martes, junio 20, 2006

Se escuchaba muy poca música en las dependencias del palacio; la tranquilidad del jardín era tan cristalina y transparente como una gota de rocío. Pero a la mañana siguiente, las gentes vestidas de blanco sacaron instrumentos de cuerda y tocaron durante una hora tristes melodías. Un repentino chubasco obligó a todos a guarecerse en una rotonda cercana, donde se quedaron parloteando como pájaros y observando el cielo. Gersen, contemplando sus rostros, pensó cuán frágil y tenue era la relación entre ellos y los invitados. ¿Conocían algo más que la frivolidad y el amor? Y había la pregunta apuntada por Navarth: ¿qué ocurriría cuando se hicieran mayores? Muy pocos en este jardín habían dejado atrás la adolescencia.
Salió el sol. El jardín recobró su luminosidad. Gersen, empujado por la curiosidad, fue al claro de los druidas. En uno de los habitáculos vislumbró el pálido rostro de Billika. Wust apareció en el umbral de la puerta y le miró fijamente.
Pasó la larga tarde. Un presagio flotaba en el aire, una intranquilidad que parecía afectar a todo el mundo. Llegó el crepúsculo; el sol se incendió entre una gran masa de nubes; un tapiz dorado, naranja y rojo cubrió el cielo. Cuando la luz declinó, la gente del jardín se dirigió al claro de los druidas. A cada lado del roble se habían encendido hogueras, atendidas por la druida Laidig y la druida Wust.
El druida Pruitt surgió de su habitáculo. Caminó hacia el altar y empezó la plegaria. Su voz era fuerte y resonante; hacía frecuentes pausas, como si escuchara el eco de sus palabras.
-Se lo estoy diciendo a todos los del grupo -susurró Lerand Wible al oído de Gersen-. Pase lo que pase, no se inmiscuya. ¿De acuerdo?
-Por supuesto que no.
-Me lo temía. En ese caso...
Wible murmuró unas pocas palabras; Gersen gruñó. Wible se aproximó a Navarth, que portaba un bastón. Después de las palabras de Wible lo tiró.
-...en cada mundo un Árbol sagrado. ¿Cómo puede suceder? A causa de la inspiración divina, de la concentración de la Vida. ¡Oh, hermanos druidas, que compartís la vida de la Primera Semilla, poned de manifiesto vuestro temor, vuestra más intensa dedicación! ¡Venid, druidas, venid hacia el Árbol!
De un habitáculo salió tambaleándose Hule, del otro Billika. Confundidos, los ojos abotargados como si estuvieran aturdidos o drogados, vacilaron y por fin repararon en las hogueras. Se acercaron fascinados, paso a paso. Un pesado silencio cayó sobre el claro. Caminaron hacia el árbol, miraron las hogueras, y luego bajaron el agujero abierto bajo el árbol.
-¡Fijaos! -gritó Pruitt-. Se introducen en la vida del Árbol, oh, benditos niños, que se convierte así en el Alma del Mundo. ¡Gloriosos niños, afortunados ambos! Permaneced por los siglos de los siglos bajo el sol, bajo la lluvia, de día, de noche. ¡Ayudadnos a alcanzar la Verdad!
Los druidas Dakaw, Pruitt y Diffiani empezaron a rellenar el hueco con tierra. Trabajaban con entusiasmo. En media hora el agujero estaba lleno. Los druidas caminaron alrededor del árbol y cada uno cogió un tizón de la hoguera. Cada uno pronunció una invocación y la ceremonia terminó con un cántico.

Jack Vance "El palacio del amor"