sábado, junio 10, 2006

Los recintos del Palacio ocupaban un área hexagonal de tal vez un kilómetro y medio de lado. La base era el acantilado del norte; el Palacio estaba situado en su punto medio. El segundo lado, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, lo demarcaban una línea de peñascos protegida en los intersticios por exuberantes matorrales espinozos. El tercer lado era la playa blanca y el mar de un profundo azul. El cuarto y el quinto no presentaban una clara definición y se confundían con el paisaje natural. El sexto lado, desviándose de vuelta al acantilado, lo constituía una fila de macizos florales muy bien cuidados y de árboles frutales bordeados por una tosca pared de piedra. En el interior del área había tres pueblos, innumerables claros, jardines y canales. Los invitados vagaban a sus anchas y empleaban los largos días como mejor les parecía. Mañanas luminosas, tardes doradas, noches, se deslizaban una a una.
Como Viole Falushe había afirmado, los criados eran muy accesibles y poseían un gran encanto físico. Las gentes vestidas de blanco, aún más bellas que los criados, se mostraban inocentes y traviesas como niños. Algunas eran cordiales, otras perversas e impúdicas, pero todas impredecibles. Su única ambición consistía en provocar el amor, seducir sin llegar a entregarse, atizar el deseo; sólo se deprimían cuando los invitados se decantaban por los sirvientes. Carecían de interés hacia los mundos del universo -quizá una pizca de curiosidad-, a pesar de que sus mentes eran activas y su temperamento apasionado. Sólo pensaban en el amor y en las variadas formas del placer. Un encaprichamiento demasiado intenso, como había apuntado Viole Falushe, podía conducir a la tragedia; las gentes de blanco eran conscientes de esta posibilidad, pero no hacían el menor esfuerzo para apartarse del peligro.
El misterio de la presencia de los druidas se resolvió por sí solo. Al día siguiente de la llegada, Dakaw, Pruitt, Laidig y Wust, acompañados de Hule y Billika, exploraron los alrededores y eligieron un hermoso claro como base de operaciones. Rodeado por una línea de cipreses negros, árboles de menor altura y arbustos floridos, tenía en el centro un gran roble de enormes raíces. Erigieron frente al claro un par de construcciones redondas de fibra marrón pálido. El grupo se instaló en ellas y cada mañana y tarde celebraban encuentros evangélicos, explicando la naturaleza de su religión a todo el que pasaba. Predicaban con gran fervor la austeridad, la templanza, la virtud y la observancia de los rituales a la gente del jardín que, a su vez, les invitaban a entregarse a la relajación y el placer. Gersen llegó a la conclusión de que se trataba de una de las bromas más irónicas de Viole Falushe, un juego que había decidido emprender con los druidas. Los demás invitados pensaban igual y asistían a los encuentros para opinar sobre qué doctrina triunfaría.

Jack Vance "El palacio del amor"