sábado, noviembre 12, 2005

Dundine fue relatando su historia de regreso al Oikumene, entre vacilaciones e imprecaciones, anécdotas y retazos fidedignos. Gersen consiguió extraer de todo lo dicho un relato aproximado.
Excitada por su recién adquirida libertad, Dundine habló con entusiasmo. ¡Por supuesto que conocía a Vogel Filschner! Le conocía muy bien. ¿Así que había cambiado su nombre por el de Viole Falushe? ¡Para no avergonzar a su madre! Aunque, de todos modos, la señora Filschner nunca había gozado de buena reputación, y nadie conocía al padre de Vogel Filschner. Había ido a la misma escuela de Dundine, dos clases por delante.
-¿Dónde fue? -preguntó Gersen.
-¡En Ambeules! -exclamó Dundine, sorprendida de que Gersen no conociera los hechos tan bien como ella.
A pesar de que Gersen conocía Rotterdam, Hamburgo y París, nunca había visitado Ambeules, un suburbio de Rolingshaven, en la costa oeste de Europa.
De acuerdo con los datos aportados por Dundine, Vogel Filschner siempre había sido un muchacho extraño e introvertido.
-Muy sensible -aseguró Dundine-. Siempre a punto de montar en cólera o de derramar lágrimas. ¡Nunca sabías lo que Vogel sería capaz de hacer! -Permaneció en silencio durante unos momentos, sacudiendo la cabeza ante los recuerdos que la asaltaban-. Cuando cumplió dieciséis años (yo apenas tenía catorce), una chica nueva entró en la escuela. Era muy hermosa... se llamaba Jheral Tinzy... ¡y Vogel Filschner se enamoró de ella!
Pero Vogel Filschner era sucio y desagradable. Jheral Tinzy, una chica sensible, le encontró repulsivo.
-¿Y quién podía culparla? -musitó Dundine-. Vogel era un chico extraño. Aún le puedo ver ahora, más alto que los de su misma edad, muy delgado, pero con el estómago y el culo redondeados. Caminaba con la cabeza ladeada, y lo observaba todo con sus ojos oscuros y ardientes. Miraban, vigilaban, jamás olvidaban un detalle..., así eran los ojos de Vogel Filschner. En honor a la verdad, debo decir que Jheral Tinzy le trató con crueldad; siempre se reía y se burlaba de él. Creo que arrastró al pobre Vogel a la desesperación. Entonces se lió con... ¡no recuerdo su nombre! Escribió poesías, extrañas y atrevidas. Decían que era ateo, apesar de que tenía protectores en las clases superiores. ¡Qué días tan lejanos, tan trágicos y tan dulces a la vez! Ah, si pudiera vivirlos otra vez cambiaría muchas cosas.

Jack Vance "El palacio del amor"