jueves, marzo 23, 2006

El Pharaon se deslizó entre las primeras estrellas de Acuario; la Estaca, esa barrera invisible que separaba teóricamente el orden del caos, quedó atrás. El Grupo de Sirneste brillaba enfrente; doscientas estrellas como un enjambre de abejas luminosas que gobernaban planetas de todos los tamaños y características. Gersen localizó Miel con algunas dificultades, y luego Sogdian, el quinto planeta, de medidas y atmósfera similares a las de la Tierra, como la mayoría de los planetas colonizados. El clima era templado; el casquete polar tenía poca extensión; la zona ecuatorial mostraba amplias extensiones de jungla y desierto. El continente en forma de reloj de arena se distinguía en seguida, y el macroscopio no tardó en localizar la ciudad de Atar.
Gersen radió una petición de aterrizaje, pero no hubo respuesta, de lo que dedujo la inexistencia de tales formalidades.
Puso rumbo al planeta y Atar se hizo visible a los pocos minutos: una pequeña ciudad rosa y blanca que ocupaba una entrante del océano. El espaciopuerto funcionaba como en la mayoría de los mundos exteriores; en cuanto Gersen hubo aterrizado, dos oficiales se acercaron, le cobraron una tarifa y se marcharon. No había rastro de "Anticomadrejas", señal de que el planeta no era refugio de piratas, asaltantes o mercaderes de esclavos.
No había servicios de transporte público. Gersen y Navarth caminaron un kilómetro hasta llegar a la ciudad. Los habitantes de Atar, gente de piel oscura y turbantes también blancos muy complicados, les miraban con gran curiosidad. Hablaban un idioma incomprensible, pero a fuerza de repetir el nombre de Rubdan Ulshazis consiguieron saber la dirección del hombre que buscaban.
Rubdan Ulshaziz regenteaba una importante agencia de importación y exportación cerca del océano. Era un hombrecillo de piel oscura vestido con los habituales pantalones y turbante blancos.
-Caballeros, les doy la bienvenida. ¿Les apetece un ponche?
Les ofreció unas diminutas tazas de un zumo de frutas frío y espeso.
-Gracias -dijo Gersen-. Somos huéspedes del Margrave, quien nos recomendó venir a verle.
-¡Por supuesto, por supuesto! -Rubdan Ulshaziz hizo una reverencia-. Ahora les acompañarán al planeta donde el Margrave tiene su pequeña finca. -Rubdan Ulshaziz les obsequió con un guiño obsceno-. Discúlpenme un momento; daré instrucciones a la persona que les acompañará.

Jack Vance "El palacio del amor"