martes, abril 25, 2006

-Trata de identificar a Viole Falushe. Querrá hacer el amor contigo. Si le rechazas esconderá su despecho, pero puedes reconocerle por una mirada, una amenaza, un rasgo familiar... Es posible que flirtee con alguien y te espíe para ver tus reacciones.
-No lo entiendo muy bien.
Drusilla volvió a morderse el labio.
-Haz todo lo que puedas, pero cuídate. No te busques más problemas. Aquí viene Tanzel.
-Buenos días, buenos días -dijo Tanzel alegremente. Se dirigió a Drusilla - : Tiene el aspecto de haber perido a su último amigo. Esto no sucederá mientras Harry Tanzel continúe a bordo. ¡Ánimo! Vamos en camino del Palacio del Amor.
-Lo sé -asintió Drusilla.
-El lugar adecuado para una chica bonita. Yo me encargaré de enseñarle todas las cosas de interés, si puedo librarme de todos mis competidores-
-No habrá competición -rió Gersen-. Mi trabajo ocupa todo mi tiempo, por desgracia.
-¿Trabajo? ¿En el Palacio del Amor? ¿Practica el ascetismo?
-Soy periodista. Preparo una colección de artículos para Cosmópolis.
-¡Ni se le ocurra nombrarme! -le advirtió con sorna Tanzel-. Algún día me casaré; no soportaría vivir con fama de libertino.
-Seré discreto.
-Bien. Venga conmigo -Tanzel cogió a Drusilla por el brazo-. Le ayudaré con sus ejercicios matinales. ¡Cincuenta vueltas a la cubierta!
Se alejaron, no sin que antes Drusilla dedicara una última mirada de desamparo a Gersen.
Navarth se materializó a su lado.
-Es uno de ellos. ¿Será ése?
-No lo sé. Ha empezado con mucha fuerza.

Jack Vance "El palacio del amor"

domingo, abril 23, 2006

Gersen miró en dirección a Drusilla, que hablaba con Hule, el joven druida. Llevado por la emoción se había echado la capucha hacia atrás. Un chico hermoso: serio, con un aspecto de tensión interna que debía seducir a las mujeres. De hecho, Drusilla le estaba examinando con cierto interés. La druida Wust ladró una orden perentoria. Hule se tapó con la capucha y desapareció cabizbajo.
Gersen fue al encuentro de Drusilla. Ella le dio una bienvenida forzada.
-¿Te sorprendió vernos en el hotel? -preguntó Gersen.
-No esperaba veros otra vez. ¿Qué me ha de suceder? ¿Por qué soy tan importante?
Gersen, sospechando todavía la existencia de micrófonos ocultos, habló con cautela:
-No sé lo que pasará. Te protegeré si puedo. Eres importante por tu parecido con una chica a la que Viole Falushe amó hace tiempo y que le rechazó. Es posible que se halle a bordo del yate, como un pasajero más. Así que debes ir con mucho tiento.
-¿Cuál?
Drusilla paseó una mirada temerosa por la cubierta.
-¿Te acuerdas del hombre que había en la fiesta de Navarth?
-Sí.
-Tiene que ser un hombre muy parecido a aquél.
-No sé que precauciones tomar -dijo Drusilla con una mueca-. Me gustaría ser otra persona. -Miró por encima del hombro-. Sácame de aquí.
-Ahora no.
-¿Por qué he tenido que ser yo?
Drusilla se mordió el labio.
-Te respondería si supiera quién eres en realidad. ¿Zan Zu? ¿Drusilla Wayles? ¿Jheral Tinzy?
-No soy ninguna de ellas -contestó la muchacha con voz contrita.
-¿Quién eres?
-No lo sé.
-¿No tienes nombre?
-Un hombre me llamó Spooky en el salón... Casi no parece un nombre. Prefiero Drusilla Wayles. -Fijó la mirada en él-. No eres periodista, ¿verdad?
-Soy Henry Lucas, un monomaníaco. Y no debo hablar mucho rato contigo. Ya sabes por qué.
-Como quieras...
La cara de Drusilla perdió todo rastro de animación.

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viernes, abril 21, 2006

Gersen se despertó a causa del balanceo del yate. Hacía poco que había amanecido: el sol penetraba el camarote a través de la sección del casco sobre la línea de flotación. Por debajo fluían las aguas azules que el sol todavía no iluminaba.
Gersen se vistió, fue a la sala y descubrió que era el primero en levantarse. Se veía tierra a cuatro o cinco millas a estribor: una playa estrecha bordeada de árboles, detrás unas colinas bajas, y al fondo la silueta de unas montañas púrpura.
Gersen se preparó el desayuno. Mientras comía entraron algunos de los invitados, y al poco rato se presentó el resto. Se pusieron a devorar carne asada, pasteles, bebieron infusiones y expresaron su sorpresa ante el maravilloso escenario y la suavidad con que se movía el yate.
Después de desayunar, Gersen subió a cubierta acompañado de Navarth, ridículo con su traje blanco. El día era perfecto. El sol arrancaba reflejos del oleaje, las nubes se elevaban por encima del horizonte. Navarth escupió a un lado, contempló el sol, el cielo, el mar.
-El viaje comienza, inocente y puro, como debe ser.
Gersen comprendió el significado de las palabras de Navarth demasiado bien, pero no hizo comentarios.
-No importa lo que piense usted de Vogel; sabe hacer bien las cosas -dijo Navarth en un tono aún más lóbrego.
Gersen examinó los botones dorados de su chaqueta. Parecían simples botones.
-Artículos de este tipo suelen disimular micrófonos -respondió a la mirada desconcertada de Navarth.
-No creo -rió Navarth-. Es posible que Vogel esté a bordo, pero no perderá el tiempo con tales artilugios. Tendría miedo de escuchar algo desagradable. Le estropearía el viaje.
-¿Cree que está a bordo?
-Está a bordo, no tema. ¿Se perdería una experiencia como ésta? ¡Nunca! Pero ¿quién será?
-Ni usted, ni yo, ni los druidas. Tampoco Diffiani.
-No puede ser Wible, un tipo diferente por completo, demasiado joven, bien parecido y robusto. No puede ser Torrace da Nossa, aunque existe una mínima posibilidad, al igual que con los druidas. Pero yo diría que no.
-Sólo quedan tres. Los hombres altos y morenos.
-Tanzel, Mario, Ethuen. Podría ser cualquiera de ellos.
Se volvieron para examinar a los tres hombres. Tanzel estaba de pie en la proa y contemplaba el océano. Ethuen se había arrellanado en una silla y hablaba con Billika, que adoptaba un comportamiento mezcla de turbación y placer. Mario, el último en levantarse, había terminado de desayunar y apareció en cubierta. Gersen intentó compararlos con los datos que tenía de Viole Falushe. Todos eran estirados, incluso elegantes, todos podían haber sido el Candidato Número 2, el asesino vestido de arlequín que había huido por piernas de la fiesta de Navarth.
-Cualquiera podría ser Viole Falushe -señaló Navarth.
-¿Qué le pasa a Zan Zu, Drusilla, o como se llame?
-Está predestinada.
Navarth alzó las manos al aire y se marchó.

Jack Vance "El palacio del amor"

miércoles, abril 19, 2006

En la parte trasera del hotel esperaba un largo omnibús de seis ruedas y techo de seda rosada. Entre burlas, risas y réplicas agudas, los invitados (once hombres y diez mujeres) subieron y se acomodaron sobre almohadones de raso púrpura. El autocar cruzó el canal y se dirigió al sur, dejando atrás Koulilha y sus altas torres.
Durante una hora vieron pasar ciudades, granjas y huertos. A lo lejos se divisaba una línea de colinas boscosas, y se desataron toda clase de especulaciones sobre la localización exacta del Palacio del Amor. El autocar subió hacia las colinas bajo árboles altos en forma de paraguas, provistos de lustrosos troncos negros y hojas circulares amarilloverdosas. De algún lugar indeterminado llegaba el canto melodioso de los pájaros; enormes mariposas blancas revoloteaban en las sombras, cada vez más espesas y perfumadas de líquenes y otras especies. Cuando el autocar llegó a la cumbre se desplegó ante los ojos de los viajeros toda la brillantez del sol que caía a raudales; enfrente se abría un inmenso océano azul. El vehículo descendió por una carretera tortuosa y estrecha, y se detuvo en un muelle. Un yate de casco transparente, cubierta azul y superestructura de metal blanco aguardaba. Cuatro camareros uniformados de azul oscuro y blanco ayudaron a bajar a los invitados, les condujeron a un edificio formado por bloques de coral blanco y les invitaron a cambiar de ropa: trajes blancos, sandalias de cuerda y gorras blancas de lino. Los druidas adujeron enérgicamente sus convicciones religiosas. Se negaron en redondo a despojarse de sus capuchas y por fin abordaron el yate, los hombres con chaquetas y pantalones blancos, las mujeres con faldas y chaquetas blancas, y todos encapuchados como antes.
Era la hora del ocaso; el yate no zarparía hasta el amanecer. Los pasajeros se agruparon en el salón, donde les sirvieron combinados al estilo terrestre. Los dos druidas adolescentes, Hule y Bilika, iban con la capucha bastante alzada y recibieron duras reprimendas.
Después de la cena, los jóvenes -Mario, Tanzel y Ethuen- jugaron al tenis con Tralla y Mornice. Drusilla vagaba desconsoladamente cerca de Navarth, que mantenía la más extraña de las conversaciones con la druida Laidig. Gersen estaba sentado algo apartado y miraba, especulando acerca de sus responsabilidades y a quién se las debía. A veces, desde el otro lado de la estancia, Drusilla clavaba su vista en él con tristeza. Estaba claro que tenía al futuro. "Con buenas razones", pensó Gersen. No encontraba la manera de tranquilizarla. Zuli la bailarina, grácil como una anguila blanca, se paseaba sobre cubierta con Torrace da Nossa. Skebou Diffiani, el nativo de Quantique, se acodaba en la borda, sumida en los misteriosos pensamientos de su raza, y dirigía ocaionales miradas desdeñosas a Da Nossa y Zuli.
Billika fue a hablar con Drusilla, seguida de Hule, que manifestaba cierto interés en Drusilla. Billika, algo ruborizada, había probado el vino. Llevaba la capucha cuidadosamente descompuesta para exhibir su rizado cabello castaño, situación que no pasó desapercibida a la druida Laidig que, sin embargo, no podía deshacerse de Navarth.
Margary Liever charlaba con Hygen Grote y su compañera Doranie, hasta que ésta se aburrió y fue a pasear por la cubierta. Allí, con el consiguiente enfado de Grote, se le unió Lerand Wible.
Los druidas fueron los primeros en irse a la cama, seguidos por Hygen Grote y Doranie.
Gersen salió a cubierta y contempló el brillo de las estrellas del Grupo Sirneste. Al sur y al este se levantaban las olas de un océano del que desconocía el nombre. A corta distancia Skebou Diffiani se apoyaba en la barandilla y dejaba vagar su mirada por el mismo océano... Gersen volvió adentro. Drusilla se había ido al camarote. Los camareros habían preparado en el aparador carne, queso, aves, gelatina y una selección de vinos y licores.
Zuli conversaba en voz baja con Torrace da Nossa. Margary Liever se sentaba sola, una pálida sonrisa en su cara; ¿acaso cumpliendo su deseo más ardiente? Navarth estaba algo bebido y andaba contoneándose, acechando la oportunidad de llevar a cabo una escena dramática. Pero los demás parecían sosegados y no le daban el menor pie. Navarth levantó las manos y se fue a la cama, derrotado. Gersen, después de una última mirada, le imitó.

Jack Vance "El palacio del amor"

jueves, abril 13, 2006

Justo en el momento de llegar oyeron el traqueteo de un vehículo que avanzaba desde el extremo del bulevar. Frenó frente al hotel. Un hombre bajó y tendió la mano a una muchacha que, ignorándole, saltó a tierra. La joven, ataviada al estilo de Alphanor, era la antigua pupila de Navarth, conocida como Zan Zu, Drusilla y otros nombres.
Navarth la llevó aparte y la asedió a preguntas. ¿Qué le había ocurrido? ¿Dónde había estado?
Drusilla no le pudo contar mucho. Había sido conducida a la fuerza a un coche aéreo por un hombre de ojos saltones, transferida a una nave espacial y puesta bajo la custodia de tres mujeres de semblante severo. Cada una portaba un pesado anillo de oro; una vez que el veneno contenido en los anillos fue experimentado en un perro, no hubo necesidad de amenazas o advertencias.
Drusilla fue llevada a Avente y alojada en el espléndido hotel Tarquin. Las mujeres vigilaban como halcones al acecho, hablaban poco, no se alejaban más de dos o tres pasos y los anillos de oro centelleaban siniestramente. La acompañaron a conciertos, restaurantes, desfiles de moda, cines, museos y galerías de arte. Insistían en que comprara vestidos, se tiñera la piel y embelleciera. Drusilla se resistía con tosudez; a pesar de ello, las mujeres compraron trajes, le tiñeron la piel y le arreglaron el pelo. Drusilla se desquitó encorvándose, dejándose caer y tratando de comportarse con la mayor grosería. Por fin, las mujeres la condujeron al espaciopuerto; subieron a una nave que puso rumbo al Grupo de Sirneste y al planea Sogdian. Llegaron a la agencia de Rubdan Ulshaziz al mismo tiempo que otro invitado al Palacio del Amor, Milo Ethuen, que permaneció en la compañía de Drusilla durante el resto del viaje. Las tres mujeres, una vez que la nave hubo aterrizado en Kouhila, volvieron a Atar con Zog. Navarth y Gersen examinaron a Ethuen, que se había sentado en la terraza con los demás; un hombre no muy diferente de Tanzel y Mario, de cara meditabunda, cabello oscuro, brazos largos y manos finas.
El director del hotel salió a la terraza.
-Damas y caballeros, es un placer anunciarles que la espera se ha terminado. Todos los invitados del Margrave se hallan reunidos aquí; ahora continuarán su viaje hacia el Palacio del Amor. Síganme, por favor; les acompañaré a su vehículo.

Jack Vance "El palacio del amor"

miércoles, abril 12, 2006

-¡Ajá! -saltó Wible-. En efecto..., un burdel cívico.
-Llámelo como quiera. -Su informante se encogió de hombros-. Los recursos no disminuyen; la cantidad recogida se destina a los gastos públicos. Nadie se opone a los impuestos, y los recaudadores realizan con gusto su trabajo; en caso contrario, pueden hacer los pagos in situ..., y suele suceder que la chica se case antes de completar su servicio. También tenemos nuestras obligaciones para Arodin, de las que nos desembarazamos pagando con un niño de dos años. A partir de ese momento ya no pagamos más impuestos, excepto en casos especiales.
-¿Nadie se queja a la hora de entregar el niño?
-Por regla general, no. El niño es internado en una guardería nada más nacer, con el fin de no crear lazos sentimentales. La gente tiene hijos lo más pronto posible para liberarse de sus obligaciones.
-¿Y qué ocurre con los niños?
Wible intercambió miradas con Navarth y Gersen.
-Entran al servicio de Arodin. Los no aptos son vendidos al Mahrab; los útiles van al gran Palacio. Entregué un niño hace diez años; ya no debo nada a nadie.
Navarth no se pudo contener más. Se inclinó hacia adelante y apuntó con el dedo al hombre.
-¿Por eso se queda parpadeando con aire satisfecho bajo el sol? ¿No se siente culpable?
-¿Culpable? -El hombre se ajustó el sombrero con cara de asombro-. ¿De qué? He cumplido mi deber. Entregué a mi hijo; frecuento el burdel dos veces a la semana. Soy un hombre libre.
-¿Mientras su hijo que entregó hace diez años es un esclavo? ¡En algún lugar él o ella le maldice por estar aquí sentado contemplándose el ombligo!
El hombre se puso en pie, la cara encendida de furia.
-¡Esto es una incitación, un insulto muy serio! ¿Qué hacen aquí, pues, cabezas peludas, imbéciles? ¿Por qué vienen a esta ciudad si desprecian nuestras normas?
-No elegí su ciudad como punto de destino -dijo Navarth con dignidad-. Soy huésped de Viole Falushe y sólo espero que nos avise para partir.
-Ése es el nombre que recibe Arodin en los otros mundos -rió estentóreamente el hombre-. ¡Vienen a disfrutar del Palacio, y ni siquiera han pagado!
Golpeó la mesa con el puño y se marchó del café. Otros clientes que habían escuchado la conversación les volvieron la espalda de forma ostensible. Los tres regresaron al hotel cuanto antes.

Jack Vance "El palacio del amor"

lunes, abril 10, 2006

Al volver al hotel descubrieron que habían llegado dos nuevos invitados, ambos de la Tierra: Harry Tanzel, de Londres, y Gian Marino, sin domicilio fijo. Los dos eran bien parecidos (altos, facciones afiladas, pelo negro) y de edad incierta. Tanzel era quizá el más atractivo; Mario parecía más enérgico y vital.
El día local tenía veintinueve horas; cuando por fin llegó la noche los huéspedes se retiraron sin protestar a sus cubículos, pero un gong les despertó a medianoche para la última comida, siguiendo las costumbres del planeta.
La mañana les deparó la llegada de Zuly, una bailarina alta y lánquida de Valhalla, Tau Gemini VI. Era exquisitamente amanerada, lo que provocaba la sospecha y la turbación de los druidas, en especial del joven Hule, que no podía apartar los ojos de la mujer.
Una vez finalizado el desayuno, Gersen, Navarth y Lerand Wible fueron a pasear junto al canal, que transcurría por la parte de atrás del hotel. Daba la impresión de que el día era festivo; los habitantes de la ciuda exhibían sus mejores galas; algunos estaban borrachos, otros cantaban canciones dedicadas a Arodin, un héroe o gobernante popular.
Navarth les abrió camino hasta el bar del día anterior y escudriñó las mesas. Un caballero obeso de mediana edad, tocado con un sombrero verde de ala ancha, estaba sentado contemplando el bulevar, una jarra de vino junto al codo.
-Perdone, señor -dijo Navarth-. Como puede ver, somos extranjeros. Hay una o dos costumbres de la ciudad que nos sorprenden y quisiéramos que nos las aclarase.
El hombre se irguió en su silla y, tras un momento de vacilación, les invitó a acompañarle.
-Se lo explicaré lo mejor posible, aunque aquí no hay muchos misterios. Trabajamos con ganas y vivimos en la medida de nuestras posibilidades.
-Ante todo -empezó Navarth-, ¿cuál es la función de aquella torre de la que entra y sale tanta gente?
-Ah, sí. Es la oficina local de recaudación de impuestos.
-¿Recaudación de impuestos? ¿Y la gente entra y sale de pagar impuestos?
-Exacto. La ciudad se halla bajo el sabio patrocinio de Arodin. Somos prósperos porque los impuestos no merman nuestras riquezas.
-¿Cómo es posible? -terció Lerand Wible con una sonrisa escéptica.
-¿No sucede lo mismo en otras partes? El dinero que se recoge es el que se gastaría en frivolidades. El sistema beneficia a todos. Todas las muchachas de la región deben servir durante cinco años, ofreciendo un número estipulado de servicios por día. Por supuesto que las más atractivas completan el cupo antes que las feas, y existe por consiguiente un considerable incentivo para mantenerse bellas.

Jack Vance "El palacio del amor"

jueves, abril 06, 2006

Las druidas Laidig y Wust resoplaron de enojo y se ciñeron con más fuerza las capuchas. Dakaw y Pruitt desviaron la vista. Gersen se preguntó por qué los druidas, famosos por su rígida moral, se habrían atrevido a emprender viaje hacia el Palacio del Amor sabiendo que podía herir su sensibilidad. Misterios por todas partes...
Al poco rato, Gersen y Navarth fueron a pasear por la ciudad. Examinaron puestos de venta, comercios, tiendas de artesanía y viviendas con la curiosidad imperturbable de los turistas. La gente les miraba con indiferencia y una pizca de envidia. Tenían aspecto próspero, culto, cosmopolita; sin embargo, Gersen presentía algo que no podía definir... algo que no tenía que ver con el miedo, la discordia o la inquietud... Un café a la sombra de los árboles tentó a Navarth. Gersen le recordó que carecían de dinero.
Navarth no le hizo caso e insistió en tomar un vaso de vino. Gersen se encogió de hombros y acompañó a Navarth hacia una mesa. Navarth llamó al propietario.
-Somos huéspedes de Viole Falushe; no tenemos moneda local. Nos agradaría ser clientes de su café, por lo que puede enviar la factura al hotel.
-Como gusten.
El propietario hizo una exagerada reverencia.
-Entonces beberemos una botella del vino que usted nos aconseje.
Navarth afirmó que el vino era demasiado suave. Miraron a la gente pasar. Frente a ellos se alzaba una de las misteriosas torres, que a esta hora del mediodía no mostraba una gran actividad.
Navarth pidió una segunda botella y señaló la torre.
-¿Qué sucede en esa torre?
-Lo mismo que en las otras... -explicó el aturdido propietario-. Ahí se pagan los impuestos.
-Pero ¿por qué tantas torres? ¿No sería suficiente con una?
-¿Cómo dice, señor? ¿Con tanta gente como vive aquí? ¡Imposible!
Navarth se dio momentáneamente por satisfecho.

Jack Vance "El palacio del amor"

martes, abril 04, 2006

En el transcurso de la comida llegaron seis nuevos invitados, que fueron conducidos de inmediato al patio. Eran druidas de Vale, o Virgo 912 VII, y formaban dos familias, aunque tales relaciones se solían mantener en secreto. Había cuatro adultos y dos adolescentes. Todos con indumentaria similar: vestidos negros, capuchas negras y grandes zapatillas negras. Los hombres, Dakaw y Pruitt, eran altos y silenciosos; una de las mujeres, Wust, era delgada, vigorosa y de pómulos salientes. La otra, Laidig, gruesa e imponente. Hule, un chico de unos dieciséis o diecisiete años, despertó admiración por sus bellísimas facciones, la piel clara y los brillantes ojos negros. Hablaba poco y no sonreía nunca, mirándolo todo con aire de preocupación. Billika, una joven de la misma edad, era de semblante pálido y exhibía la misma mirada preocupada, como si fuera incapaz de evitar enemistades irreconciliables.
Los druidas se sentaron juntos, comieron a gran velocidad sin levantarse la capucha y apenas intercambiaron unas pocas palabras en voz baja. Cuando, al terminar la comida, los invitados volvieron a la terraza, los druidas se encaminaron resueltamente hacia ellos, se presentaron con extrema cordialidad y tomaron asiento.
Navarth les acosó a preguntas, pero sus evasivas dieron al traste con su curiosidad y no averiguó nada. La conversación se generalizó, centrada como siempre en la ciudad, que recibía el nombre de Ciudad Diez o Kouliha. Surgió el tema de las torres. ¿Cuál era su función? ¿Albergaban oficinas comerciales o viviendas? Navarth relató la explicación ofrecida por la mujer uniformada, en el sentido de que eran oficinas de recaudación de impuestos, pero los demás encontraron la idea absurda. Diffiani afirmó sin ambagues que se trataba de burdeles:
-Observen que por la mañana entran jovencitas y mujeres; luego llegan hombres.
-La hipótesis es plausible -dijo Torrace de Nossa-, pero las mujeres se van cuando quieren; además, pertenecen a todas las clases sociales, algo muy poco frecuente en tales casos.
-Sólo hay una manera de resolver el enigma. -Higen Grote guiñó el ojo a Navarth-: Sugiero que elijamos a uno de nosotros para que vaya a preguntarlo.

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lunes, abril 03, 2006

Torrace da Nossa era músico; un hombre sofisticado y elegante, quizá demasiado blando y bastante presumido, con una naturalidad que hacía difícil profundizar en la conversación. Visitaba el Palacio del Amor como paso previo a la composición de una ópera.
Lerand Wible era un ingeniero naval de la Tierra que acababa de construir un barco de vela de atrevido diseño. Las aletas eran de osmio, las velas eran alas altas de espuma revestida de metal, independientes y sin apoyos. Wible había conocido a Viole Falushe en relación con su fantástica teoría de construir un palacio flotante circular que incluiría una laguna central.
Skebou Diffiani era un hombre taciturno de áspero cabello negro, barba negra rizada y una expresión de desdén y sospecha hacia todos los demás. Provenía de Quantique, lo que explicaba sus modales reservados. Su profesión era jornalero, y su inclusión en el grupo sólo podía explicarse como un capricho de Viole Falushe.
Margary Liever había sido la primera en llegar, cinco días antes. A continuación lo hicieron Tralla y Mornice, y después Skebou Diffiani. Los siguientes fueron Lerand Wible y Torrace da Nossa, y más tarde Hygen Grote y Doranie.
Navarth les abrumó a preguntas, sin dejar de recorrer a largos pasos la terraza, mirando de soslayo a derecha e izquierda. Nadie sabía más que él, nadie sabía dónde se hallaba el Palacio del Amor o cuándo se marcharían. La incertidumbre no les preocupaba; a pesar de las habitaciones exiguas, el hotel ofrecía una cierta comodidad y tenían tiempo para explorar la ciudad: una ciudad laberíntica y misteriosa, con enigmas e incógnitas que fascinaban a unos y trastornaban a otros. Sonó un gong que indicaba la hora de comer. El almuerzo fue servido en un patio sombreado por árboles negros, verdes y escarlata. La cocina era sencilla: tortas, pescado hervido, fruta, una bebida fría de color verde pálido y pasteles de grosella.

Jack Vance "El palacio del amor"

sábado, abril 01, 2006

Las habitaciones eran unos cubículos de dos metros y medio de lado, provistos de una litera baja y estrecha, un armario y un lavabo, sólo ventilado por el enrejado de la puerta. Las quejas de Navarth, que ocupaba la habitación contigua a la de Gersen, fueron claramente audibles. Gersen se sonrió. Por razones que desconocía, así quería Viole Falushe que sus invitados aguardaran.
En el guardarropa encontró vestimentas a la moda terrestre de una tela ligera pero resistente. Gersen se lavó, afeitó, cambió de ropas y salió a la terraza. Navarth le había precedido y se había unido a las ocho personas, cuatro hombres y cuatro mujeres, que estaban sentadas. Gersen tomó asiento algo apartado y examinó al grupo. A su lado tenía a un caballaero grueso que llevaba la tirilla negra y el tono de piel beige de moda en Deslizamientos Mecánicos de Lyonesse, uno de los planetas del Grupo. Gersen no tardó en averiguar que era fabricante de accesorios para cuartos de baño y que se llamaba Hygen Grote. Su compañera Doranie era una rubia de grandes ojos, temperamento frío y excitante bronceado a la última moda.
Un par de muchachas muy serias se sentaban a un lado; estudiantes de sociología de la Universidad de la Provincia del Mar, cerca de Avente. Sus nombres eran Tralla Callob y Mornice Whill; parecían impresionadas, bastante alarmadas y se mantenían muy juntas, los pies apoyados firmemente en el suelo y las rodillas apretadas. Tralla Callob no carecía de atractivo, si bien daba la impresión de que le era indiferente y no se aprovechaba de sus encantos. Mornice Whill tenía unas facciones demasiado destacadas y estaba obsesionada con la idea de que todos los hombres del grupo intentaban destruir su castidad.
Margary Liever, una mujer terrestre de mediana edad que había ganado el primer premio del concurso televisivo "El deseo más ardiente", se veía más relajada: había elegido visitar el Palacio del Amor de Viole Falushe. Éste se había sentido complacido y accedió.

Jack Vance "El palacio del amor"