lunes, mayo 22, 2006

El sendero continuó remontando la pendiente; las druidas Laidig y Doranie fueron retrasándose, y el lacayo aminoró cortésmente el paso. El camino se adentró en una garganta rocosa y la subida se hizo menos pronunciada.
La comida, que consistió en ropa, bizcochos y salchichas, fue breve y austera. El viaje siguió. El viento empezó a barrer la ladera de la montaña, a veces con rachas frías. Nubes de color gris oscuro corrían hacia el este. Los viajeros ascendían penosamente la ladera; la ciudad de Kouhila, el yate de casco transparente, el carromato verde y dorado ya no eran más que lejanos recuerdos. Margary Liever no había perdido el humor, y Navarth sonreía mientras caminaba, como si rumiara una broma maliciosa. Hygen Grote se abstenía de lamentarse para no perder el aliento.
A media tarde la lluvia obligó al grupo a buscar refugio bajo un saliente rocoso. El cielo estaba oscuro; una luz gris irreal bañaba el paisaje. El color oscuro de sus vestimentas hacía que los viajeros parecieran confundirse con la piedra y la tierra de la montaña.
La senda penetró en un cañón rocoso. Los viajeros avanzaban en silencio, olvidadas las bromas y los placeres de los primeros días. Cayó sobre ellos un nuevo chaparrón, pero el guía lo ignoró porque la luz se desvanecía. El cañón se ensanchó, pero la ruta parecía bloqueada por un macizo muro de piedra, coronado por una fila de pinchos de hierro.
El guía se encaminó a un postigo de hierro negro, levantó una aldaba y la dejó caer. Después de un largo minuto, el portal se abrió con un chirrido y reveló la figura de un anciano encorvado vestido de negro.
-Aquí les dejo -anunció el lacayo a los viajeros-. El camino continúa; sólo es preciso seguirlo. Apresúrense, porque falta poco para que oscurezca.
Los miembros de la expedición fueron pasando de uno en uno por la abertura; el portal se cerró a sus espaldas. Durante unos instantes dieron vueltas como desorientados, mirando a todas partes. El lacayo y el viejo se habían marchado, no tenían a nadie que les dirigiera.
-Allí está el sendero -señaló Diffiani-. Sube hasta la cumbre.

Jack Vance "El palacio del amor"