miércoles, julio 06, 2005

Alusz Iphigenia emitió un grito de pánico. Gersen silbó entre dientes. ¡Dos horas en Thamber y ya se enfrentaban con el desastre!
-Hemos perdido las hélices delanteras -dijo, intentando hablar con tranquilidad-. No estamos en peligro, no se asuste. Volveremos a la nave.
Pero esto era imposible: el bote aéreo colgaba en un ángulo alarmante, suspendido en el centro, sin más ayuda que las hélices posteriores.
-Tendremos que aterrizar. Creo que puedo reparar los daños. Si no me equivoco, usted dijo que esta gente no usaba armas.
-Habrá sido una ballesta capturada a Kokor Hekkus, no se me ocurre otra explicación... De veras lo siento.
-No es culpa suya.
Gersen dedicó toda su atención al bote aéreo a la deriva, tratando de mantenerlo en una posición aceptable para tomar tierra en el valle. En el último instante cortó los motores traseros, aceleró la propulsión y, por un instante, enderezó el aparato lo suficiente para posarse suavemente en un terraplén de grava a dos metros sobre el río.
Gersen se apeó y fue a comprobar los daños. Su corazón le dio un vuelco.
-¿Es grave?
-Muy grave. Quizá podría arreglarlo trasladando la hélice del centro a la parte delantera, o algo similar... A trabajar.
Sacó las herramientas de que disponía y se puso manos a la obra. Pasó una hora. La luz del mediodía se apagó y sombras azules se amontonaron. Al mismo tiempo, un olor húmedo y frío a nieve y piedra mojada invadió la zona. Alusz Iphigenia tocó el brazo de Gersen.
-¡Rápido! ¡Escondámonos! Vienen los tadousko-oi.
Gersen se dejó llevar sin protestas a una grieta entre las rocas. Un momento después, contempló uno de los más extraños espectáculos de su vida. Del valle venían veinte o treinta grandes ciempiés, cada uno montado por cinco hombres. Los ciempiés, observó Gersen, se parecían a la fortaleza construida por la firma Patch, pero mucho más pequeños. Se movían con lentitud sobre las piedras, casi como si flotaran. Los jinetes eran hombres muy musculosos, de piel marrón bruñida como cuero viejo. Tenían unos ojos fríos y saltones, bocas crueles, narices ganchudas y macizas. Llevaban toscas prendas de cuero negro, cascos de metal vulgar, una lanza, un hacha y un cuchillo de grandes dimensiones.

Jack Vance "La máquina de matar"