martes, mayo 09, 2006

Cuando por la mañana los invitados se reunieron para desayunar observaron que el carromato ya no estaba, y se preguntaron qué medio de transporte se les ofrecería a continuación. Terminado el desayuno, un lacayo señaló un sendero.
-Iremos por ahí; yo me encargo de guiarles. Si están dispuestos, sugiero que partamos, pues queda mucho por andar antes de que anochezca.
-¿Quiere decir que vamos a caminar? -preguntó estupefacto Hygen Grote.
-Exactamente, lord Grote. No hay otra forma de llegar a nuestro destino.
-Nunca supuse que nos iríamos con tantos rodeos -se lamentó Grote-. Pensé que un coche aéreo nos transportaría hasta el Palacio del Amor.
-No soy más que un criado, lord Grote; no puedo ofrecerle ninguna explicación.
Grote le dio la espalda, todavía disgustado, pero no tenía elección. En seguida recobró los ánimos y fue el primero en empezar a cantar una antigua canción que su fraternidad de la Universidad de Lublinken entonaba en las excursiones.
Ascendieron colinas bajas, atravesaron claros y arboledas. Se adentraron en un extenso prado, provocando que muchos pájaros levantaran el vuelo; bajaron por un valle y desembocaron en la orilla de un lago, donde comieron.
El lacayo no les permitió demorarse.
-Nos espera un largo camino, y no podemos caminar muy rápido para no fatigar a las damas.
-Yo ya estoy cansada -le espetó la druida Wust-. No pienso dar ni un paso más.
-Los que así lo deseen pueden volver. El sendero es llano y hay un equipo preparado para asistirla a lo largo del camino. Pero ya es hora de que el resto nos vayamos. La tarde caerá pronto y el viento empieza a levantarse.
Una brisa impregnada de humedad agitaba las aguas del lago y tímidas nubes despuntaban por el oeste.
La druida Wust se decantó por seguir con el grupo, y todos emprendieron la marcha siguiendo la orilla del lago. El sendero se desvió en seguida, remontó una pendiente y cruzó un parque de gigantescos árboles y alta hierba. El grupo caminaba con el viento a sus espaldas. Al declinar el sol divisaron una cadena de montañas, y pararon para tomar pastas y té. Luego continuaron la caminata. El viento susurraba entre las ramas.
Mientras el sol se hundía detras de las montañas el grupo se adentró en bosques espesos y húmedos que se iban oscureciendo a medida que el sol desaparecía.

Jack Vance "El palacio del amor"