domingo, marzo 13, 2005

Contuvo el aliento, bajó la cabeza y entró. Había cubos de madera a derecha e izquierda que contenían pastas, líquidos y sustancias sólidas sumergidas; frente a él colgaban ristras de objetos verdeazulados del tamaño de un puño. Al fondo, tras un mostrador en el que se apilaban lacias salchichas rosáceas, estaba un muchacho de unos veinte años con cara de payaso, ataviado con un ajado delantal negro y marrón, y un pañuelo en la cabeza de terciopelo negro. Se apoyaba en el mostrador sin la menor muestra de energía o vitalidad, y contempló a Gersen con la mayor de las indiferencias.
-¿Es usted un sandusko? -preguntó Gersen.
-¿Y qué si lo soy? -El tono de la respuesta implicaba muchos y complejos sentimientos: abyecta tristeza, malicia caprichosa y humildad insolente-. ¿Desea comer?
Gersen sacudió la cabeza.
-No soy de su religión.
-¡Ah bueno! ¿Sabe algo de Sandusk, por lo tanto?
-Sólo por referencias.
-No debe hacer caso de esas habladurías -sonrió el joven-, que nos relegan a la condición de fanáticos religiosos, más propensos a consumir comida inmunda que a flagelarnos. Son del todo incorrectas. Acérquese. ¿Es usted un hombre de gusto?
-Sólo a veces -reflexionó en voz alta Gersen.
El joven se acercó a uno de los cubos y sacó una bola de pasta marrón reluciente.
-¡Pruébelo! Juzgue por usted mismo. Utilice su boca antes que su nariz.
Gersen se encogió de hombros con expresión fatalista y probó. El interior de su boca hormigueó, y después se dilató. Su lengua se retrotrajo.
-¿Y bien? -preguntó el joven.
-Lo único que puedo decir -balbuceó Gersen- es que sabe peor de lo que huele.
-Ésa es la opinión general -suspiró el muchacho.
Gersen se secó los labios con el dorso de la mano.
-¿Conoce a todos los sanduskos de la vecindad?
-Sí.
-Busco a un hombre alto, algo bizco, que ha perdido un dedo y que lleva el pelo colgadno sobre su espalda como la cola de un cometa.
El joven sonrió plácidamente.
-¿Su nombre?
-No lo sé.
-Podría ser Powel Darling. Ha regresado a Sandusk.
-Lo sé. Bien, no importa. El dinero se ingresará en la tesorería provincial.
-Lástima. ¿A qué dinero se refiere?
-Una herencia que legó una excéntrica anciana a dos sanduskos que le hicieron un favor. El otro se halla en paradero desconocido, según me han dicho.
-¿Quién es el otro?
-Me dijeron que abandonó Alphanor hace un mes.
-¿De veras? -El joven rumió unos instantes-. ¿Quién podría ser?
-Tampoco sé su nombre. Un hombre de edad madura, con grandes orejas, enorme nariz y ojos muy juntos.
-La descripción corresponde a Dolver Cound. Pero aún anda por aquí.
-¡Caramba! ¿Está seguro?
-Desde luego. Vaya al dique y llame a la segunda puerta a la izquierda.
-Gracias.
-Existe la costumbre de pagar las golosinas consumidas en las tiendas.
Gersen depositó una moneda sobre el mostrador y se fue. El aire en la plazoleta de Ard parecía casi fresco.

Jack Vance "La máquina de matar"