miércoles, julio 20, 2005

Antes del amanecer los guerreros se levantaron, reavivaron las brasas y prepararon el desayuno. El jefe, la cabeza llena de moretones, estaba recostado contra una roca, la mirada perdida en algún punto del terreno. Nadie le hablaba, y él hacía lo mismo con los demás. Gersen salió de la tienda acompañado de Alusz Iphigenia. Ella le había vendado la muñeca izquierda y dado masajes en el brazo derecho. A pesar de un sinfín de magulladuras, dolores y la torcedura de muñeca, no se hallaba en mal estado. Caminó hacia el lugar en que el jefe estaba sentado y trató de hablarle en el áspero dialecto de Skar Sakau:
-Luchaste bien.
-Tú luchaste mejor -murmuró el jefe-. No me daban una paliza desde que era pequeño. Te llamé cobarde. Me equivoqué. No me mataste; por este gesto te has convertido en miembro del clan, y en su jefe. ¿Cuáles son tus órdenes?
-¿Qué pasaría si ordenara a la partida que nos condujera a mi nave?
-No te obedecerían. Los hombres huirían al galope. Yo fui lo que tú eres... un jefe militar. Más allá de este punto, mi autoridad estaba en función de que pudiera hacerla cumplir. Y contigo pasará lo mismo.
-En ese caso, consideraremos los acontecimientos de anoche como un ejercicio amistoso. Tú eres el jefe, nosotros tus invitados. Cuando nos convenga abandonaremos vuestra compañía.
El jefe se puso trabajosamente en pie.
-Si ésos son tus deseos, háganse. Atacaremos a nuestro enemigo Kokor Hekkus, señor de Misk.

Jack Vance "La máquina de matar"