domingo, enero 08, 2006

A las diez de la mañana siguiente Gersen volvió al barco vivienda. Todo había cambiado. El sol era cálido y amarillo. El cielo, que resplandecía con el azul de la Tierra, se veía tachonado de nubes algodonosas. Navarth tomaba el sol en la cubierta.
Gersen descendió por la escalerilla y atravesó el embarcadero.
Se detuvo junto a la plancha.
-¡Hola! ¿Puedo subir a bordo?
Navarth volvió la cabeza con parsimonia y examinó a Gersen con los ojos amarillos y entrecerrados de un pollo enfermo. Desvió la vista para contemplar una fila de barcazas que se deslizaban en silencio levantando chorros de agua. Habló con voz tenue:
-No simpatizo con las personas de hígado débil, que alzan las velas para navegar a sotavento.
Gersen asumió la pulla como una invitación implícita para subir.
-Dejando aparte mis defectos, ¿qué sucedió?
-Nos extraviamos. La búsqueda, la misión...
-¿Qué búsqueda? ¿Qué misión?
-Desaprovechó su oportunidad. Cada una se presenta sólo una vez...
-¿Qué me dice de Viole Falushe? ¿Cómo sabía que estaría en el Café de la Armonía Celestial?
-Nada más simple. Le dije que iríamos allí.
-¿Cuándo le informó?
-Sus preguntas me aburren. ¿Debo ser yo quién ponga en hora su reloj? ¿Debo consultarle como a un oráculo? Nos movemos en planos diferentes.
-¿Qué me sugiere ahora?
-Le invitaremos a una pequeña fiesta. Un banquete, tal vez.
-¿Piensa que aceptaría?
-Desde luego, siempre que se planifique con cuidado.
-¿Cómo puede estar seguro? ¿Cómo sabe con certeza que se halla en la Tierra?
-¿Ha visto alguna vez un gato deslizándose entre la hierba? Hay momentos en que se detiene, una pata en alto, y maulla. ¿Existe alguna razón para esos sonidos?

Jack Vance "El palacio del amor"