miércoles, junio 28, 2006

El jardín terminaba en un bosquecillo de árboles autóctonos, de un tipo que Gersen no había visto antes: ejemplares altos y escuálidos de pulposas hojas negras que segregaban una savia mohosa y desagradable. Temiendo que fuera venenosa, Gersen retuvo el aliento y le alegró llegar a un terreno despejado sin otra sensación que náuseas. En dirección al océano se veían huertos y tierras de labor; al oeste destacaba una docena de largos cobertizos. ¿Graneros? ¿Almacenes? ¿Dormitorios? Gersen caminó hacia el oeste amparado en las sombras de los árboles, y al poco rato alcanzó una carretera que comunicaba los cobertizos con las montañas.
No había a la vista ningún ser viviente. Los cobertizos parecían deshabitados. Gersen decidió que no valía la pena explorarlos; no podían ser el cuartel general de Viole Falushe.
Una parte de la carretera estaba obstaculizada por matas espinosas. Gersen escudriñó la ruta que serpenteaba adelante. Sería mejor viajar a través de los eriales; existirían menos probabilidades de ser descubierto. Se agachó y corrió hacia las montañas. El sol de la tarde brillaba con toda su fuerza. Un enjambre de pequeños ácaros rojos hormigueaba en las matas, emitiendo un zumbido impaciente cuando se les molestaba. Al dar la vuelta a un montículo (tal vez una colmena o una especie de madriguera), Gersen se topó con una hinchada criatura similar a una serpiente, con un rostro extraordinariamente parecido al de un ser humano. La criatura contempló a Gersen con una expresión de cómica alarma, luego se irguió y desplegó una trompa con la que intentó disparar un fluido. Gersen se batió en rápida retirada y, a partir de entonces, caminó con más precauciones.
El sendero se desviaba al oeste del jardín. Gersen cruzó otra vez y se refugió bajo un grupo de plantas amarillas. Examinó la montaña y trazó una ruta que le condujera a la cumbre. Por desgracia, sería bien visible a la vista de cualquiera que escalara... No había otra solución. Echó una última ojeada en torno suyo y, al no divisar ningún peligro, se puso en marcha.
La ladera era empinada, en ocasiones cortada a pico. Gersen progresaba a paso lento. Bajo sus pies se extendían el Palacio del Amor y el jardín. Le dolía el pecho y tenía la garganta seca, como si le hubieran anestesiado... ¿Influencia del nocivo bosque de hojas negras? Subió a mayor altura; el panorama se ensanchaba cada vez más.
Hubo un momento en que el camino se hizo menos difícil, y Gersen torció hacia el este, donde suponía que Viole Falushe ocultaba su cuartel general. Un movimiento. Se detuvo en seco. Por el rabillo del ojo había visto... ¿qué? No estaba seguro. Un destello de abajo y a la derecha. Escrutó la pared de la montaña y entonces vio algo que de otra forma le habría pasado inadvertido... Una profunda grieta o fisura con un puente entre dos aberturas abovedadas, todo ello camuflado por un muro de piedra.

Jack Vance "El palacio del amor"