miércoles, mayo 03, 2006

Pero las circunstancias eran invariables, y Gersen desvió la conversación hacia los asuntos que se llevaban entre manos. Drusilla no había notado nada especial. Mario, Ethuen y Tanzel la colmaban de atenciones. Obedeciendo a Gersen, no había concedido sus favores a nadie. Mario se reunió con ellos mientras contemplaba la puesta de sol desde la proa. Gersen se excusó al cabo de pocos segundos y siguió paseando. Si Mario era Viole Falushe no convenía enemistarse con él. Si no lo era, Viole Falushe, que estaría al acecho, comprendería que Drusilla no se decantaba por nadie en particular.
La mañana del cuarto día el yate se deslizó entre pequeñas islas de vegetación exuberante. A mediodía se aproximó a tierra firme y fondeó en un muelle. El viaje había terminado. Los pasajeros desembarcaron de mala gana y la mayoría no dejaron de mirar atrás con nostalgia; Margary Liever lloraba sin disimulo.
Los invitados recibieron nuevas vestimentas en un edificio adosado al muelle. A los hombres se les adjudicaron blusas anchas de terciopelo de los colores más suaves y exquisitos (verde musgo, azul cobalto, marrón oscuro) y pantalones anchos de terciopelo negro ceñidos bajo la rodilla con cintas escarlata. Las mujeres se ataviaron con blusas del mismo estilo, pero en tonos más pálidos y faldas a rayas que hacían juego con las blusas. También se les proporcionaron a todos por igual boinas cuadradas y anchas de terciopelo suave con una intrigante borla.
Cuando terminaron de vestirse se les sirvió la comida, y luego fueron conducidos hasta un gran carromato de madera movido por seis ruedas verdes y doradas y cubierto por un toldo de color verde oscuro que sostenían varas espirales de bellísima madera oscura.
El carromato tomó una carretera a orillas del mar. A media tarde, el vehículo se desvió por una ruta interior que atravesaba colinas herbosas salpicadas de flores, y perdieron de vista el océano
No tardaron en ver árboles, altos y aislados, muy parecidos a los de la Tierra, aunque podían ser autóctonos, matas y bosquecillos. Al caer la tarde, el carromato se detuvo ante uno de estos bosquecillos. Los invitados se acomodaron en un albergue construido sobre las copas de los árboles; una especie de precario ascensor les elevó hasta pequeñas casitas de mimbre enclavadas en los árboles.
La cena fue servida en el suelo a la luz de un gran fuego chisporroteante. El vino parecía más fuerte de lo habitual, o quizá todos tenían ganas de beber, todos exhultaban de júbilo, como si los veintiuno fueran las únicas personas vivas en el universo. Los brindis fueron numerosos, incluido uno a "nuestro invisible anfitrión". En ningún momento se mencionó el nombre de Viole Falushe.

Jack Vance "El palacio del amor"