martes, julio 25, 2006

Navarth saltó sobre la escalerilla, apartando de un empujón a la druida Laidig.
-¡Esperen! ¡No estamos todos! ¿Dónde está Zan Zu de Eridu? No podemos marcharnos sin ella. Me niego a partir; nadie me obligará.
-Tranquilo, viejo loco -rezongó Torrace da Nossa-. Pórtese bien.
Navarth se agitaba como un loco. Golpeó el mamparo y tiró de la manija de la puerta comunicadora. Helaunce abrió por fin la puerta y salió a poner orden.
-Siéntese tranquilamente, viejo. Nos vamos ahora porque es una orden. A menos que quiera hacer el camino a pie, siéntese y calle.
-Vamos, Navarth -dijo Lerand Wible-. No conseguirá nada. Siéntese.
-Muy bien -dijo Navarth-. He protestado. He hecho cuanto he podido. Me rindo.
Helaunce regresó a su puesto. Entró en la cabina del piloto y cerró la puerta. Gersen, que esperaba a un lado, le golpeó con una piedra en la cabeza. Helaunce se tambaleó, dio media vuelta vacilante y vio a Gersen a través de sus ojos velados por la sangre de la herida. Lanzó un grito inarticulado. Gersen golpeó otra vez; Helaunce se desplomó sin sentido.
Gersen tomó los mandos. El coche aéreo se elevó hacia la luz del sol naciente. Gersen cacheó a Helaunce y encontró dos proyectores, que se metió en el bolsillo. Moderó la velocidad hasta que el vehículo se limitó a flotar, abrió la portezuela y arrojó a Helaunce afuera.
Viole Falushe estaría en el salón preguntándose por qué Helaunce mantenía un curso tan peculiar. Gersen escudriñó el océano y descubrió una pequeña isla a unas veinte millas de la costa. La rodeó en círculos y, al no percibir señales de vida, aterrizó.
Saltó a tierra. Fue a la puerta del salón, la abrió y entró.
-Todo el mundo fuera. Rápido -hizo un gesto de intimidación con los proyectores.
-¿Qué significa esto? -tartamudeó Wible.
-Vamos -rugió Navarth poniéndose en pie-. Todo el mundo fuera.
Los invitados fueron saliendo desconcertados. Cuando Mario llegó a la puerta, Gersen le detuvo.
-Usted quédese. Tenga cuidado y no se mueva, o le mataré.
Tanto Ethuen como Tanzel fueron obligados también a sentarse y esperar. Navarth, en el exterior, amenazaba al grupo con toda la potencia de sus pulmones:
-¡No se inmiscuyan, o lo lamentarán! ¡Es un asunto de la PCI! ¡No lo duden ni un momento!

Jack Vance "El palacio del amor"