viernes, marzo 24, 2006

-¿Estan preparados?
-Necesito equipo para mi nave -dijo Gersen-. Y en cuanto a la propia nave..., ¿estará a salvo?
-Tan a salvo como si fuera un árbol; me ocuparé de ello. Si encuentra alguna irregularidad a su vuelta, pregunte por Rubdan Ulshaziz y pida una indemnización. ¿Qué le interesa de su nave? El Margrave pondrá a su disposición cuanto desee, incluidas nuevas vestimentas.
-Necesito mi cámara de vídeo. Quiero filmar algunas cosas.
-El Margrave le proporcionará un equipo, los modelos más sofisticados -indicó Rubdan Ulshaziz con un gesto afable-. Le gusta que sus invitados lleguen aliviados de equipaje, aunque le es indiferente su bagaje psíquico.
-En otras palabras, no estamos autorizados a llevar nuestras pertenencias personales.
-Exaco. El Margrave se ocupa de todo. Su hospitalidad es absoluta. ¿Ha cerrado, sellado y codificado su nave? Bien, de ahora en adelante son ustedes huéspedes del Margrave. Si son tan amables de acompañar a Fendi Zog...
Señaló al hombre con un brusco gesto de la mano. Zog inclinó la cabeza, y Gersen y Navarth le siguieron hasta una zona abierta al aire libre detrás el almacén. Allí había un coche aéreo de un diseño que Gersen desconocía. Lo mismo parecía sucederle a Zog. Se sentó ante los controles, probó un mando, después otro, mirando fijamente la disposición más bien extravagante de botones, asideros y sensores sónicos. Por fin, como hastiado de su incertidumbre, empujó un grupo de controles manuales. El coche aéreo despegó y pasó rozando las copas de los árboles. Zog se encogió sobre los controles y Navarth lanzó gritos de ira.
Zog consiguió hacerse con el control del vehículo; viajaron hacia el sur durante unos treinta y cinco kilómetros, atravesando los terrenos de cultivo y los cercados que rodeaban Atar, hasta un campo en el que aguardaba un último modelo Baumur Andrómeda. Zog se mostró de nuevo desorientado. El coche aéreo descendió en picado, cabeceó, se enderezó y frenó. Navarth y Gersen descendieron con la mayor prontitud. Zog les hizo señas de que se encaminaran al Andrómeda; subieron a bordo y la puerta se cerró a sus espaldas. Mediante el panel transparente que separaba el salón del compartimiento delantero vieron que Zog tomaba asiento ante los controles. Navarth elevó su protesta en voz alta. Zog les miró, descubrió unos dientes amarillentos en lo que podía tomarse por una sonrisa tranquilizadora y corrió una cortina. Un cierre magnético selló la puerta que comunicaba ambos sectores. Navarth se hundió en la consternación.
-Nunca es tan dulce la vida como cuando se pone en peligro. ¡Qué jugarreta la de Vogel, burlarse de su viejo preceptor!
Gersen señaló las pantallas de harpillera que cubrían las portillas.
-También quiere conservar el misterio.

Jack Vance "El palacio del amor"