lunes, octubre 17, 2005

La vegetación se componía de la típica mezcla de Sarkovy: árboles, arbustos, cicadáneas, silicuas, hierbas de cien variedades. Las altas hojas eran en su mayor parte negras y pardas, a veces con manchas rojas. Las más bajas eran púrpuras, verdes y azul pálido. Edelrod animó el paseo con una discusión sobre las plantas que encontraban a su paso. Llamó su atención sobre un pequeño hongo gris.
-Ahí está el origen del doblus, un selecto y excelente veneno sólo fatal cuando es ingerido dos veces en una semana. Se alinea a este respecto con el mervan, que se infiltra en la piel y produce su acción letal sólo por exposición directa al sol. He conocido personas que por temor al mervan permanecieron en sus tiendas durante días y días. Fíjense en ese árbol que crece ahí al lado. -Señaló con el dedo un delgado pimpollo de corteza blanca y hojas amarillas redondas-. Algunos lo llaman el árbol de la buena suerte, otros el inútil. Es completamente inofensivo. Se pueden comer todas sus partes: hojas, tronco, médula, raíces, sin obtener otra cosa que una digestión más lenta de lo habitual. Hace poco uno de nuestros envenenadores montó en cólera ante tanta insipidez. Acometió un intenso estudio del árbol de la buena suerte y, al cabo de cierto tiempo, extrajo una sustancia de potencia inusual. Para que surta efecto debe disolverse en meticina y esparcirse en el aire como una niebla o una bruma. Así penetra en los cuerpos, causando primero ceguera, después entumecimiento y, por fin, parálisis total. ¡Piense en ello! ¡Antes inocuo, ahora un veneno útil y efectivo! ¿No es un tributo al esfuerzo y al ingenio humanos?
-Una hazaña impresionante -comentó Gersen.
Alusz Iphigenia guardó silencio.
-A menudo nos preguntan -prosiguió Edelrod- por qué persistimos en extraer nuestros venenos de las fuentes naturales. ¿Por qué no encerrarnos en nuestros laboratorios y sintetizarlos? La respuesta es que los venenos naturales, por su íntima asociación primitiva con los tejidos vivos, son más efectivos. Mire allí... ese pequeño reptil.
Una criatura parecida a un pequeño lagarto se acurrucaba bajo una hoja blanca y azul.
-Es un meng. De sus órganos se extrae una sustancia que puede pasar como ulgar o como furux. Pero cuando se vende como ulgar y se utiliza como tal, los síntomas son espasmos, automutilaciones de lengua y locura transitoria. Cuando se vende y usa como furux, sin embargo, los cartílagos de los huesos se disuelven y el esqueleto se derrumba como un castillo de naipes.
-Muy interesante, desde luego... Hum... ¿Qué sucede cuando la sustancia es vendida y utilizada como, pongamos por caso, agua?
-Un experimento fascinante.

Jack Vance "El palacio del amor"