viernes, junio 16, 2006

Habían llegado al claro de los druidas. Dakaw y Pruitt trabajaban como de costumbre bajo el gran roble, donde habían excavado una cámara lo bastante alta como para que cupiera un hombre de pie.
Navarth se acercó y miró fijamente los dos rostros sudorosos y cubiertos de polvo.
-¿Qué hacen ahí abajo, una madriguera para druidas? ¿No les gusta el paisaje de la superficie, que tienen que buscar nuevas perspectivas bajo tierra?
-Es usted muy gracioso -dijo Pruitt con frialdad-. Apártese de aquí; está pisando suelo sagrado.
-¿Cómo está tan seguro? Parece tierra ordinaria.
Ni Pruitt ni Dakaw contestaron.
-¿Qué clase de travesura preparan? -aulló Navarth-. No me parece un pasatiempo normal. ¡Hablen!
-Lárguese, viejo poeta -dijo Pruitt-. Su aliento corrompe y entristece al Árbol.
Navarth retrocedió unos pasos y contempló la excavación desde corta distancia.
-No me gustan los agujeros en la tierra -le dijo a Gersen-. Son desagradables. Observe a Wible. ¡Tiene todo el aspecto de estar inspeccionando los trabajos! -Navarth señaló la entrada del claro, donde Wible estaba de pie, las piernas separadas, las manos ocultas tras la espalda, silbando entre dientes. Navarth fue a su encuentro-. ¿Le gusta lo que hacen los druidas?
-En absoluto -dijo Lerand Wible-. Cavan una tumba.
-Es lo que yo sospechaba. ¿Para quién?
-No estoy seguro. Quizá para usted... o para mí.
-Dudo que me deje entrar. A lo mejor es usted más dócil.
-Dudo que entierren a nadie -dijo Wible silbando entre dientes de nuevo.
-¿De veras? ¿Cómo puede estar tan seguro?
-Venga a la consagración y lo verá.
-¿Cuándo será?
-Mañana por la noche, según me han informado.

Jack Vance "El palacio del amor"