lunes, julio 03, 2006

Gersen, haciendo penosos esfuerzos, se arrastró hasta la grieta y llegó a un punto situado a un metro por encima de la fisura. No había manera de descender. No podía ir hacia adelante, hacia arriba o hacia abajo. Tenía los dedos doloridos y las piernas entumecidas. Un metro... demasiado lejos para saltar; se rompería las piernas. Sobre el puente apareció un hombre pálido cargado de espaldas con una ancha cabeza húmeda y el pelo cano recogido en una melena. Vestía chaqueta blanca y pantalones negros. Fue la chaqueta blanca lo que llamó la atención de Gersen. Si el hombre alzaba la vista, si una piedra se desprendía y caía en el puente, Gersen estaría perdido... El hombre avanzó hacia la abertura, fuera de su campo visual. Gersen, como desafiando a la ley de la gravedad, dio un fantástico salto que le impulsó hacia el ángulo de la fisura. Flexionó las piernas, dobló las rodillas y se apretó contra la pared. Fue descendiendo centímetro a centímetro y salvó de otro salto los últimos dos metros. Se estiró, friccionó sus músculos doloridos y se deslizó hacia la puerta del oeste, por la que el hombre había desaparecido. Un vestíbulo de baldosas blancas, interrumpidas por zonas de cristal y puertas ocasionales, se adentraba cincuenta metros en el corazón de la montaña. El hombre cargado de espaldas estaba de pie junto a una de estas zonas acristaladas, mirando algo que había atraído su atención. Levantó la mano e hizo una señal. Desde algún lugar que Gersen no veía llegó un hombre corpulento de cuello fornido, cabeza estrecha, una mata de áspero cabello amarillo y ojos claros. Ambos miraron a través del cristal, y el hombre de ojos claros esbozó una sonrisa.
Gersen retrocedió. Consideró el pasillo que corría en dirección este y vio una sola puerta al final. Las paredes y el suelo eran de baldosas blancas. Lámparas vistosas derramaban luz de varios colores.
Gersen corrió a grandes zancadas hasta la puerta opuesta. Apretó el botón de apertura. No hubo respuesta. Buscó alguna forma de abrirla sin ningún resultado. El mecanismo se controlaba desde el otro lado. Podía considerarse esperanzador, desde el momento en que el hombre cargado de espaldas había hecho este mismo recorrido y sólo le quedaba la posibilidad de tratar con aquel que estuviera detrás de la puerta.
No debía llamar la atención, pero tenía que hacer algo y rápido. En cualquier momento uno de los dos hombres se acercaría, y no había dónde esconderse. Escudriñó la puerta con suma atención. El pestillo era magnético; la retracción era activada mediante electricidad. El escudo de armas estaba fijado a la hoja de la puerta con pasta adhesiva. Gersen rebuscó en sus bolsillos, pero no halló nada que le sirviera. Volvió de puntillas al vestíbulo, removió el primer soporte de luz que encontró y desarmó un adorno de metal acabado en punta. Regresó a la puerta, atacó la placa del escudo de armas, la soltó y descubrió el mecanismo del botón de apertura. Gersen estudió el circuito y con la punta de metal del adorno provocó un cortocircuito. Apretó el botón. La puerta se deslizó a un lado en silencio.

Jack Vance "El palacio del amor"