lunes, julio 31, 2006

Gersen se encaminó a la puerta por la que tres semanas antes habían entrado los cansados viajeros. Estaba cerrada. Voló el cerrojo de un disparo y se abrió paso.
El silencio era absoluto. Las habitaciones húmedas estaban vacías. Gersen bajó al vestíbulo, descendió por el camino que le había enseñado la chica vestida de terciopelo azul y encontró por fin la sala del banquete, ahora en tinieblas y conservando un débil olor a vino y perfume.
Gersen se movió con más cautela. Un pasillo conectaba la sala del banquete con el jardín. Debía haber otro que condujera a los aposentos de Viole Falushe.
Gersen palpó las paredes y acabó encontrando, disimulado detrás de un tapiz, una puerta estrecha de madera maciza forrada de metal. El proyector despejó el camino.
Una escalera de caracol descendía a la cámara que buscaba.
Gersen registró la habitación. Encontró un cuaderno de notas que contenía numerosos apuntes sobre la psicología de Jheral Tinzy, así como los diversos métodos que Viole Falushe pensaba emplear para poseerla. Daba la impresión de que Viole Falushe quería algo más que amor; quería sumisión, una degradación abyecta y total, una mezcla de miedo y amor.
Por el momento, Viole Falushe no había alcanzado su propósito. Apartó la carpeta. Había una pantalla en la pared. Gersen giró un mando. Drusilla Wayles estaba sentada en una cama con un vestido blanco. Estaba pálida, delgada, pero ilesa en apariencia.
Gersen volvió a girar el mando. Contempló una zona arenosa medio en tinieblas flanqueada por altas puntas rocosas. Al fondo se veían cinco cedros oscuros y una cabañita no mayor que una casa de muñecas. Una chica de unos catorce años estaba sentada en un banco; una chica casi idéntica a Drusilla. Llevaba un vestido blanco transparente; su cara expresaba una peculiar dulzura, una peculiar melancolía, como si acabara de despertar de un sueño. Desde un ángulo se aproximó una alta criatura no humana que caminaba sobre piernas delgadas de piel negra. Se paró junto a la muchacha y habló con una voz fina y aguda. La chica respondió sin mostrar ningún interés.
Gersen giró el mando otra vez y obtuvo la visión de una terraza frente a la que se alzaba un templo. En su interior se podía divisar la estatua de una divinidad. Otra Drusilla se mantenía erguida sobre los escalones; tendría unos dieciséis años, vestía sólo una falda muy corta y se recogía los cabellos con una cinta de cobre. Otros hombres y mujeres, ataviados de la misma manera, deambulaban por las cercanías. A un lado aparecía una playa y un retazo de mar.

Jack Vance "El Palacio del Amor"