viernes, abril 21, 2006

Gersen se despertó a causa del balanceo del yate. Hacía poco que había amanecido: el sol penetraba el camarote a través de la sección del casco sobre la línea de flotación. Por debajo fluían las aguas azules que el sol todavía no iluminaba.
Gersen se vistió, fue a la sala y descubrió que era el primero en levantarse. Se veía tierra a cuatro o cinco millas a estribor: una playa estrecha bordeada de árboles, detrás unas colinas bajas, y al fondo la silueta de unas montañas púrpura.
Gersen se preparó el desayuno. Mientras comía entraron algunos de los invitados, y al poco rato se presentó el resto. Se pusieron a devorar carne asada, pasteles, bebieron infusiones y expresaron su sorpresa ante el maravilloso escenario y la suavidad con que se movía el yate.
Después de desayunar, Gersen subió a cubierta acompañado de Navarth, ridículo con su traje blanco. El día era perfecto. El sol arrancaba reflejos del oleaje, las nubes se elevaban por encima del horizonte. Navarth escupió a un lado, contempló el sol, el cielo, el mar.
-El viaje comienza, inocente y puro, como debe ser.
Gersen comprendió el significado de las palabras de Navarth demasiado bien, pero no hizo comentarios.
-No importa lo que piense usted de Vogel; sabe hacer bien las cosas -dijo Navarth en un tono aún más lóbrego.
Gersen examinó los botones dorados de su chaqueta. Parecían simples botones.
-Artículos de este tipo suelen disimular micrófonos -respondió a la mirada desconcertada de Navarth.
-No creo -rió Navarth-. Es posible que Vogel esté a bordo, pero no perderá el tiempo con tales artilugios. Tendría miedo de escuchar algo desagradable. Le estropearía el viaje.
-¿Cree que está a bordo?
-Está a bordo, no tema. ¿Se perdería una experiencia como ésta? ¡Nunca! Pero ¿quién será?
-Ni usted, ni yo, ni los druidas. Tampoco Diffiani.
-No puede ser Wible, un tipo diferente por completo, demasiado joven, bien parecido y robusto. No puede ser Torrace da Nossa, aunque existe una mínima posibilidad, al igual que con los druidas. Pero yo diría que no.
-Sólo quedan tres. Los hombres altos y morenos.
-Tanzel, Mario, Ethuen. Podría ser cualquiera de ellos.
Se volvieron para examinar a los tres hombres. Tanzel estaba de pie en la proa y contemplaba el océano. Ethuen se había arrellanado en una silla y hablaba con Billika, que adoptaba un comportamiento mezcla de turbación y placer. Mario, el último en levantarse, había terminado de desayunar y apareció en cubierta. Gersen intentó compararlos con los datos que tenía de Viole Falushe. Todos eran estirados, incluso elegantes, todos podían haber sido el Candidato Número 2, el asesino vestido de arlequín que había huido por piernas de la fiesta de Navarth.
-Cualquiera podría ser Viole Falushe -señaló Navarth.
-¿Qué le pasa a Zan Zu, Drusilla, o como se llame?
-Está predestinada.
Navarth alzó las manos al aire y se marchó.

Jack Vance "El palacio del amor"