domingo, julio 24, 2005

El sol poniente tiñó el cielo de púrpura; las torres de Aglabat se iluminaron. Esa noche nadie se atrevió a ofender a Alusz Iphigenia que, como la noche anterior, ocupó la tienda negra.
La proximidad de su presencia desmoronó por fin el autocontrol de Gersen; la cogió por los hombros, escudriñó su rostro sombrío y la besó; ella dio señales de responder. ¿Lo hizo? La oscuridad velaba su expresión. La besó otra vez y notó el contacto húmedo de su rostro; estaba llorando. Gersen retrocedió malhumorado.
-¿Por qué lloras?
-Emociones reprimidas, supongo.
-¿Porque te besé?
-Claro.
De pronto le invadió una sensación de malestar. La tenía en su poder, sujeta a sus caprichos. No deseaba su sumisión; deseaba su pasión.
-¿Y si las circunstancias fueran diferentes? Imagina que estuviéramos en Draszane, que no tuvieras problemas. Supón que viniera a ti, así, y te besara. ¿Qué harías?
-Nunca volveré a ver Draszane. Estoy abrumada por el dolor. Soy tu esclava. Haz lo que quieras.
Gersen se sentó en el suelo de la tienda.
-Muy bien. Me iré a dormir.

Jack Vance "La máquina de matar"