lunes, enero 02, 2006

Gersen estudió al hombre. Tenía un rostro como cincelado a martillazos, pelo amarillo muy corto y un cuello tan ancho como su cabeza. Su cuerpo era rechoncho y musculoso, el cuerpo de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida en un planeta de mucha gravedad.
-Creo que no le hice una zancadilla -repuso Gersen-. Pero siéntese. Comparta un vaso de vino con nosotros. Dígale a su amigo que venga también.
El hombre, los ojos en blanco, reflexionó unos segundos. Tomó una decisión.
-¡Le exijo disculpas!
-Desde luego, lo tenía en la punta de la lengua. Lamento mucho haberle causado cualquier molestia.
-No es suficiente. Desprecio a los mandriles hipócritas como usted que insultan a uno y luego pretenden salirse del asunto sin consecuencias.
-Es su privilegio. Desprecie a quien quiera. ¿Pero por qué no llama a su amigo? Podríamos entablar una amena conversación. ¿De qué mundo proviene?
Levantó su vaso para beber.
El hombre le tiró su vaso al suelo.
-Insisto en que se largue. Ya me ha ofendido bastante.
Gersen oteó por encima del hombro de su interlocutor.
-Su amigo se acerca, a pesar de todas las tonterías que está diciendo.
El hombre volvió la cabeza. Gersen le asestó una patada en la rodilla y un puñetazo en el cuello. Le cogió por un brazo y le arrojó dando vueltas a través de la pista de baile. El hombre se irguió sin esfuerzo y se precipitó sobre él. Gersen le arrojó una silla a la cara; cuando el hombre la apartó, Gersen le dio un golpe en el estómago musculoso y duro como el roble. El hombre se encogió y saltó sobre Gersen, pero cuatro matones hicieron acto de aparición: dos echaron a Gersen fuera del local por la puerta trasera, y los otros dos escoltaron a su enemigo hasta la puerta principal.
Gersen permaneció de pie en la calle sin saber qué hacer. Toda la noche, un desastre. ¿Qué le estaba pasando?

Jack Vance "El palacio del amor"