jueves, julio 21, 2005

La partid estaba lista para la marcha. Un explorador fue a reconocer el valle, pero volvió en seguida.
-¡Dnazd!
-¡Dnazd! -repitió un coro de voces.
Pasó una hora; el sol surgió tras el horizonte. El explorador se adelantó de nuevo, y regresó para informar que el camino se veía despejado. La comitiva se adentró en el valle batido por el viento.
A mediodía el valle se ensanchó, y, cuando la partida de guerra doblaba una curva, la abertura practicada en las laderas rocosas reveló una amplia vista de una tierra verde iluminada por el sol.
Diez minutos después llegaron a un lugar en el que estaban amarrados unos sesenta o setenta ciempiés. Algunos guerreros deambulaban por la zona. El jefe descabalgó y conferenció con otros de rango similar; sin más dilación toda la tropa descendió por el valle. Una hora antes del ocaso, al pie de las colinas, desembocaron en una ondulada sabana, en la que pacían rebaños de pequeños rumiantes negros, vigilados por hombres y adolescentes que montaban en animales del mismo tipo, pero de mayor envergadura. En cuanto vieron a los tadousko-oi huyeron a la desbandada, pero luego, al ver que no les perseguían, se pararon y les observaron con asombro.
A medida que avanzaban aumentaban las señales de presencia humana. Primero fueron cabañas dispersas, luego casas redondas de altos tejados cónicos, y después pueblos. En todas partes se producía la misma agitación: nadie se atrevía a plantar cara a los tadousko-oi.
Aglabat, edificada sobre una llanura verde, apareció ante sus ojos al ocultarse el sol. Murallas almenadas de piedra parda rodeaban la ciudad, que parecía una masa compacta de altas torres circulares. Un pendón marrón y negro ondeaba en la mayor de todas, justo al centro del conjunto pétreo.
-Kokor Hekkus está ahí -señaló Alusz Iphigenia-. El pendón nunca se alza en su ausencia.
Los guerreros se aproximaron a la ciudad, pisando un césped tan verde y reluciente como el de un parque.
-Será mejor que nos separemos de los tadousko-oi antes de que pongan cerco a la ciudad -aconsejó Alusz Iphigenia, que mostraba signos de inquietud.
-¿Por qué?
-¿Acaso piensas que Kokor Hekkus se va a dejar coger desprevenido? En cualquier momento los Guerreros Pardos saldrán a la carga. Habrá una terrible batalla, puede que nos maten, o peor, que nos capturen, sin la menor esperanza de acercarnos a Kokor Hekkus.

Jack Vance "La máquina de matar"