lunes, mayo 01, 2006

El yate surcó las aguas bañadas por el sol durante tres días, tres plácidos días para Gersen, a pesar de que la hospitalidad partiera de un hombre al que quería matar. Las horas se deslizaban perezosamente, el aislamiento producía en ocasiones la sensación de estar viviendo un sueño, y la personalidad de todos se intensificaba, como algo más fuerte que la vida. El comportamiento se relajó: Hule terminó prescindiendo de la capucha; Billika, con más titubeos, hizo lo mismo, y Zuly se ofreció para arreglarle el pelo. Billika aceptó con un suspiro de abandono hedonístico. Zuly cortó y peinó, y logró acentuar el brillo y la belleza de los grandes ojos de Billika hasta el punto de asombrar a todos los hombres del yate. La druida Laidig gritó de rabia; la druida Wust chasqueó la lengua; los dos druidas se quedaron boquiabiertos, pero el resto de la gente les rogó que no riñeran a la muchacha. Era tal la alegría y la cordialidad reinantes que la druida Laidig acabó riéndose con Navarth, momento que Billika aprovechó para desaparecer sin hacer ruido. Al poco rato, la druida Laidig dejó caer su capucha hacia atrás, imitada en seguida por el druida Dakaw. El druida Pruitt y la druida Wust se aferraron al rigor de sus costumbres, pero toleraron la negligencia de los otros sin más consecuencias que alguna mirada despreciativa o comentarios sarcásticos murmurados en voz baja.
Tralla, Mornice y Doranie, al notar la atención que se prestaba a las chicas más jóvenes, acentuaron su entusiasmo y su alegría, como dando a entender que no rechazarían ninguna proposición.
Cada mañana el yate se detenía y flotaba a la deriva. Todos los que querían se lanzaban a las límpidas aguas, mientras los otros les miraban a través del casco de vidrio. Entre estos últimos se contaban los druidas de mayor edad, Diffiani (que no participaba en ninguna actividad, salvo comer y beber), Margary Liever, que profesaba un miedo mortal al fondo del mar, y Hygen Grote, que no sabía nadar. Los demás, incluido Navarth, se ponían los trajes de baño que habían encontrado en el yate y se zambullían en las aguas calientes del océano.
Al atardecer, Gersen llevó a Drusilla hacia la proa, absteniéndose de cualquier contacto íntimo que pudiera enfurecer a Viole Falushe, caso de que fuera testigo. Drusilla aparentaba no estar sujeta a tales trabas, hasta el extremo de que Gersen se sintió inquieto ante la sospecha de que la joven se había encaprichado con él. Gersen luchó contra sus instintos, débil como otro cualquiera ante las mismas circunstancias. Aun si acababa con Viole Falushe, ¿qué sucedería después? No había lugar para Drusilla en el severo futuro que le aguardaba. Pero la tentación existía. Drusilla, con toda su melancolía y sus súbitos estallidos de alegría, era fascinante...

Jack Vance "El palacio del amor"