jueves, marzo 31, 2005

-Con eso será suficiente -dijo Zaum secamente-. ¿Cómo le cogieron?
-Una estupidez. Tenía que haberme marchado a Alphanor con los otros, pero elegí quedarme. Me aburre Más Allá. Soy un hombre que sabe apreciar los refinamientos.
-Se le tratará con gran refinamiento.
Castilligan meneó la cabeza con un pesar frío e impersonal.
-Sí, es una pena. Podría solicitar la modificación, pero me gusta como soy, vicios incluidos. Sería un modificado muy fastidioso.
-Es su opción, por supuesto -dijo Zaum-. De todas maneras, no es tan malo si le gusta vivir al aire libre.
-No -respondió Castilligan con determinación-. Lo he pensado muchas veces, y lo encuentro parecido a la muerte. El querido y jovial Rob Castilligan desaparece y con él toda la joie de vivre, toda la luz del mundo; entonces entra en escena el honrado y aburrido Robert Meachum Castilligan, soso como el agua, incapaz de robar un trozo de carne para su abuela hambrienta. Con suerte volveré del satélite dentro de unos cinco años, tal vez menos.
-Evidentemente, piensa cooperar con las autoridades...
-Lo menos que pueda, y espero conseguir una medalla de oro.
-¿Quiénes fueron sus cómplices en el secuestro de Audmar?
-Por favor, señor. No esperará que un hombre hable mal de sus colegas. ¿No ha oído hablar del honor entre ladrones?
-No hable de honor -respondió Zaum-. Usted no es mejor que cualquiera de nosotros.
-De hecho -admitió Castilligan-, ya he desnudado mi alma ante la policía.
-¿Los nombres de sus cómplices?
-August Wey, Pyger Symzy.
-¿No participó Kokor Hekkus directamente?
Los labios de Castilligan se tensaron de repente en las comisuras.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, marzo 30, 2005

Ermin Strank era un hombre bajo, delgado, de cabeza abultada, mediana edad, pelo rojo y aire truculento, encarcelado en Killarney, cárcel-satélite del sistema de Vega donde había pasado los últimos seis años.
-Éste es nuestro hombre.
El Rob Castilligan que había asaltado el castillo de Creary, la abadía de Bodelsey y el museo Houl, entre otros, hacía cinco días que había sido arrestado como cómplice de un secuestro en la provincia de Garreu, Scitia, a mitad de camino de Alphanor.
-Un tipo versátil, este Castilligan -señaló Zaum-. ¿Le interesa este secuestro, Gersen?
Gersen asintió. Zaum pidió más datos a la pantalla. Los dos hijos de Duschane Audmar, miembro del Grado 94 del Instituto, famoso por su riqueza, habían sido raptados. Fueron a navegar en un lago con su tutor. Un planeador había descendido sobre las aguas hasta posarse junto a la barca. Los niños fueron izados y el tutor escapó sumergiéndose bajo las aguas. Fue requerido por la policía, que actuó con gran eficacia. Rob Castilligan fue detenido casi en el acto, pero otros dos hombres se escaparon con los niños. El padre, Duschane Audmar, se había mantenido al margen, sin interesarse en el asunto. Los niños serían conducidos probablemente a Intercambio, donde serían recuperados tras la "rescisión" de sus "cuotas" (para utilizar el argot especial de Intercambio).
El interés de Zaum se había despertado por completo.
-Vamos a ver lo que nos dice Castilligan.
Transcurrieron unos cinco minutos mientras Zaum hablaba con varios miembros del departamento de policía de la provincia de Garreu, y otros dos antes de que Castilligan fuera sacado de su celda y emplazado frente a la pantalla. Era un hombre apuesto, atildado, con un rostro de facciones regulares y hermoso pelo negro peinado hacia atrás. Su piel estaba desteñida: era de un blanco marmóreo. Se comportaba con elegancia, casi con cordialidad, como si fuera un invitado de honor y no el prisionero del penal de Garreu. Zaum se presentó, y Gersen se mantuvo alejado del campo visual de las cámaras. Castilligan parecía divertido por las atenciones que recibía.
-Zaum de los Ipsys. Y todo por alguien tan insignificante como yo -hablaba con el ritmo acompasado de Bonifacio-. Bien, pues, ¿qué puedo hacer por usted, aparte de develar los secretos de mi vida?

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, marzo 29, 2005

Zaum jugueteó con varios fragmentos de bronce que había sobre su mesa.
-Yo soy otro. ¿Cuál es su información?
-Ayer oí tres nombres... unos individuos que habían trabajado para Kokor Hekkus hace diez años. Puede ser que estén o no en sus archivos.
-¿Cuáles son sus nombres?
-Ermin Strank, Rob Castilligan, Hombaro.
-¿Raza? ¿Mundo? ¿Nacionalidad?
-No lo sé.
Zaum bostezó, se estiró, miró Avente a través de la pared-cristal. Era un día soleado, aunque ventoso; a lo lejos, sobre el Océano Taumatúrgico, rodaban grandes masas de cúmulos. Después de unos instantes de plácida reflexión, Zaum volvió a su escritorio.
-No tengo nada mejor que hacer de momento.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, marzo 22, 2005

-Está irritado -comentó Gersen con una débil sonrisa.
-Extremadamente irritado, extremadamente rencoroso. -Zaum titubeó un momento-. Me pregunto... ¿y si cumpliera su promesa?
-¿Sugiere que me entregue a Kokor Hekkus? -preguntó Gersen arqueando las cejas.
-No precisamente, no exactamente... Bien, piénselo así: la vida de un hombre por la de veinte, y los comadrejas son difíciles de contratar...
-Sólo los ineptos son descubiertos -sentenció Gersen-. Su organización es responsable de sus fracasos... Pero su sugerencia tiene un cierto mérito. ¿Por qué no se identifica usted como el hombre que planeó la operación, y le ofrece canjearnos a nosotros dos por cincuenta hombres?
Zaum se estremeció de pies a cabeza.
-No puede hablar en serio. ¿Cuál es su interés en Kokor Hekkus?
-El de un ciudadano lleno de altruismo.

Jack Vance "La máquina de matar"

lunes, marzo 21, 2005

Gersen se hospedaba en uno de los pisos más altos del hotel Credenze. Al día siguiente de su entrevist con Dolver Cound, se levantó antes de que Rígel iluminara las colinas Catiline, se tiñó la piel de un discreto tono oscuro a la última moda, se vistió con ropas de color verde oscuro y dejó el hotel por una de las puertas de servicio. Entró en el metro, tomó las precauciones necesarias para no ser atacado ni seguido y se dirigió a la estación de Cort Tower. Subió en ascensor hasta el vestíbulo y allí tomó una pequeña cápsula individual. Cuando la puerta se cerró, una voz preguntó su nombre y su destino. Gersen proporcionó la información y añadió su código de la PCI. Sin más preguntas, la cabina le condujo treinta pisos más arriba y le depositó en el despacho de Ben Zaum. Era una suite de dos habitaciones situada junto a la pared transparente de la torre que daba al oeste, y desde la que se veía una espléndida panorámica de la ciudad y parte de la costa hasta Remo. Otra de las paredes albergaba una serie de paneles con toda clase de trofeos, objetos extraños, armas y globos terráqueos. A juzgar por su despacho, Zaum ocupaba un puesto importante en la jerarquía de la PCI, aunque Gersen ignoraba su ubicación exacta: El título "Comandante, División Umbría" podía significar mucho o nada.
Zaum acogió a Gersen con cautelosa cordialidad.
-Viene a buscar trabajo, si no me equivoco. ¿En qué gasta su dinero? ¿Mujeres? Hace apenas un mes la pagamos quince mil UCL...
-No necesito dinero. Para ser sincero, quiero información.
-¿Gratis? ¿O nos la quiere encargar?
-¿Cuánto vale la información sobre Kokor Hekkus?
Los ojos azules de Zaum se estrecharon de manera imperceptible.
-¿Para usted o para nosotros?
-Para ambos.
-Siempre está en la lista negra... -reflexionó Zaum-. Oficialmente no sabemos si está vivo o mueto, a menos que alguien nos contrate para averiguarlo.
Gersen agradeció las evasivas con una sonrisa educada.
-Ayer supe el origen de su nombre.
-Ya conozco la historia -asintió Zaum con brusquedad-. Más bien horripilante. Por cierto, para evitar que se aburra -abrió el cajón de su escritorio-, los comadrejas engañaron a un tipo en la Estaca y le enviaron a Kokor Hekkus. Fue devuelto en unas condiciones que no me atrevo a describir. Kokor Hekkus añadió un mensaje -Zaum leyó una hoja de papel-: "Un comadreja perpetró un acto imperdonable en Skouse. La criatura que tienen ustedes es afortunada en comparación con el comadreja de Skouse. Si es un hombre amargado, déjenle venir a Más Allá y anunciar su presencia. Juro que los veinte próximos comadrejas que capture serán puestos en libertad al instante".

Jack Vance "La máquina de matar"

jueves, marzo 17, 2005


the killing machine Posted by Hello
Cound afirmó que necesitaba procurarse ciertas notas y memorándums. Buscó unos papeles en un cajón, pero sacó un arma. Gersen, con el proyector siempre preparado, la hizo volar de su mano. Cound se volvió lentamente, los ojos húmedos y abiertos de par en par. Movió el brazo entumecido, se tambaleó hasta la silla y habló sin ambagues. De hecho, fue tan prolijo que su discurso rezumaba constante información, como si sus inhibiciones se hubieran disuelto por completo. Sí, dieciocho años atrás había ayudado a Kokor Hekkus en ciertas operaciones efectuadas en Aloysius y otros lugares. Kokor Hekkus estaba ansioso de obtener ciertas antigüedades. En Aloysius habían asaltado el castillo Creary, la abadía de Bodelsey y el museo Houl. En el curso de la última operación, Cound había sido detenido por los Hijos de la Justicia, pero Kokor Hekkus había llegado a ciertos compromisos y el jurado de la Guldunería liberó a Cound con una simple amonestación. Su asociación con Kokor Hekkus se hizo menos activa desde entonces, hasta disolverse diez años después.
Gersen exigió más detalles. Cound agitó desesperado las manos.
-¿Cuál es su apariencia? Es un hombre como cualquier otro, sin características especiales. Estatura media, buen físico, edad incierta. Su voz es suave, aunque al encolerizarse parece como si hablara desde un mundo lejano a través de un tubo. Es un hombre extraño: educado cuando le caes bien, pero casi siempre indiferente. Le fascinan los objetos bellos, las antigüedades, las maquinarias complicadas. ¿Conoce el origen de su nombre?
-Nunca he oído esa historia.
-Significa "Máquina de Matar" en el idioma de un mundo secreto mucho más lejano que Más Allá. Este mundo fue colonizado en tiempos muy remotos y olvidado posteriormente hasta que Kokor Hekkus lo volvió a descubrir. Para castigar a los habitantes de una ciudad enemiga construyó un gigantesco verdugo de metal que partía en dos los cuerpos con el hacha. Y a partir de entonces, Kokor Hekkus adquirió ese sobrenombre...
-¿Quiénes son sus cómplices?
-Conocí a tres hombres que trabajaban para Kokor Hekkus. Eran Ermin Strank, Rob Castilligan y un tipo al que llamaban Hombaro. Strank era nativo de un planeta del Grupo que no conozco. Castilligan provenía de Bonifacio de Vega. No sé nada de Hombaro.
-¿Les ha visto recientemente?
-Desde luego que no.
-¿Tiene alguna fotografía?
Cound admitió que no guardaba ninguna y continuó sentado, observando con rencor los movimientos de Gersen, que escudriñaba los lugares obvios en los que Cound habría podido esconder pruebas incriminatorias. Pasados unos instantes, Cound dijo con despecho:
-Si supiera algo de los sanduskos, no esperaría encontrar fotografías. Miramos hacia el futuro, no al pasado.
-Ahora cogeré todo su dinero -dijo Gersen pensativamente- y arrojaré su inmunda comida al mar.
-¿Qué?
El rostro de Cound adquirió otra vez una expresión lastimosa.
-Es usted una auténtica mierda; no vale la pena ni castigarle -dijo Gersen camino de la puerta-. Me voy. Considérese afortunado.
Abandonó la casa, subió por la calle Ard hasta la plaza Marish y se dirigió hacia Avente.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"

miércoles, marzo 16, 2005

-Dolver Cound... Durante dieciocho años ha eludido el castigo por sus crímenes.
-¿Qué significa esto?
Gersen exhibió una placa de identificación, similar a la enseña de la PCI, con su fotografía bajo una estrella transparente de siete puntas. La apoyó contra su frente y la estrella destelló. Dolver Cound la contempló fascinado, con la boca abierta.
-Soy miembro del Brazo Ejecutivo de la Nueva Administración de Pontefract, Aloysius, Vega Tres. Hace dieciocho años se enfrentó a un juicio amañado ante la Guldunería. Ahora le arresto. Debe volver para una nueva vista.
-¡No tiene jurisdicción alguna ni autoridad! -Cound se puso a gritas con voz aguda-. ¡Además, yo no soy el hombre que busca!
-¿No? ¿A quién debo detener? ¿A Kokor Hekkus?
Cound apretó sus labios purpúreos y desvió la vista hacia la puerta.
-Váyase. No vuelva jamás. No quiero saber nada de usted.
-¿Qué me dice de Kokor Hekkus?
-¡No pronuncie su nombre ante mí!

Jack Vance "La máquina de matar"

lunes, marzo 14, 2005

El dique corría perpendicular a la calle Ard: a seis metros bajo el nivel del mar, transparente y tornasolado como un zafiro acariciado por los rayos de Rígel, calmo en toda su extensión. Gersen giró a la izquierda y se detuvo frente a la segunda puerta: la entrada a una casa de fachada estrecha, construida con el habitual hormigón grumoso.
Gersen llamó a la puerta. Unos pasos vacilantes se oyeron en el interior. La puerta se abrió lentamente. Dolver Cound se asomó: un hombre más viejo y pesado de lo que Gersen esperaba, de cara rubicunda y labios cianóticos.
-¿Sí?
-Con su permiso, voy a entrar.
Gersen se adelantó, sin hacer caso de la débil protesta de Cound, que acabó por cederle el paso. Gersen echó un rápido vistazo a la habitación. Estaban solos. Los muebles se veían deslustrados. Una raída alfombra púrpura y roja cubría el suelo. Sobre la cocina humeaba la comida de Dolver Cound. La nariz de Gersen se estremeció involuntariamente.
Cound recobró la compostura, hinchó el pecho y adelantó la barbilla.
-¿Qué significa esta intrusión? ¿Qué o a quién busca?
Gersen le obsequió con una mirada de desprecio.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, marzo 13, 2005

Contuvo el aliento, bajó la cabeza y entró. Había cubos de madera a derecha e izquierda que contenían pastas, líquidos y sustancias sólidas sumergidas; frente a él colgaban ristras de objetos verdeazulados del tamaño de un puño. Al fondo, tras un mostrador en el que se apilaban lacias salchichas rosáceas, estaba un muchacho de unos veinte años con cara de payaso, ataviado con un ajado delantal negro y marrón, y un pañuelo en la cabeza de terciopelo negro. Se apoyaba en el mostrador sin la menor muestra de energía o vitalidad, y contempló a Gersen con la mayor de las indiferencias.
-¿Es usted un sandusko? -preguntó Gersen.
-¿Y qué si lo soy? -El tono de la respuesta implicaba muchos y complejos sentimientos: abyecta tristeza, malicia caprichosa y humildad insolente-. ¿Desea comer?
Gersen sacudió la cabeza.
-No soy de su religión.
-¡Ah bueno! ¿Sabe algo de Sandusk, por lo tanto?
-Sólo por referencias.
-No debe hacer caso de esas habladurías -sonrió el joven-, que nos relegan a la condición de fanáticos religiosos, más propensos a consumir comida inmunda que a flagelarnos. Son del todo incorrectas. Acérquese. ¿Es usted un hombre de gusto?
-Sólo a veces -reflexionó en voz alta Gersen.
El joven se acercó a uno de los cubos y sacó una bola de pasta marrón reluciente.
-¡Pruébelo! Juzgue por usted mismo. Utilice su boca antes que su nariz.
Gersen se encogió de hombros con expresión fatalista y probó. El interior de su boca hormigueó, y después se dilató. Su lengua se retrotrajo.
-¿Y bien? -preguntó el joven.
-Lo único que puedo decir -balbuceó Gersen- es que sabe peor de lo que huele.
-Ésa es la opinión general -suspiró el muchacho.
Gersen se secó los labios con el dorso de la mano.
-¿Conoce a todos los sanduskos de la vecindad?
-Sí.
-Busco a un hombre alto, algo bizco, que ha perdido un dedo y que lleva el pelo colgadno sobre su espalda como la cola de un cometa.
El joven sonrió plácidamente.
-¿Su nombre?
-No lo sé.
-Podría ser Powel Darling. Ha regresado a Sandusk.
-Lo sé. Bien, no importa. El dinero se ingresará en la tesorería provincial.
-Lástima. ¿A qué dinero se refiere?
-Una herencia que legó una excéntrica anciana a dos sanduskos que le hicieron un favor. El otro se halla en paradero desconocido, según me han dicho.
-¿Quién es el otro?
-Me dijeron que abandonó Alphanor hace un mes.
-¿De veras? -El joven rumió unos instantes-. ¿Quién podría ser?
-Tampoco sé su nombre. Un hombre de edad madura, con grandes orejas, enorme nariz y ojos muy juntos.
-La descripción corresponde a Dolver Cound. Pero aún anda por aquí.
-¡Caramba! ¿Está seguro?
-Desde luego. Vaya al dique y llame a la segunda puerta a la izquierda.
-Gracias.
-Existe la costumbre de pagar las golosinas consumidas en las tiendas.
Gersen depositó una moneda sobre el mostrador y se fue. El aire en la plazoleta de Ard parecía casi fresco.

Jack Vance "La máquina de matar"

miércoles, marzo 09, 2005

Gersen compró en un quiosco la Guía de Sailmaker Beach. No mencionaba el barrio sandusko. Volvió al quiosco. La propietaria era una mujer de corta estatura, gorda, casi en forma de globo, con la piel teñida de un verde pizarroso: quizá una krokinole.
-¿Dónde está el barrio de los sanduskos? -preguntó Gersen.
-No conozco a muchos. Encontrará unos cuantos al pie de la calle Ard. En seguida lo notará porque el viento arrastra el olor de sus comidas hacia el mar.
-¿Dónde está su mercado?
-Más que comida venden basura. ¿Es usted sandusko? No, ya veo que no. Vaya a la calle Ard. Tuerza por allí... ¿ve a esos dos tipos con capas negras que parecen sepultureros? Un poco más allá empieza la calle Ard. Apriétese la nariz.
Gersen devolvió la Guía de Sailmaker Beach, cruzó la plaza, rebasó a los dos hombres de piel pálida cubiertos con largas capas negras y entró en la calle Ard: una callejuela más que una calle, inclinada en suave pendiente hacia el mar. La primera manzana albergaba salones de té y casas de juego que desprendían un agradable aroma a incienso. Seguía un deprimente trecho infestado de niños de ojos muy negros, con aros de oro en las orejas, camisas verdes que sólo les llegaban al ombligo, y poco más. De pronto, Gersen comprendió a la perfección el consejo que le había dado la mujer gorda del quiosco. El aire de la calle Ard transportaba un profundo hedor agridulce que distendía las ventanas de la nariz. Había llegado al punto en que la calle se abría en una especie de patio junto al dique marítimo. Gersen hizo una mueca y se dirigió hacia la tienda de la que parecía emanar el olor.

Jack Vance "La máquina de matar"

martes, marzo 08, 2005

La vía Slideway iba en dirección norte, paralela a la Explanada, giraba después a través del túnes LoSasso y desembocaba en la plaza Marish de Sailmaker Beach. Gersen conocía bastante bien la zona; desde la plaza y mirando hacia Melnoy Heights, casi podía ver la casa en la que había residido tiempo atrás Hildemar Dasce. Los pensamientos de Gersen se tiñeron por un momento de melancolía... En seguida volvió a concentrarse en los asuntos que llevaba entre manos: seguir la pista de un sandusko sin nombre. Era un problema ciertamente diferente al de localizar al Bello Dasce, de rostro inolvidable.
Unas estructuras amuralladas de escasa altura, construidas en hormigón y de colores blanco, lavanda, azul pálido y rosa, rodeaban la plaza. Brillaban a la luz de Rígel como si fueran incandescentes y emitían todas las tonalidades de color, si bien, en constraste, puertas y ventanas mostraban el más intenso y profundo de los negros. Bajo una de las arcadas de la plaza se alineaban una serie de tiendas y comercios dedicados principalmente a lo turistas. Sailmaker Beach, con sus enclaves ocupados por otras razas, cada uno con sus típicas tiendas y restaurantes, no tenía parangón con el resto del Oikumene, salvo uno o dos distritos de la Tierra.

Jack Vance "La máquina de matar"

lunes, marzo 07, 2005

-Sí, sin la menor duda. Nunca olvido una cara aunque hayan transcurrido dieciocho años, como en este caso.
El interés de Gersen empezó a disminuir. El viejo seguía hablando sin prestarle atención. Seguro, pensó Gersen, o casi seguro que el hombre no era un enviado de Kokor Hekkus para tenderle una trampa.
-...en Pontefract, Aloysius, donde serví como Escriba Mayor de la Inquisición. Apareció ante la Guldunería y, según creo recordar, desplegó una actitud altamente insolente, considerando la gravedad de los cargos.
-¿Y cuáles eran? -preguntó Gersen.
-Desfalco con intento de sobornar a los investigadores, posesión ilegal de antigüedades e injurias. Su arrogancia estaba completamente justificada, puesto que se libró del castigo, salvo una amonestación. Era evidente que Kokor Hekkus había intimidado al jurado.
-¿Y usted vio a este hombre ayer?
-Sin duda. Se cruzó conmigo en la Vía Slideway y se dirigió al norte, hacia Sailmaker Beach. ¡Si me tropiezo con este empedernido delincuente por pura casualidad, imagínese cuántos andan sueltos!
-Una grave situación -declaró Gersen-. Ese hombre debería estar bajo vigilancia. ¿Recuerda su nombre?
-No, pero ¿qué ganaría con ello? Le aseguro que no es el que usaba entonces, ni el que usa ahora.
-¿Tiene algún rasgo característico?
El hombre frunció el ceño.
-Ninguno que sea notable. Nariz y orejas grandes, ojos redondos y juntos. No es tan viejo como yo. Sin embargo, he oído decir que la gente del planeta Fomalhaut tarda en crecer debido a la naturaleza de sus alimentos, que cuajan la bilis.
-Ah, era un sandusko.
-Hizo su declaración con un estilo extraordinario, que sólo podría describir como vanagloria.
-Posee usted una memoria singular -rió Gersen cortésmente-. ¿Cree usted que ese sandusko vive en Sailmaker Beach?
-¿Por qué no? Es un lugar donde esa gente poco ortodoxa tiende a reunirse.
-Es cierto.
Tras unos breves comentarios más, Gersen se puso en pie y se despidió.

Jack Vance "La máquina de matar"

domingo, marzo 06, 2005

La casualidad aceleró la cadena de acontecimientos. Una mañana, Gersen se sentó en un banco situado en mitad de la Explanada. Un hombre de edad avanzada, con la piel teñida de azul pálido, chaqueta negra y pantalones beige, que acentuaba su elegancia de clase media, tomó asiento en el otro extremo del banco. Algunos minutos más tarde soltó un taco, apartó el periódico y miró a Gersen con la indignación en los ojos ante los tiempos sin ley.
-¡Otro secuestro, otra persona inocente obligada a un vil intercambio! ¿Por qué no se pone remedio a estos crímenes? ¿Qué hace la policía? Dar consejos a la gente para que tomen precauciones. ¡Qué situación tan deplorable!
Gersen se mostró totalmente de acuerdo, pero dijo que no se le ocurría solución más efectiva al problema que declarar ilegal la propiedad privada de naves espaciales.
-¿Y por qué no? -preguntó el anciano-. Yo no tengo nave, ni siento la necesidad de comprar una. En el mejor de los casos, no son más que instrumentos de frivolidad y ostentación; en el peor, facilitan la realización de los delitos, secuestros en especial. Mire -dio un golpecito al periódico-, diez secuestros, todos facilitados por naves espaciales.
-¿Diez? -preguntó Gersen sorprendido-. ¿Tantos?
-Diez en las dos últimas semanas, todos de personas respetables y acaudaladas. Los rescates van a parar a Más Allá, para enriquecer a esos bribones; ¡dinero disipado en el espacio que perdemos todos nosotros!
Prosiguió su discurso indicando que los valores morales se habían deteriorado desde los días de su juventud, que el respeto hacia la ley y el orden había alcanzado su punto más bajo, que sólo los criminales ineptos y desafortunados pagaban por sus actos. Para ejemplificar sus convicciones citó a un hombre que había visto el día anterior, un hombre al que reconoció como cómplice de Kokor Hekkus, quien con casi absoluta seguridad era el responsable de al menos uno de los secuestros.
Gersen expresó consternación y sorpresa. ¿Sabía el viejo lo que decía?

Jack Vance "La máquina de matar"