sábado, octubre 29, 2005

Gersen tomó alojamiento en el enorme Hotel Congreve, compró algunos periódicos y comió placidamente. La vida de la ciudad fluía ante sus ojos: hombres de negocios vestidos a la usanza antigua; aritócratas de Bonifacius que sólo pensaban en volver a su hogar; de vez en cuando un ciudadano de Cuthbert, identificable gracias a sus excéntricos atavíos y a su cabeza depilada. Los terráqueos exhibían con aplomo sus trajes oscuros y un aire indefinible de altivez... cualidad que los habitantes de los mundos exteriores consideraban tan intolerable como el propio término geocéntrico "mundos exteriores".
Gersen se relajó; la atmósfera de New Wexford era tranquilizadora. En todas partes se podían encontrar muestras de solidez, bienestar, ley y orden. Le gustaban las calles empinadas, así como los edificios de hierro y piedra que, después de mil años, ya no merecían el epíteto de "tímida extravagancia", un calificativo de los habitantes de Cuthbert.
Gersen había visitado previamente New Wexford. Dos semanas de discretas investigaciones habían señalado a un tal Jehan Addels, de la Corporación de Inversiones Transespaciales, como un economista de extraordinario talento. Gersen había llamado a Addels desde un videófono público, ocultando su rostro. Addels era un hombre de aspecto juvenil, delgado, expresión burlona y una calva prematura que no se había preocupado de cubrir con pelo regenerado.
-Soy Addels.
-Usted no me conoce, mi nombre carece de interés. Tengo entendido que trabaja para la Transespacial, ¿no?
-Correcto.
-¿Cuánto le pagan?
-Sesenta mil más un porcentaje de los beneficios -replicó Addels con toda tranquilidad, a pesar de que estaba hablando con un extraño que no mostraba su rostro-. ¿Por qué?
-Me gustaría contratarle para un trabajo similar por cien mil, más un aumento mensual de mil y una gratificación cada cinco años de, digamos, un millón de UCL.
-Una oferta aterradora -respondió Addels con sequedad-. ¿Quién es usted?
-Prefiero conservar el anonimato. Si insiste, concertaremos una cita y le explicaré todo cuanto quira. Lo único que necesita saber, en pocas palabras, es que no soy un criminal y que el dinero con el que va a operar no ha sido adquirido vulnerando las leyes de New Wexford.
-Hum. ¿A cuánto asciende la suma en cuestión? ¿Quién la avala?
-Diez mil millones de UCL en metálico.
-¡Dios...! -jadeó Jehan Addels-. ¿Dónde...? -Una sombra de irritación cruzó su cara y dejó sin terminar la frase. A Jehan Addels no le gustaba perder la compostura-. Es una cantidad exhorbitante de dinero. No puedo creer que haya sido amasada por los métodos convencionales.
-No he dicho esto. El dinero proviene de Más Allá, donde las convenciones no existen.
-Ni tampoco las leyes -sonrió fríamente Addels-. Ni los jueces. Ni los criminales. En cualquier caso, el origen de su riqueza no me concierne. ¿Qué es lo que desea con exactitud?

Jack Vance "El palacio del amor"