miércoles, enero 25, 2006

Eran las primeras horas de la tarde; el sol empezaba a declinar sobre el estuario. El barco vivienda estaba a oscuras; nadie respondió a las llamadas de Gersen. Apretó un botón y la puerta se deslizó a un lado.
Gersen entró y las luces se encendieron. Escrutó la pared, la parte inferior de los estantes y el videófono, con la esperanza de que Navarth hubiera anotado un número que quisiera ocultar al margen de una agenda. Gersen extrajo de un estante una sucia carpeta que contenía baladas, odas y ditirambos: Un gruñido para Gruel, Los jugos que he probado, Soy un juglar fugaz, ¡Pasan!, El sueño de Drusilla, Castillos en la arena y otras ansiedades, De los que viven bajo el imperio de la razón, De los objetos que caen y los desechos.
Gersen apartó los poemas. Registró las habitaciones. En el techo de la que ocupaba Navarth había la foto de una mujer desnuda, el doble de tamaño natural, con los brazos y las piernas extendidas y el cabello desparramado, como a punto de dar un salto hacia adelante. El guardarropa de Navarth contenía un fantástico surtido de vestidos de todos los estilos y colores, incluidos sombreros, capas y cascos. Gersen exploró los cajones y encontró objetos inesperados, pero ninguno relacionado con su investigación.
Había otras dos habitaciones más pequeñas, amuebladas de forma espartana. Un suave perfume invadía una de ellas: violetas, o quizá lilas; en la otra, asomada sobre el estuario, había un escritorio donde Navarth daría rienda suelta a sus fantasías literarias. El escritorio estaba sembrado de notas, nombres, apóstrofes y referencias, un desbordante volumen de material que Gersen no se molestó en investigar.
Volvió a la sala principal y se sirvió un vaso de moscato, apagó las luces y se instaló en la silla más confortable.
Pasó una hora. Las últimas huellas del crepúsculo desaparecieron del cielo; las luces de Dourrai brillaban sobre las olas. Una sombra oscura se hizo visible a unos cien metros de distancia... un pequeño bote. Se acercó al barco vivienda; escuchó el gopeteo de los remos y luego pasos sobre la cubierta. La puerta se abrió. Zan Zu penetró en el salón iluminado a medias. Dio un respingo de terror y retrocedió.
Gersen le cogió por el brazo.
-Espera, no te vayas. He estado esperando para hablar contigo.

Jack Vance "El palacio del amor"