domingo, enero 29, 2006

Diez minutos antes de la cita, Gersen aparcó su coche aéreo de alquiler en un prado de los arrabales de Kusiness y bajó. Cubría su traje de arlequín con una capa; llevaba el antifaz en el bolsillo.
La tarde era calurosa y soleada, y olía a otoño. Navarth no había podido elegir mejor día. Gersen inspeccionó sus vestimentas con sumo cuidado. El traje de arlequín no ofrecía muchos escondites, pero se las arregló como pudo. En el cinturón llevaba una hoja afilada de vidrio; la hebilla hacía las veces de mango. Portaba un proyector atado al brazo izquierdo, y un veneno oculto en la manga derecha. Protegido de esta guisa, Gersen se envolvió en la capa y caminó hasta el pueblo, un conjunto de edificios de hierro negro antiguo y piedra batida, a la orilla de un pequeño lago. El panorama era bucólico y encantador, casi medieval; la posada, quizá la estructura más reciente del pueblo, tenía al menos 400 años de antigüedad. Un joven vestido de gris y negro vino a su encuentro.
-¿Va a la fiesta, señor?
Gersen asintió y dejó que le condujera hasta un muelle al borde del lago, donde aguardaba un barco con dosel.
-El antifaz, por favor -dijo el joven.
Gersen se colocó la máscara, subió a bordo y el barco derivó hacia la otra orilla.
Parecía que era el último en llegar. Ante un aparador semicircular se agolpaban unos veinte invitados, cohibidos con sus vestimentas. Navarth, inconfundible a pesar de todo, se adelantó y despojó a Gersen de su capa.
-Pruebe esta cosecha mientras espera; es ligera, sedosa y le fascinará.
Gersen tomó la copa y se hizo a un lado. Veinte hombres y mujeres: ¿cuál era Viole Falushe? Si se hallaba presente, no daba señales de vida. Una joven esbelta permanecía de pie a su lado, rígida como si el vaso contuviera vinagre. Navarth había permitido que Zan Zu acudiera a la fiesta, después de todo. O la había obligado a venir, a juzgar por su actitud. Contó: diez hombres, once mujeres. Si los sexos iban a estar emparejados, todavía faltaba un hombre. Mientras Gersen contaba el barco arribó al otro muelle: un hombre aguardaba. Era alto y enjuto. Su porte combinaba la indolencia con la tirantez. Gersen lo examinó minuciosamente; si no era Viole Falushe, reunía las condiciones indispensables para serlo. El hombre se acercó al grupo con parsimonia. Navarth se precipitó hacia él con ademanes serviles y recogió la capa que el hombre le entregaba. Colgó la capa de una percha, ofreció un vaso de vino al recién llegado y se mostró más excitado que nunca. Agitaba los brazos, recorría la fila de invitados a grandes zancadas.

Jack Vance "El palacio del amor"