miércoles, marzo 09, 2005

Gersen compró en un quiosco la Guía de Sailmaker Beach. No mencionaba el barrio sandusko. Volvió al quiosco. La propietaria era una mujer de corta estatura, gorda, casi en forma de globo, con la piel teñida de un verde pizarroso: quizá una krokinole.
-¿Dónde está el barrio de los sanduskos? -preguntó Gersen.
-No conozco a muchos. Encontrará unos cuantos al pie de la calle Ard. En seguida lo notará porque el viento arrastra el olor de sus comidas hacia el mar.
-¿Dónde está su mercado?
-Más que comida venden basura. ¿Es usted sandusko? No, ya veo que no. Vaya a la calle Ard. Tuerza por allí... ¿ve a esos dos tipos con capas negras que parecen sepultureros? Un poco más allá empieza la calle Ard. Apriétese la nariz.
Gersen devolvió la Guía de Sailmaker Beach, cruzó la plaza, rebasó a los dos hombres de piel pálida cubiertos con largas capas negras y entró en la calle Ard: una callejuela más que una calle, inclinada en suave pendiente hacia el mar. La primera manzana albergaba salones de té y casas de juego que desprendían un agradable aroma a incienso. Seguía un deprimente trecho infestado de niños de ojos muy negros, con aros de oro en las orejas, camisas verdes que sólo les llegaban al ombligo, y poco más. De pronto, Gersen comprendió a la perfección el consejo que le había dado la mujer gorda del quiosco. El aire de la calle Ard transportaba un profundo hedor agridulce que distendía las ventanas de la nariz. Había llegado al punto en que la calle se abría en una especie de patio junto al dique marítimo. Gersen hizo una mueca y se dirigió hacia la tienda de la que parecía emanar el olor.

Jack Vance "La máquina de matar"