martes, abril 04, 2006

En el transcurso de la comida llegaron seis nuevos invitados, que fueron conducidos de inmediato al patio. Eran druidas de Vale, o Virgo 912 VII, y formaban dos familias, aunque tales relaciones se solían mantener en secreto. Había cuatro adultos y dos adolescentes. Todos con indumentaria similar: vestidos negros, capuchas negras y grandes zapatillas negras. Los hombres, Dakaw y Pruitt, eran altos y silenciosos; una de las mujeres, Wust, era delgada, vigorosa y de pómulos salientes. La otra, Laidig, gruesa e imponente. Hule, un chico de unos dieciséis o diecisiete años, despertó admiración por sus bellísimas facciones, la piel clara y los brillantes ojos negros. Hablaba poco y no sonreía nunca, mirándolo todo con aire de preocupación. Billika, una joven de la misma edad, era de semblante pálido y exhibía la misma mirada preocupada, como si fuera incapaz de evitar enemistades irreconciliables.
Los druidas se sentaron juntos, comieron a gran velocidad sin levantarse la capucha y apenas intercambiaron unas pocas palabras en voz baja. Cuando, al terminar la comida, los invitados volvieron a la terraza, los druidas se encaminaron resueltamente hacia ellos, se presentaron con extrema cordialidad y tomaron asiento.
Navarth les acosó a preguntas, pero sus evasivas dieron al traste con su curiosidad y no averiguó nada. La conversación se generalizó, centrada como siempre en la ciudad, que recibía el nombre de Ciudad Diez o Kouliha. Surgió el tema de las torres. ¿Cuál era su función? ¿Albergaban oficinas comerciales o viviendas? Navarth relató la explicación ofrecida por la mujer uniformada, en el sentido de que eran oficinas de recaudación de impuestos, pero los demás encontraron la idea absurda. Diffiani afirmó sin ambagues que se trataba de burdeles:
-Observen que por la mañana entran jovencitas y mujeres; luego llegan hombres.
-La hipótesis es plausible -dijo Torrace de Nossa-, pero las mujeres se van cuando quieren; además, pertenecen a todas las clases sociales, algo muy poco frecuente en tales casos.
-Sólo hay una manera de resolver el enigma. -Higen Grote guiñó el ojo a Navarth-: Sugiero que elijamos a uno de nosotros para que vaya a preguntarlo.

Jack Vance "El palacio del amor"