viernes, diciembre 30, 2005

-¿Adónde vamos?
Navarth señaló al otro lado de la calle, a un local alargado y bajo un excéntrico tejado y adornado con luces verdes.
-Sugiero el Café de la Armonía Celestial, el lugar de cita de viajeros, hombres del espacio, vagabundos de los mundos exteriores y trasnochadores como nosotros.
Entraron, se abrieron paso hasta una mesa y Navarth ordenó al instante que les trajeran un mágnum de champán. El café estaba abarrotado: voces, estruendo y arrastrar de pies competían con una bulliciosa orquesta compuesta por pífano, concertina, eufonio y banjo; la clientela bailaba, saltaba, pataleaba y daba cabriolas al estilo de cada uno. Una barra algo elevada sobre el nivel de la planta ocupaba casi todo el ancho del local. Las siluetas de los hombres recostados contra el pasamano se silueteaban contra las luces verde y naranja de la barra. En las mesas de la planta se sentaban hombres y mujeres de todas las edades, razas, condición social y nivel de sobriedad. La mayoría usaban ropas europeas, si bien algunas exhibían vestimentas de otras regiones y otros mundos. Chicas de alterne serias y seguras de sí mismas iban de aquí para allá pidiendo bebidas, distribuyendo réplicas escabrosas y estableciendo citas. Los músicos cambiaron de instrumentos: laúd barítono, viola, flauta y tímpano, acompañados por un grupo de equilibristas. Navarth bebió champán con entusiasmo infatigable.
Zan Zu de Eridu paseaba la vista de un lugar a otro, sin que Gersen pudiera descifrar si lo hacía con interés, desasosiego o con cierta sensación de asfixia. Sus nudillos se blanqueaban cuando sujetaba la copa. Giró de pronto la cabeza y clavó los ojos en los de Gersen; sus labios esbozaron el fantasma de una sonrisa... o de una mueca de disgusto. Alzó la copa y bebió el champán.
El entusiasmo de Navarth había llegado a su punto culminante. Coreó la música, siguió el ritmo golpeando con los dedos en la mesa y trató de abrazar a una de las chicas, que lo esquivó con aire de hastío.
-La Huerta de la Vida produce un solo melón -canturreó Navarth-. Nadie conoce el color del corazón hasta que le quitas la corteza.
Gersen examinó las otras mesas. Navarth llenó su copa. ¿Y Viole Falushe? Como en respuesta a estos pensamientos, Navarth le agarró por el brazo.
-Está aquí.
Gersen se deshizo del ensueño.
-¿Dónde?
-Allí. En la barra.
Gersen escudriñó la hilera de hombres apoyados en la barra. Sus siluetas eran casi idénticas; algunos sostenían jarras, otros vasos.
-¿Cuál es Viole Falushe?
-¿Ve al hombre que está mirando a la chica? Sólo tiene ojos para ella. Está fascinado.
Gersen buscó entre las caras. Nadie parecía prestarles atención.
-¡Ella se ha dado cuenta! -susurró Navarth con voz ronca-. ¡Es más inteligente que yo!
Gersen miró a la joven, que parecía inquieta; sus dedos tamborileaban sobre el borde de la copa. Levantó los ojos hacia una de las formas indistintas. Cómo había intuido la dirección correcta era algo que estaba más allá de la comprensión de Gersen.

Jack Vance "El palacio del amor"