jueves, abril 06, 2006

Las druidas Laidig y Wust resoplaron de enojo y se ciñeron con más fuerza las capuchas. Dakaw y Pruitt desviaron la vista. Gersen se preguntó por qué los druidas, famosos por su rígida moral, se habrían atrevido a emprender viaje hacia el Palacio del Amor sabiendo que podía herir su sensibilidad. Misterios por todas partes...
Al poco rato, Gersen y Navarth fueron a pasear por la ciudad. Examinaron puestos de venta, comercios, tiendas de artesanía y viviendas con la curiosidad imperturbable de los turistas. La gente les miraba con indiferencia y una pizca de envidia. Tenían aspecto próspero, culto, cosmopolita; sin embargo, Gersen presentía algo que no podía definir... algo que no tenía que ver con el miedo, la discordia o la inquietud... Un café a la sombra de los árboles tentó a Navarth. Gersen le recordó que carecían de dinero.
Navarth no le hizo caso e insistió en tomar un vaso de vino. Gersen se encogió de hombros y acompañó a Navarth hacia una mesa. Navarth llamó al propietario.
-Somos huéspedes de Viole Falushe; no tenemos moneda local. Nos agradaría ser clientes de su café, por lo que puede enviar la factura al hotel.
-Como gusten.
El propietario hizo una exagerada reverencia.
-Entonces beberemos una botella del vino que usted nos aconseje.
Navarth afirmó que el vino era demasiado suave. Miraron a la gente pasar. Frente a ellos se alzaba una de las misteriosas torres, que a esta hora del mediodía no mostraba una gran actividad.
Navarth pidió una segunda botella y señaló la torre.
-¿Qué sucede en esa torre?
-Lo mismo que en las otras... -explicó el aturdido propietario-. Ahí se pagan los impuestos.
-Pero ¿por qué tantas torres? ¿No sería suficiente con una?
-¿Cómo dice, señor? ¿Con tanta gente como vive aquí? ¡Imposible!
Navarth se dio momentáneamente por satisfecho.

Jack Vance "El palacio del amor"