sábado, octubre 15, 2005

Gersen examinó las caras una a una. Algunos de los hombres llevaban una cruz de Malta tatuada en la mejilla; uno de ellos exhibía dos.
-¿Su nombre? -le preguntó Gersen.
-Soy Edelrod. Conozco la ciencia de Sarkovy, su fama... historias extraordinarias. Haré que su visita se convierta en un deleite, un período de edificación...
-Veo que es usted un envenenador de categoría inferior.
-Es cierto. -Edelrod pareció un poco alicaído-. ¿Han visitado nuestro mundo en ocasiones anteriores?
-Durante un breve período.
-¿Viene para ampliar sus colecciones? Tenga por seguro, señor, que le guiaré hasta las más fascinantes gangas, auténticas novedades.
-¿Conoce al Maestro Kakarsis Asm? -preguntó Gersen en voz baja.
-Sí. Está condenado a cooperación.
-Entonces, ¿aún no ha muerto?
-Mañana por la noche.
-Bien. Alquilaré sus servicios, siempre que la tarifa no sea exhorbitante.
-Le cederé mis conocimientos, mi amistad, mi protección: todo por cincuenta UCL al día.
-De acuerdo. Nuestro primer deseo es que nos conduzca hasta una posada.
-Al instante.
Edelrod llamó a un desvencijado carricoche. Subieron y traquetearon hasta la Posada del Veneno, un edificio de tres pisos con paredes de madera y un tejado rematado por doce conos recubiertos de cristal verde. El gran vestíbulo desplegaba una grandeza de ruda magnificencia. Cubrían el suelo alfombras tejidas a mano en negro, blanco y escarlata; a lo largo de la pared se alineaban pilastras esculpidas en forma de figuras humanas de talle esbelto y rostros enjutos; de las vigas del techo colgaban plantas de hojas verdes y flores purpúreas. Ventanas de diez metros de altura se abrían sobre la Estepa de Gorobundur; al oeste se veía un pantano verdinegro, y al este un bosque sombrío. El comedor era una inmensa sala provista de mesas, sillas y aparadores de maciza madera negra. Alusz Iphigenia respiró aliviada cuando comprobó que los cocineros eran extranjeros, y que ofrecían seis variedades de cocina.

Jack Vance "El palacio del amor"