martes, octubre 25, 2005

Edelrod había dicho la verdad... era la gran noche de la cocina sarkoy. Sirvieron el primer plato: caldo de hierbas de pantano, de color verde pálido, bastante amargo, acompañado con tallos de junco fritos, ensalada de raíces de apio, arándanos y trozos de corteza negra picante. Mientras comían, unos porteadores sacaron cuatro postes a la terraza y los clavaron en unos huecos a propósito.
Vino el segundo plato: cocido de carne blancuzca con salsa de coral, muy sazonada, junto con unos platitos de jalea de llantén y jaoico cristalizado, una fruta local.
Alusz Iphigenia comía sin apetito; Gersen tampoco sentía mucha hambre.
El tercer plato consistía en bocaditos de pasta perfumada dispuestos sobre tajadas de melón frío, con un acompañamiento que parecían pequeños moluscos en aceite picante. Poco antes del cuarto plato, los criminales fueron conducidos a la terraza, donde permanecieron de pie parpadeando ante las luces. Iban desnudos, salvo por unos pesados cuellos abombados, unos voluminosos guantes y un exiguo taparrabos. Los ataron a los postes con unas cadenas de dos metros de largo.
-¿Éstos son los criminales? -preguntó Alusz Iphigenia con fingida indiferencia-. ¿Cuáles son sus crímenes?
Edelrod levantó los ojos por encima de la fila de cuencos que habían depositado frente a él, llenos de insectos triturados y cereales, conservas en escabeche, una materia incierta del color de las ciruelas y albóndigas de carne frita.
-Asm es el que traicionó a la cofradía. A su lado hay un nómada que cometió un delito sexual.
-¿Es posible que sucedan en Sarkovy cosas semejantes? -preguntó con incredulidad Alusz Iphigenia.
-El tercero arrojó leche agria sobre su abuela -prosiguió Edelrod tras dirigir una mirada de reproche a la princesa-. El cuarto deshonró un fetiche.
Alusz Iphigenia compuso una expresión de estupor. Esperó que Gersen hiciera algún comentario para saber si Edelrod hablaba o no en serio.
-Las ofensas parecen arbitrarias -dijo Gersen-, pero algunos de nuestros tabúes despiertan extrañeza en la gente de Sarkovy.
-Has dado en el clavo -manifestó Edelrod-. Cada planeta tiene sus propias leyes. Me asombra la falta de sensibilidad que exhiben algunas personas procedentes de otros mundos. La avaricia es un defecto común. En Sarkovy lo que pertenece a una persona pertenece a todos. ¿El dinero? Se reparte sin pensarlo dos veces. ¡Hacer gala de generosidad es una virtud muy estimada!
Miró a Gersen, que se limitó a sonreír.

Jack Vance "El palacio del amor"