lunes, mayo 29, 2006

Doce toques de gong. Una doncella de pelo rubio sedoso entró en la habitación. Llevaba un vestido de terciopelo azul muy ajustado a la piel y zapatillas de piel azules con las plantas forradas.
Gersen se incorporó en la cama.
-Hemos preparado la cena -dijo la doncella-. Todos están reunidos para cenar. -Trajo un carrito con ropas-. Aquí tiene vestidos. ¿Necesita ayuda? -Sin esperar respuesta le tendió a Gersen ropa interior. Pronto estuvo ataviado con hermosas telas de un estilo original, vistoso y complicado. La doncella peinó sus cabellos, aplicó colorete a sus mejillas y le perfumó-. Mi señor está magnífico. Y ahora... una máscara, indispensable para esta noche.
La máscara consistía en un casco de terciopelo negro atado por debajo de las orejas, con una visera negra y protectores para la nariz y la barbilla; sólo los ojos, las mejillas y la boca quedaban al descubierto.
-Mi señor presenta un aspecto misterioso ahora -susurró la doncella-. Yo le guiaré, pues el camino sigue viejos pasillos.
Le llevó por una escalera azotada por una fuerte corriente de aire y anduvieron a lo largo de un húmedo pasadizo poblado de ecos con la más débil de las lámparas para iluminar el camino. Las paredes, pintadas en el pasado con magente, plata y oro, estaban desconchadas y manchadas; las baldosas del suelo se habían partido... La doncella se detuvo frente a un macizo portal rojo. Miró de reojo a Gersen y se llevó un dedo a los labios. El pálido brillo de la luz arrancaba destellos de su vestido de terciopelo azul y de su pelo; parecía un ser producto de un sueño... una criatura demasiado exquisita para ser real.
-Señor -dijo-, ahí dentro se celebra el banquete. Le recomiendo que guarde el incógnito, pues ése es el juego que todos deben jugar y no debe decir su nombre a nadie.
Deslizó el portal a un lado. Gersen pasó a una inmensa sala. De un techo tan alto que permanecía invisible colgaba una única araña que delineaba una isla de luz alrededor de una gran mesa preparada con lino, plata y cristal.
Una docena de personas enmarcaradas vestidas de la forma más elegante se sentaba en torno a ella. Gersen las examinó, pero no reconoció a ninguna. ¿Eran aquéllos sus compañeros de viaje? No estaba seguro. Entró más gente en la sala. Venían en grupos de dos y tres, todos cubiertos con máscaras y moviéndose como estupefactos.
Gersen reconoció a Navarth gracias a su inconfundible modo de andar. ¿Era Drusilla la chica? No estaba seguro.
Cuarenta personas habían entrado en la sala y se dirigían con paso lento hacia la mesa. Camareros con librea azul y plateada les acompañaban hasta sus asientos; trajeron vinos en bandejas de plata y lo sirvieron en las copas.
Gersen comió y bebió, consciente de una singular confusión, casi perplejo. ¿Dónde estaba y cuál era la realidad? Las fatigas del viaje parecían tan lejanas como la niñez. Gersen bebió más vino del que hubiera tomado en otras circunstancias... La araña estalló en una deslumbrante explosión de luz verde y luego se apagó. Los ojos de Gersen proyectaron sobreimágenes anaranjadas en la oscuridad; de la mesa se levantó un coro de susurros y exclamaciones de sorpresa.
La araña recobró lentamente la normalidad. Un hombre alto se irguió en su silla. Llevaba ropas negras y una máscara negra; alzaba una copa de vino en su mano.
-Invitados -dijo-, os doy la bienvenida. Soy Viole Falushe. Habéis llegado al Palacio del Amor.

Jack Vance "Los Príncipes Demonio: El Palacio del Amor"