martes, enero 31, 2006

Navarth ocupó su lugar y todos se sentaron en silencio. Del pabellón surgieron diez muchachas desnudas, salvo por unas zapatillas doradas y rosas amarillas en las orejas. Transportaban bandejas con copas de grueso cristal verde llenas del mismo vino suave de antes.
Navarth se quedó en su silla; los invitados le imitaron. Hojas amarillas doradas por el sol caían amorosamente sobre el pabellón; un aroma perfumado flotaba en el aire. Gersen probó el vino con precaución. No podía arriesgarse a caer en una trampa. Muy cerca se hallaba Viole Falushe, una situación por la que hubiera pagado gustosamente un millón de UCL. El astuto Navarth no había cumplido su promesa al pie de la letra. ¿Dónde estaban las "negras radiaciones"? Concedía la mayor plausibilidad a los Candidatos 1, 2 y 3, pero, en este sentido, no se sentía inclinado a confiar en sus poderes parapsíquicos.
La tensión y la expectación se traslucían en el ambiente. Navarth se acurrucaba en su silla como si ya se estuviera divirtiendo. Las muchachas desnudas, moteadas por la luz del sol y la sombra de las hojas servían vino y se movían con lentitud, como si caminaran bajo el agua. Navarth ladeó la cabeza, al igual que si captara sonidos provenientes de una gran distancia. Habló con voz exultante, y los acordes errabundos parecieron adaptarse al ritmo de sus palabras y crear música.
-Algunos de los aquí presentes han conocido emociones de muy diversa índole. Nadie puede experimentar todas las emociones, porque son infinitas y fugitivas. Algunos de los aquí presentes son imprudentes, incólumes, vírgenes... y no lo saben. ¡Miradme! ¡Soy Navarth, mejor conocido como el poeta loco! Es inevitable. Sus nervios son conductivos, transportan chorros incontenibles de energía. Tiene miedo... ¡mucho miedo! Siente el movimiento del tiempo. Entre sus dedos fluye un latido cálido, como si asiera una arteria al descubierto. Al menor sonido (una risa lejana, el murmullo del agua, una ráfaga de viento) enferma y desfallece, porque estos sonidos jamás volverán a producirse. ¡Ésta es la estremecedora tragedia del viaje que todos emprendemos! ¿Le gustaría al poeta loco que todo fuera diferente? ¿Nunca jubiloso? ¿Nunca desesperado? -Navarth se puso en pie de un brinco y bailó una jiga-. Todos los que estamos aquí somos poetas locos. Si queréis comer, os aguardan las delicias del mundo. Si queréis meditar, sentaos en vuestras sillas y contemplad la caída de las hojas. Fijaos cuán lentos son sus movimientos: el tiempo se ha paralizado en nuestro honor. Si queréis exaltaros, esta magnífica cosecha no empalaga ni atonta. Si queréis explorar proximidades eróticas, distancias medias u horizontes lejanos: valles y enramadas nos rodean. -Su voz descendió una octava; los acordes disminuyeron todavía más de intensidad-. No puede haber sombra sin luz, sonido sin silencio. El júbilo bordea la frontera del pánico. Soy el poeta loco. ¡Soy la vida! Por lo tanto, consecuencia inevitable, la muerte está también conmigo. Pero allí donde la vida clama sus exigencias, la muerte guarda silencio. ¡Contemplemos las máscaras!
Navarth fue señalando con el dedo a todos los silenciosos arlequines que componían el círculo.
-La muerte está aquí, la muerte acecha a la vida. No es una muerte estúpida, ni desorientada; es una muerte decidida, absorta en una sola vela. Así que no temáis, aunque tengáis motivos para temer... -Navarth volvió la cabeza-. ¡Escuchad!
Desde muy lejos llegó el alegre sonido de música. Fue aumentando de volumen, y cuatro músicos irrumpieron en el claro: uno con castañuelas, un guitarrista y dos violinistas, tocando con el entusiasmo suficiente para levantar los ánimos de cualquiera. De repente se interrumpieron. El de las castañuelas sacó una flauta, y la música derivó hacia una melancolía insostenible. Sin cambiar de tema desaparecieron entre los árboles y el sonido murió. Los acordes indecisos de antes retornaron, sin principio ni final, tan sencillos y naturales como respirar.

Jack Vance "El palacio del amor"