Iphigenia, que mostraba signos de inquietud.
-¿Por qué?
-¿Acaso piensas que Kokor Hekkus se va a dejar coger desprevenido? En cualquier momento los Guerreros Pardos saldrán a la carga. Habrá una terrible batalla, puede que nos maten, o peor, que nos capturen, sin la menor esperanza de acercarnos a Kokor Hekkus.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, julio 20, 2005

Antes del amanecer los guerreros se levantaron, reavivaron las brasas y prepararon el desayuno. El jefe, la cabeza llena de moretones, estaba recostado contra una roca, la mirada perdida en algún punto del terreno. Nadie le hablaba, y él hacía lo mismo con los demás. Gersen salió de la tienda acompañado de Alusz Iphigenia. Ella le había vendado la muñeca izquierda y dado masajes en el brazo derecho. A pesar de un sinfín de magulladuras, dolores y la torcedura de muñeca, no se hallaba en mal estado. Caminó hacia el lugar en que el jefe estaba sentado y trató de hablarle en el áspero dialecto de Skar Sakau:
-Luchaste bien.
-Tú luchaste mejor -murmuró el jefe-. No me daban una paliza desde que era pequeño. Te llamé cobarde. Me equivoqué. No me mataste; por este gesto te has convertido en miembro del clan, y en su jefe. ¿Cuáles son tus órdenes?
-¿Qué pasaría si ordenara a la partida que nos condujera a mi nave?
-No te obedecerían. Los hombres huirían al galope. Yo fui lo que tú eres... un jefe militar. Más allá de este punto, mi autoridad estaba en función de que pudiera hacerla cumplir. Y contigo pasará lo mismo.
-En ese caso, consideraremos los acontecimientos de anoche como un ejercicio amistoso. Tú eres el jefe, nosotros tus invitados. Cuando nos convenga abandonaremos vuestra compañía.
El jefe se puso trabajosamente en pie.
-Si ésos son tus deseos, háganse. Atacaremos a nuestro enemigo Kokor Hekkus, señor de Misk.

Jack Vance "La máquina de matar"

sábado, julio 16, 2005

Escudriñó los rostros, pero Gersen habló:
-Dile al jefe -indicó a Alusz Iphigenia- que mis divergencias, en lo que respecta a pasar la noche contigo, las tengo sólo con él, a quien desafío a luchar.
Alusz Iphigenia repitó estas palabras en voz baja, y ahora el público recibió la noticia con estupor. El jefe parecía más sorprendido.
-¿Él me desafía? ¿No se da cuenta de que soy un campeón, el vencedor de todos los hombres con los que me he enfrentado? Explícale que soy un jefe, que, desde el momento en que él no pertenece al clan, la lucha debe ser a muerte.
-Informa al jefe -dijo Gersen después de escuchar la traducción- que no tengo el menor deseo de demostrar mi alta condición; que prefiero dormir a pelear, salvo que insista en lo relativo a tu compañía.
Después de oír esto último por boca de Alusz Iphigenia, el jefe se despojó de su camisa y dijo:
-Solventaremos la cuestión del rango rápidamente, porque no pueden existir dos líderes en una partida guerrera. Para evitar trucos de cobardes, lucharemos con las manos desnudas.
Gersen le examinó de pies a cabeza: alto, pesado pero ágil, piel oscura que parecía tan dura como un cuerno. Miró de soslayo a Alusz Iphigenia, que le contemplaba fascinada, luego avanzó paso a paso. Su propio cuerpo parecía pálido y elástico en comparación con el del jefe, negruzco y nervudo. A modo de prueba, Gersen amagó un puñetazo dirigido a la cabeza como de forma casual, y al instante una férrea mano le sujetó la muñeca y un puñetazo le dejó sin aliento. Gersen se soltó la muñeca de un tirón; habría podido agarrar del pie al hombre y hacerle caer, pero permitió que casi le rozara la barbilla; entonces lanzó el puño izquierdo adelante de manera que, como por accidente, se abatiera sobre el cuello del jefe. Hizo el mismo efecto que un mazazo.
El jefe saltó sobre los dos pies de una forma desconcertante y abrió los brazos. Gersen, aprovechando que descuidaba su guardia, le conectó un directo en el ojo izquierdo, pero su contrario le aplicó una llave en el brazo, que en pocos segundos le rompería el cúbito. Gersen flexionó las rodillas y dio una especie de salto mortal, al tiempo que golpeaba al jefe en el rostro y liberaba su brazo. En el siguiente asalto el jefe actuó con más precauciones. Dejó caer los brazos lentamente a los costados. Gersen volvió a atacar el ojo izquierdo. El jefe le propinó otra patada, pero Gersen se abstuvo de aferrarle el tobillo, que rozó de nuevo su barbilla. El ojo del jefe estaba hinchado. Después de esquivar la patada, Gersen aprovechó un instante de respiro para practicar un hoyo en la arena con su pie. El jefe daba vueltas en torno suyo. Gersen saltó a un lado, pero el tadousko-oi le agarró la muñeca; una enorme mano estrujó su nuca. Gersen se dobló al instante y apoyó su hombro contra el estómago del jefe, duro como una roca; el golpe trató de asestarle un rodillazo en el pecho. Gersen asió la rodilla, cambió de posición, le cogió el tobillo y lo retorció; el jefe se dejó caer para proteger su rodilla. Gersen le dio una patada en el ojo derecho y se zafó del cerco al que le sometía el fornido brazo rojizo. Permaneció en pie sin moverse mientras recobraba el aliento. Le dolía el pecho, pero el ojo derecho del jefe se estaba cerrando. Gersen se inclinó y ensanchó el hoyo en la arena. El jefe le dirigió una mirada asesina y luego, como olvidando toda precaución, se abalanzó sobre él. Gersen se apartó, obrando con la misma falsa parsimonia de antes. Golpeó con el codo el ojo izquierdo del jefe, pero un rapidísimo izquierdazo del hombre le alcanzó en plena muñeca. El dolor fue tan intenso que la mano quedó colgando flojamente, como rota. En compensación, el ojo derecho del jefe se había cerrado y el izquierdo estaba hinchado. Sin hacer caso del dolor, Gersen abatió su mano izquierda inútil sobre la roja cara del bárbaro, que levantó la suya para hacer lo mismo, pero Gersen sujetó la muñeca izquierda con su mano derecha, le propinó una patada bajo la rodilla izquierda, hundió su cabeza en el cuello del jefe, que aflojó su presa, aún en pleno control de sus actos. Gersen, rugiendo y silbando entre dientes, intentó morderle en el cuello. El jefe, con el rostro purpúreo, le dio un revés. Gersen, que empezaba a perder la agilidad, recibió el impacto en el antebrazo derecho. Fue como un mazazo: ninguna de sus manos le era ya de utilidad. Los dos hombres midieron sus fuerzas; ambos sudaban y resollaban. Los ojos del jefe estaban casi cerrados; Gersen procuró ocultar la debilidad de sus manos: mostrar flaqueza resultaría fatal. Reuniendo sus últimas energías empezó a dar vueltas alrededor del jefe, con las manos caídas como si estuvieran preparadas para golpear. El bárbaro tomó impulso y saltó sobre los dos pies; Gersen retrocedió y clavó su codo derecho en la negra contusión del cuello enemigo. Los brazos del jefe se cerraron en torno a Gersen y cabeceó repetidamente contra la sien de éste. Gersen se agachó y le golpeó con la frente en la barbilla, al tiempo que le daba patadas en la rodilla. Ambos cayeron al suelo. Gersen consiguió ponerse encima de su enemigo, ceñido por los morenos y húmedos brazos del jefe. Descargó una lluvia de puñetazos y cabezadas contra la barbilla y la nariz. El jefe se revolvió, trató de clavarle los dientes y de darle vuelta, pero Gersen lo aprisionó con las piernas. Golpeó; los dientes laceraron su frente. Golpeó la nariz, que se rompió. Golpeó otra vez en la barbilla, en los dientes que mordían su frente... pero el jefe se desmoronó. Aflojó su presa para pasar el brazo alrededor del cuello de Gersen, pero éste, que esperaba la maniobra, se soltó y se sentó sobre el abdomen del jefe; luego, sacando fuerzas de la flaqueza, catapultó su cabeza contra el puente de la nariz del bárbaro.
El jefe perdió el aliento y dejó de moverse, atontado por el dolor, el cansancio y los golpes en el cuello y la cabeza. Gersen consiguió a duras penas ponerse en pie, los brazos colgando. Contempló el enorme cuerpo de piel oscura. Nunca había luchado con tanta ferocidad. ¿Estaba muerto el jefe? Golpes más débiles habrían matado a hombres más débiles.
Gersen se tambaleó hasta donde Alusz Iphigenia le esperaba sollozando.
-Dile a los guerreros que cuiden a su jefe -susurró con un hilo de voz-. Es un gran luchador, y el enemigo de mi enemigo.
Alusz Iphigenia habló. Un murmullo se elevó entre los espectadores. Algunos guerreros examinaron al jefe inconsciente, luego miraron a Gersen. Apenas podía tenerse en pie. Luces parpadeantes, los rostros se desdibujaban como en una pesadilla. Luchó por respirar y, al levantar la vista, divisó un racimo de estrellas en forma de cimitarra...
-Vamos -dijo Alusz Iphigenia.
Se levantó y le condujo a la tienda. Nadie les cerró el paso.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"

viernes, julio 15, 2005

Alusz Iphigenia hizo lo que le pedía. El jefe avanzó otros dos pasos y señaló con el dedo a un fornido y joven guerrero.
-Humilla a este hombre, castígale hasta mostrar bien a las claras su pobre condición.
El guerrero se quitó su arnés.
-El hombre blanco lleva armas de cobardes -dijo el jefe-. Hazle saber que debe luchar como un hombre, con cuchillo o con las manos desnudas. Que se despoje de su lanzarrayos.
La mano de Gersen buscó su proyector, pero los guerreros más cercanos le sujetaron antes de que pudiera hacer el menor movimiento. Tendió lentamente sus armas a Alusz Iphigenia, y se despojó de la chaqueta y la camiseta. Su oponente portaba un pesado cuchillo de doble filo; Gersen extrajo el suyo de hoja estrecha.
Despejaron un área arenosa enmarcada por tres hogueras. Los tadousko-oi formaron un círculo con sus rostros de aspecto solemne, de color del hígado, casi como los de un insecto.
Gersen se lanzó hacia su enemigo. Era más alto que él, de fuertes músculos y movimientos veloces. Manejaba su pesado puñal como si fuera una pluma. Gersen aferraba con fuerza su arma. El joven guerrero movía su puñal en un círculo hipnótico; el acero brillaba a la luz de las llamas.
Gersen actuó con súbita determinación. Su cuchillo hendió el aire, hizo un corte en la muñeca del guerrero y se deslizó hasta su hombro. El puñal cayó de los dedos paralizados; el guerrero miró con estupor su mano inútil. Gersen se aproximó, recogió el puñal, esquivó una patada y golpeó al guerrero sobre la oreja con la hoja del cuchillo. El guerrero se tambaleó, y Gersen le golpeó de nuevo, hasta que se desplomó pesadamente sobre la arena.
Gersen devolvió el puñal a la vaina del guerrero, regresó al lado de Alusz Iphigenia y empezó a vestirse.
Un murmullo recorrió el círculo de espectadores; no hubo aplausos ni muestras de desaprobación; apenas un atisbo de disgusto mezclado con algo de asombro.
Todos miraban al jefe, que dio un paso al frente. Habló en voz alta con cierta cadencia rítmica:
-Hombre blanco, has derrotado a este joven guerrero. No voy a criticar el método poco convencional que has empleado, aunque nosotros, los tadousko-oi, consideramos que es propio de seres débiles liquidar estos asuntos con tanta rapidez. Además, lo único que has probado es que tu categoría es superior a la del joven guerrero. Has de luchar otra vez.

Jack Vance "La máquina de matar"

jueves, julio 14, 2005

Cuando la comida estuvo a punto cada guerrero extrajo un cuenco de acero del casco y lo zambulló en la olla hirviente, sin preocuparse de las quemaduras. Como no tenían cuencos, Gersen y Alusz Iphigenia se sentaron pacientemente, viendo como los guerreros comían con los dedos acompañándose de pedazos de pan duro. El primero que terminó lavó el tazón con arena y se lo alargó a Gersen, que le dio las gracias, lo hundió en el brebaje, y se lo entregó a Alusz Iphigenia; una actitud que despertó un murmullo de irónicos comentarios. En seguida le trajeron otro cuenco y Gersen se sirvió de la olla. El cocido no sabía mal, a pesar de que llevaba gran cantidad de sal y pimienta. El pan estaba duro y tenía un registo a hierbas quemadas. Los guerreros se acomodaron alrededor del fuego sin risas ni bromas.
El jefe se levantó y entró en su tienda. Gersen escudriñó el paraje en busca de un lugar para él y para Alusz Iphigenia. La noche sería fría y sólo tenían las capas para taparse. Los tadousko-oi, todavía más desabrigados que ellos, planeaban evidentemente acostarse cerca del fuego... Los guerreros miraban a Alusz Iphigenia de una forma sorprendente. Gersen lo hizo también. Estaba sentada con los ojos clavados en el fuego y los brazos alrededor de las rodillas; nada fuera de lo común. El jefe apareció en el umbral de la tienda y frunció el entrecejo con impaciencia. Llamó por señas a la joven.
Gersen se puso poco a poco en pie. Alusz Iphigenia dijo en voz baja, sin desviar la mirada de la hoguera:
-Las mujeres son seres inferiores para los tadousko-oi... Pertenecen a todos por igual, y el guerrero de mayor rango se acuesta con... la primera que se le presenta.
-Explícale que ésa no es nuestra costumbre -dijo Gersen volviendo la cabeza hacia el jefe.
-No podemos hacer nada. Somos...
-Díselo.
Alusz Iphigenia transmitió las palabras de Gersen al jefe. Los guerreros sentados junto al fuego se inmovilizaron de repente. El jefe parecía atónito, y avanzó dos pasos.
-En vuestra tierra estáis obligados a observar vuestras propias costumbres -dijo-, pero esto es Skar Sakau, y debéis aceptar nuestras normas. ¿Acaso es ese hombre pálido el guerrero de mayor rango entre los presentes? No, desde luego que no. Por lo tanto, tú, la mujer blanca, has de venir a mi tienda. Es la tradición de Skar Sakau.
-Dile que en mi país soy un guerrero de altísima graduación -Gersen no esperó a que le tradujeran-; que si vas a dormir con alguien, ése soy yo.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, julio 13, 2005

Una súbita parada interrumpió sus pensamientos. El jefe estaba consultando con algunos de sus lugartenientes. Su atención estaba concentrada en un punto muy elevado, sobre un risco en el que se adivinaba las estructuras de un poblado.
Alusz Iphigenia se removió entre sus brazos.
-Es un poblado enemigo. Los tadousko-oi disputan entre ellos mismos.
El jefe hizo una señal; tres exploradores desmontaron, se adelantaron y examinaron el sendero. Cuando llevaban recorridos unos trescientos metros, graznaron una advertencia y saltaron hacia atrás, justo a tiempo para evitar que un gran fragmetno de roca les aplastara.
Los guerreros no movieron ni un músculo. Los exploradores continuaron su camino y desaparecieron. Regresaron media hora más tarde.
El jefe ordenó que las monturas siguieran adelante. Desde lo alto cayeron objetos parecidos a peras grises, si bien el tamaño y el color eran engañosos; se trataba de guijarros que se rompían en mil pedazos al estrellarse en la senda. Los guerreros, sin ponerse de acuerdo, intentaban parapetarse de la lluvia corriendo, caminando a paso lento, tirándose al suelo o quedándose de pie inmóviles. El ataque cesó cuando Gersen y Alusz Iphigenia hubieron salvado la zona de peligro.
Más allá del pueblo, el valle daba paso a una pradera en forma de media luna. Un frondoso bosque bordeaba el río. En este punto se detuvo una montura que iba a la cabeza, y por primera vez un murmullo de palabras recorrió la fila:
-Dnazd.
Pero no se veía rastro del dnazd. Los guerreros, acuclillados sobre sus animales, atravesaron la pradera con evidente temor.
Oscurecía. Jirones de cirros brillaban como bronce en lo alto, iluminados por el sol del ocaso. La partida se introdujo por una hendedura entre las rocas, no más ancha que una grieta, que apenas permitía el paso de las monturas. Gersen habría podido tocar ambas paredes con sólo extender los brazos. La grieta se ensanchó y dio paso a un área circular recubierta de arena. Todos se apearon. Apartaron las monturas y las ataron juntas. Algunos guerreros recogieron agua de una charca cercana con cubos de cuero y dieron de beber a las bestias, mientras otros encendía fogatas, y ponían a hervir algo que olía a rancio en unas ollas.
El jefe y sus lugartenientes se retiraron a un lado y conferenciaron en voz baja. El jefe miró a Gersen y a Alusz Iphigenia, e hizo un ademán. Dos de los guerreros montaron una tienda de tela negra. Alusz Iphigenia exhaló un breve suspiro y fijó la vista en el suelo.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, julio 12, 2005

El jefe habló otra vez con su voz bronca y rasposa; el oído de Gersen, acostumbrado a extraer significados de los infinitos dialectos y variantes del idioma universal, empezó a distinguir sonidos entre la ronquera y los gruñidos. El jefe, a pesar del ominoso sonido de su voz, no parecía hostil. Gersen intuyó que era indigno de un grupo de guerreros como éste asaltar a vagabundos desarmados.
-Decís que sois enemigos de Kokor Hekkus -parecía ser la esencia de sus palabras-. En tal caso, el hombre estará ansioso de unirse a nosotros... si, por lo visto, es un guerrero, a pesar de su aspecto desvalido.
-Dice que ésta es una partida de guerra -tradujo Alusz Iphigenia-. Tienen la impresión de que usted está enfermo, a causa de su piel blanca. Dice que si quiere venir, será en calidad de criado. Habrá mucho trabajo y mucho peligro.
-Hum. ¿Es eso lo que dice?
-Así parece desprenderse de sus palabras.
Resultaba evidente que Alusz Iphigenia no deseaba unirse al grupo.
-Pregúntele al jefe si hay alguna manera de volver a la nave.
Alusz Iphigenia planteó la pregunta; el jefe replicó, en apariencia, con cierta sorna:
-Siempre que consigan eludir al dnazd, siempre que no se extravíen a lo largo de quinientos kilómetros de montañas sin comida ni protección.
-Dice que no puede ayudarnos -tradujo Alusz Iphigenia con voz sepulcral-, pero que podemos intentarlo si queremos. -Señaló el coche aéreo-. ¿Tiene arreglo?
-Creo que no, por lo menos sin las herramientas adecuadas. Lo mejor sería marcharnos con esta gente... de momento.
La joven tradujo de mala gana las palabras de Gersen. El jefe asintió con indiferencia. A un gesto suyo, una de las monturas que cargaba sólo cuatro guerreros se aproximó. Gersen trepó a la manta que servía de silla de montar y ayudó a subir a Alusz Iphigenia.
Los ciempiés se movían con tanta suavidad como el aceite. La partida de guerra marchaba por el valle siguiendo una senda casi invisible arriba y abajo, sembrada de piedras, atravesando desfiladeros, grietas y hendeduras. A veces, cuando el valle se estrechaba de tal modo que el cielo de Thamber no era más que una delgada franja azul oscuro y el agua una corriente de jarabe negro, la procesión ascendía los riscos. Los guerreros guardaban absoluto silencio; los ciempiés se deslizaban sin hacer el menor ruido; no se oía otra cosa que el silbido del viento y el rumor del agua. Gersen era cada vez más consciente del cuerpo cálido que se apretaba contra él. Una y otra vez se recordó que tales placeres no le estaban destinados, que su vida venía determinada por el dolor y la aflicción... pero sus células, nervios e instintos protestaban, y sus brazos enlazaban con más vigor el cuerpo de Alusz Iphigenia. Ella miraba a su alrededor; su rostro se veía abstraído, melancólico, sus ojos brillaban con algo muy cercano a las lágrimas. "¿Qué le causará esa melancolía?", se preguntó Gersen. Las circunstancias eran desafortunadas, vejatorias, pero no desesperadas... todavía.

Jack Vance "La máquina de matar"

viernes, julio 08, 2005

Al divisar el coche aéreo accidentado, el grupo se detuvo sorprendido.
-Al menos no los han enviado para que nos capturaran -susurró Gersen.
Alusz Iphigenia no dijo nada. Se apretaban el uno junto al otro en la hendedura; incluso en circunstancias tan extremas, Gersen sintió que el contacto le estremecía.
Los tadousko-oi habían rodeado el coche aéreo. Algunos se apartaron e intercambiaron secos murmullos. Empezaron a rastrear el valle. Era cuestión de segundos que uno de ellos se decidiera a investigar la grieta.
-Quédese aquí -susurró Gersen a la joven-. Les distraeré.
Salió del escondite y se quedó quieto con los pulgares ceñidos en el arnés de sus armas. Los guerreros no reaccionaron por un instante; luego, uno que portaba un casco más complicado que el de los demás avanzó lentamente. Habló: palabras guturales, aparentemente derivadas del antiguo idioma universal, pero incomprensibles para Gersen. Los ojos pizarrosos del que parecía ser el jefe se desviaron de Gersen y se abrieron con estupor. Alusz Iphigenia se había situado a la vista de los recién llegados. Habló en una jerga cercana al idioma de los tadousko-oi; el jefe replicó. Los guerreros permanecían inmóviles. Gersen jamás había contemplado un cuadro más siniestro.
-Le he dicho que somos enemigos de Kokor Hekkus -explicó Alusz Iphigenia a Gersen-, que venimos de un mundo muy lejano para matarle. El jefe dice que están preparando un ataque, que van a reunirse con otros grupos y que piensan atacar Aglabat.
-Pregúntele si nos pueden transportar hasta nuestra nave. Le pagaré bien.
Alusz Iphigenia habló. El jefe gruñó con mal humor y contestó. Alusz Iphigenia tradujo:
-Se niega. Necesita de todas sus fuerzas para llevar a cabo este gran ataque. Dice que si queremos podemos unirnos a su partida. Le he dicho que usted preferiría reparar el bote aéreo.
El jefe volvió a hablar. Gersen captó la palabra "dnazd" repetida varias veces. Alusz Iphigenia se volvió, después de un curioso titubeo hacia Gersen.
-Dice que no sobreviviremos a esta noche si nos quedamos, que el dnazd nos matará.
-¿Qué es el dnazd?
-Una bestia enorme. A este lugar le llaman el Valle del Dnazd.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, julio 06, 2005

Alusz Iphigenia emitió un grito de pánico. Gersen silbó entre dientes. ¡Dos horas en Thamber y ya se enfrentaban con el desastre!
-Hemos perdido las hélices delanteras -dijo, intentando hablar con tranquilidad-. No estamos en peligro, no se asuste. Volveremos a la nave.
Pero esto era imposible: el bote aéreo colgaba en un ángulo alarmante, suspendido en el centro, sin más ayuda que las hélices posteriores.
-Tendremos que aterrizar. Creo que puedo reparar los daños. Si no me equivoco, usted dijo que esta gente no usaba armas.
-Habrá sido una ballesta capturada a Kokor Hekkus, no se me ocurre otra explicación... De veras lo siento.
-No es culpa suya.
Gersen dedicó toda su atención al bote aéreo a la deriva, tratando de mantenerlo en una posición aceptable para tomar tierra en el valle. En el último instante cortó los motores traseros, aceleró la propulsión y, por un instante, enderezó el aparato lo suficiente para posarse suavemente en un terraplén de grava a dos metros sobre el río.
Gersen se apeó y fue a comprobar los daños. Su corazón le dio un vuelco.
-¿Es grave?
-Muy grave. Quizá podría arreglarlo trasladando la hélice del centro a la parte delantera, o algo similar... A trabajar.
Sacó las herramientas de que disponía y se puso manos a la obra. Pasó una hora. La luz del mediodía se apagó y sombras azules se amontonaron. Al mismo tiempo, un olor húmedo y frío a nieve y piedra mojada invadió la zona. Alusz Iphigenia tocó el brazo de Gersen.
-¡Rápido! ¡Escondámonos! Vienen los tadousko-oi.
Gersen se dejó llevar sin protestas a una grieta entre las rocas. Un momento después, contempló uno de los más extraños espectáculos de su vida. Del valle venían veinte o treinta grandes ciempiés, cada uno montado por cinco hombres. Los ciempiés, observó Gersen, se parecían a la fortaleza construida por la firma Patch, pero mucho más pequeños. Se movían con lentitud sobre las piedras, casi como si flotaran. Los jinetes eran hombres muy musculosos, de piel marrón bruñida como cuero viejo. Tenían unos ojos fríos y saltones, bocas crueles, narices ganchudas y macizas. Llevaban toscas prendas de cuero negro, cascos de metal vulgar, una lanza, un hacha y un cuchillo de grandes dimensiones.

Jack Vance "La máquina de matar"
Dirigió el Saltaestrellas hacia Thamber, manteniendo el rumbo al norte de las montañas Skar Sakau. Después de inspeccionar con las máximas precauciones el terreno, aterrizó en una planicie apartada al pie de un pico muy alto. A derecha e izquierda se elevaban otras cumbres azotadas por los vientos; bajo sus pies, en dirección al sur, se extendía una cadena de crestas, simas y precipicios: una de las regiones más agrestes que Gersen había visto. Mientras esperaba que la presión del aire se estabilizara, bajó el coche aéreo, cogió sus armas y se envolvió en una capa, al igual que Alusz Iphigenia. Abrió la portilla y saltó al suelo de Thamber. El sol brillaba; el aire era frío; por suerte, el viento estaba en calma. Alusz Iphigenia se reunió con él y miró a su alrededor con emoción reprimida, como si a pesar de sus temores se sintiera feliz de estar en casa.
-No es usted un mal hombre, pese a lo que cuenta de sí mismo. Me ha tratado con amabilidad... con más amabilidad de la que esperaba. ¿Por qué no olvida su fantástico plan?
Gersen examinó el Saltaestrellas y las montañas circundantes; no era probable que los bárbaros se atrevieran a llegar tan alto y tan lejos.
-Viven al sur del Skar -dijo Alusz Iphigenia adivinando sus pensamientos-, donde puden alimentar a sus rebaños y saquear los graneros más cercanos a Misk. Si volamos hacia el sur, veremos sus poblados. Son los más feroces luchadores del universo, sin otras armas que cuchillos y manos.
Gersen subió a bordo del bote aéreo que, a diferencia de la plataforma volante de su viejo modelo 9-B, estaba equipado con una cúpula transparente y asientos confortables. Alusz Iphigenia subió también y partieron. El bote se dirigió hacia el sur sobrevolando los altos picos. Era un escenario impresionante. Los riscos se levantaban verticalmente sobre un valle estrecho como una grieta por el que serpenteaba un riachuelo, sólo visible porque el sol brillaba con toda la violencia del mediodía. Una cima daba a otra cima; los vientos golpeaban y zarandeaban el coche aéreo. A veces, una cascada se precipitaba desde el borde de un peñasco, deshilachada y temblorosa como un jirón de seda blanca.
Fueron dejando a sus espaldas picos y crestas, en busca de los valles que se abrían al sur. Bosques y praderas podían verse a lo lejos, y más tarde Alusz Iphigenia señaló lo que parecía un complicado túmulo de rocas encastado en un risco casi vertical.
-Un poblado de los tadousko-oi. Creerán que somos un ave mágica.
Gersen, como medida de precaución, dio un rodeo para evitar el poblado y se desvió hacia la pared del risco opuesto, que mostraba una superficie curiosamente irregular y tortuosa. Tuvo que aproximarse a menos de cien metros para darse cuenta que se trataba de otro pueblo, sujeto con increíble precariedad en la roca desnuda. Divisó algunas figuras oscuras; un hombre les apuntaba con un arma desde un tejado. Gersem maldijo y efectuó un viraje brusco pero un pesado dardo de metal se estrelló contra la proa del bote aéreo, que sufrió una sacudida, dio un bandazo y luego empezó a descender.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, julio 03, 2005

"Hay una cualidad humana que resulta difícil de definir con precisión: es posible que sea la más noble de las cualidades humanas. Contiene y supera la franqueza, la generosidad, la comprensión, la finura de la distinción, la intensidad, la rectitud de miras, el compromiso total. Participa en todas las percepciones humanas, abarca toda la historia de la humanidad. Es característica de todos los grandes genios creativos, y no se puede aprender; intentarlo es ridículo... como diseccionar una mariposa, enfocar un espectroscopio hacia el ocaso o psicoanalizar la risa de una chica. La tentativa de aprender es autodestructiva; cuando la erudición entra, la poesía sale. ¡Cuán habitual es que el hombre de talento sea incapaz de sentir! ¡Cuán decepcionantes son sus juicios si los comparamos con los del campesino que extrae su fortaleza, como Anteo, del sedimento emocional de la raza! En esencia, los gustos y preferencias de la élite intelectual, derivados de lo que han aprendido, son falsos, doctrinarios, artificiales, ordinarios, superficiales, dudosos, amorfos e hipócritas."

Vida, volumen IV, de UNSPIEK, BARÓN BODISSEY

Opiniones críticas sobre Vida, del barón Bodissey:

"Una obra monumental, si a usted le gustan los monumentos... Uno no puede dejar de recordar el grupo de Laocoön, con el buen barón apretado contra las cuerdas del sentido común; hasta el más fervoroso de sus lectores le dejaría muy a gusto en tal situación."

Revista Pancreática, St.Stephen, Bonifacio

"La gran maquinaria ingiere pesadamente sus fardos de ciencia; rechina, ruge,tiembla y, por fin, escupe su producto: minúsculas bocanadas de vapor acre multicolor."

Excalibur, Patris, Krokinole

"Seis volúmenes de despropósitos y disparates."

Academia, Londres, Tierra

"Atroz, delirante, grosero, impresentable..."

El Rigeliano, Avente, Alphanor

"Desprecia envidiosamente la carrera de grandes hombres... Imposible no sentir justa ira."

El Galáctico, Baltimore, Tierra

"Es tentador imaginarse al barón Bodissey trabajando en el marco arcadiano que promulga, rodeado por un grupo de boquiabiertos pastores de cabras."

El Orchide, Serle, Quantique

Jack Vance "La máquina de matar"

sábado, julio 02, 2005

Alusz Iphigenia era consciente de sus sospechas; por ello señaló con un gesto orgulloso los seis bellos gigantes rojos que se extendían hacia una gran estrella azul, formando una línea curva hacia abajo.
-Bien, parece que las tenemos a estribor, de modo que canción y cálculos no andaban muy desencaminados. -Desconectó el Jarnell. El Saltaestrellas quedó a la deriva-. Ahora: un racimo en forma de cimitarra; probablemente un objeto perceptible a simple vista.
-Allí -indicó Alusz Iphigenia-. Thamber está cerca.
-¿Cómo lo sabe?
-El racimo como una cimitarra. En Gentilly le llamamos el Barco de Dios. Desde aquí tiene otro aspecto.
Gersen movió la nave en dirección a la "empuñadura", conectó el escudo de fuerza y el navío saltó hacia adelante. Atravesaron el racimo, infinitas estrellas a su alrededor, y desembocaron en una región mucho más desolada.
-Era cierto -dijo Gersen-. Estamos en el extremo de la galaxia: "el margen extremo". En algún lugar, justo enfrente, nos espera "el resplandor de Thamber".
Justo enfrente vieron un grupo poco denso de estrellas.
-El sol es G ocho... naranja. ¿Cuál es el sol naranja? Allí. Ése.
La estrella anaranjada apareció algo escorada y bajo la nave. Gersen desconectó el escudo de protección. Ajustó el macroscopio hasta que mostró un planeta solitario. Aumentó el campo de ampliación: mares y continentes flotaban en el foco.
-Thamber -dijo Alusz Iphigenia Eperje-Tokay.

Jack Vance "La máquina de matar"

viernes, julio 01, 2005

-No puedo comprender la crueldad, el asesinato, el odio. Usted me produce tanto pánico como Kokor Hekkus.
-Cuando era pequeño, mi hogar fue destruido, así como toda mi familia, excepto mi abuelo. En ese momento supe que mi destino ya estaba fijado. Supe que mataría uno por uno a los cinco hombres que dirigieron el asalto. Así ha sido mi vida, y no tengo otra. No soy malvado; estoy más allá del bien y del mal... como la máquina de matar que Kokor Hekkus construyó.
-Y yo tengo la desgracia de serle útil -dictaminó Alusz Iphigenia.
Sirio brillaba a proa con su luz blanca. A lo lejos se distinguía la estrella blanco dorada que había dado su calor a la raza humana. Gersen señaló Achernar.
-Un punto de once grados y un cuarto norte es el plano galáctico que une a Sirio con Achernar. Pero la canción debe de tener mil años de antigüedad, quizá más... de modo que primero nos colocaremos en la posición de Sirio hace mil años. No es muy difícil. Luego calcularemos la posición aproximada de Achernar en la misma época... Con estos dos nuevos puntos nos desviaremos once grados y un cuarto al norte, y esperaremos que suceda lo mejor. Y como ya he efectuado los cálculos.
Ajustó con cuidado los verniers; Sirio fue creciendo ante sus ojos.
En seguida entró en funcionamiento el Jarnell. El Saltaestrellas vagó en el éter compacto.
-Ahora debemos buscar seis estrellas rojas. Es posible que se hallen alrededor de una estrella azul. Es posible que las divisemos a estribor, a menos que la canción quiera decir que el plano dorsal-ventral de la nave vaya paralelo al eje norte-sur de la galaxia.
Transcurrieron las horas. Las estrellas cercanas se precipitaban sobre estrellas más lejanas, y éstas, a su vez, corrían hacia destellos de luz aún más distantes.
Gersen estaba nervioso. Espresó en voz alta sus dudas acerca de que Alusz Iphigenia hubiera recordado bien la letra de la canción. Ella indicó con un encogimiento de hombros que le daba igual, y contraatacó insinuando que Gersen había errado los cálculos.
-¿Cuánto tiempo tardó en llegar a Intercambio?
-Dormí la mayor parte del viaje. El tiempo parecía deslizarse con mucha celeridad.
Gersen empezó a sospechar que la canción les había conducido por una ruta equivocada, que Thamber se hallaba en otro cuadrante de la galaxia, y que Alusz Iphigenia conocía muy bien este hecho.

Jack Vance "La máquina de matar"