miércoles, julio 06, 2005

Dirigió el Saltaestrellas hacia Thamber, manteniendo el rumbo al norte de las montañas Skar Sakau. Después de inspeccionar con las máximas precauciones el terreno, aterrizó en una planicie apartada al pie de un pico muy alto. A derecha e izquierda se elevaban otras cumbres azotadas por los vientos; bajo sus pies, en dirección al sur, se extendía una cadena de crestas, simas y precipicios: una de las regiones más agrestes que Gersen había visto. Mientras esperaba que la presión del aire se estabilizara, bajó el coche aéreo, cogió sus armas y se envolvió en una capa, al igual que Alusz Iphigenia. Abrió la portilla y saltó al suelo de Thamber. El sol brillaba; el aire era frío; por suerte, el viento estaba en calma. Alusz Iphigenia se reunió con él y miró a su alrededor con emoción reprimida, como si a pesar de sus temores se sintiera feliz de estar en casa.
-No es usted un mal hombre, pese a lo que cuenta de sí mismo. Me ha tratado con amabilidad... con más amabilidad de la que esperaba. ¿Por qué no olvida su fantástico plan?
Gersen examinó el Saltaestrellas y las montañas circundantes; no era probable que los bárbaros se atrevieran a llegar tan alto y tan lejos.
-Viven al sur del Skar -dijo Alusz Iphigenia adivinando sus pensamientos-, donde puden alimentar a sus rebaños y saquear los graneros más cercanos a Misk. Si volamos hacia el sur, veremos sus poblados. Son los más feroces luchadores del universo, sin otras armas que cuchillos y manos.
Gersen subió a bordo del bote aéreo que, a diferencia de la plataforma volante de su viejo modelo 9-B, estaba equipado con una cúpula transparente y asientos confortables. Alusz Iphigenia subió también y partieron. El bote se dirigió hacia el sur sobrevolando los altos picos. Era un escenario impresionante. Los riscos se levantaban verticalmente sobre un valle estrecho como una grieta por el que serpenteaba un riachuelo, sólo visible porque el sol brillaba con toda la violencia del mediodía. Una cima daba a otra cima; los vientos golpeaban y zarandeaban el coche aéreo. A veces, una cascada se precipitaba desde el borde de un peñasco, deshilachada y temblorosa como un jirón de seda blanca.
Fueron dejando a sus espaldas picos y crestas, en busca de los valles que se abrían al sur. Bosques y praderas podían verse a lo lejos, y más tarde Alusz Iphigenia señaló lo que parecía un complicado túmulo de rocas encastado en un risco casi vertical.
-Un poblado de los tadousko-oi. Creerán que somos un ave mágica.
Gersen, como medida de precaución, dio un rodeo para evitar el poblado y se desvió hacia la pared del risco opuesto, que mostraba una superficie curiosamente irregular y tortuosa. Tuvo que aproximarse a menos de cien metros para darse cuenta que se trataba de otro pueblo, sujeto con increíble precariedad en la roca desnuda. Divisó algunas figuras oscuras; un hombre les apuntaba con un arma desde un tejado. Gersem maldijo y efectuó un viraje brusco pero un pesado dardo de metal se estrelló contra la proa del bote aéreo, que sufrió una sacudida, dio un bandazo y luego empezó a descender.

Jack Vance "La máquina de matar"