lunes, junio 26, 2006

De alguna manera, el episodio de los druidas había roto el hechizo. Los invitados se miraban mutuamente con la convicción de que el final de su visita se acercaba y pronto se irían del Palacio del Amor.
Gersen contemplaba sin cesar las montañas. La paciencia era una gran virtud, pero nunca estaría tan cerca de Viole Falushe.
Repasó algunas de las pistas que había reunido. Era razonable suponer que la sala del banquete comunicaba con los aposentos de Viole Falushe. Gersen examinó el portal al pie de la escalera. La superficie era lisa por completo. La ladera de la montaña no podía escalarse.
Hacia el este, donde los peñascos sobresalían del agua, Viole Falushe había dispuesto una barrera de espinos. Un muro de piedra obstruía la ruta del oeste. Gersen inspeccionó la parte sur. Si emprendía un largo viaje, rodeando la periferia del jardín, tal vez podría ascender por las montañas hasta ganar la zona superior... Ésta era la clase de actividad inútil que Gersen detestaba. Se movería al azar, sin un plan concreto. Debían de existir métodos mejores, pero no lograba imaginar ninguno. Muy bien, pues... actividad. Fijó la posición del sol; quedaban seis horas de luz. Tenía que ir muy lejos y confiar en su suerte. Si caía prisionero, era Henry Lucas, periodista, en busca de información: una declaración enérgica, a menos que Viole Falushe se empeñara en utilizar algún detector de mentiras... Gersen se estremeció y la sensación le abrumó. Las últimas experiencias le habían convertido en un ser débil, falto de confianza, excesivamente cauteloso. Se reprochó su cobardía, después recobró los ánimos, se puso en marcha y caminó hacia el sur, alejándose de las montañas.

Jack Vance "El palacio del amor"