lunes, enero 30, 2006

-Amigos, invitados, todos han llegado ya: un grupo selecto de ninfas y semidioses, poetas y filósofos. Fijaos en nuestros modelos: naranja y rojo, negro y rojo: ¡damos vida a una inconsciente pavana! Somos actores, protagonistas y espectadores al mismo tiempo. El marco al que nos adaptamos espontáneamente, el argumento, por decirlo así, es el que he ideado: las variaciones, cambios, improvisaciones y posterior desarrollo sólo son de nuestra competencia. Debemos ser sutiles, libres, temerarios, sin perder jamás el ritmo, siempre al unísono. -Navarth elevó su vaso hasta hacerlo coincidir con un rayo de sol, bebió con gesto teatral y señaló los árboles con dramatismo-. ¡Seguidme!
A cincuenta metros había un autocar de techo amarillo y los costados esmaltados de rojo, naranja y verde. Los bancos estaban forrados de felpa naranja. En el centro había una losa de mármol, sostenidas por sátiros arrodillados también de mármol, sobre la que se erguían docenas de botellas de todos los tamaños, formas y colores, rellenas del mismo vino suave.
Los invitados subieron, el autocar arrancó y se deslizó en silencio sobre sus patines.
El autocar atravesó un bellísimo parque, rodeado de espléndidos paisajes. Poco a poco, los invitados se fueron desinhibiendo. Había risas y conversaciones, pero la mayoría se deleitaba en el vino y en la contemplación del panorama otoñal.
Gersen estudió a los hombres de uno en uno. El último llegado parecía reunir todos los requisitos para ser Viole Falushe; Gersen lo calificó como Candidato Número 1. Pero también había otros cuatro altos, enjutos, sombríos y sosegados (Cándidatos Números 2, 3, 4 y 5).
El autocar se detuvo; los invitados descendieron en un prado salpicado de asters púpura y blanco. Navarth, brincando y saltando como una cabra, guió al grupo bajo un bosquecillo de altos árboles. Serían las tres; el sol caía sobre los macizos de hojas doradas e incidía en un gran dosel de seda marrón y dorada ribeteada de grises verdosos y azules. El dosel cubría un pabellón de seda sostenido por mástiles blancos helicoidales.
Alrededor del pabellón se distribuían veintidós sillas de respaldo alto. Ante cada una había un taburete antiguo de ébano engastado de nácar y cinabrio, con un tazón bermejo sobre cada uno. Navarth, siguiendo algún criterio enigmático, distribuyó a sus invitados en las espléndidas sillas. A Gersen le tocó en un extremo del pabellón; Zan Zu estaba a varias sillas de distancia, y los cinco candidatos enfrente. De algún lugar cercano surgía música, o algo parecido a música: una sucesión de acordes equívocos, tan tenues a veces que casi no se podían oír, y en otras equívocos, complejos y desconcertantes, sin llegar a completar o producir una progresión, pero siempre embriagadores.

Jack Vance "El Palacio del Amor"