miércoles, marzo 22, 2006

El viaje prosiguió. Navarth era un compañero más bien molesto, exaltado en un momento y abúlico al siguiente. En una ocasión se vio afligido simultáneamente por claustrofobia y agorafobia, y se tumbó en un sofá con los pies descalzos y un pañuelo sobre la cara. En otra se sentó frente a la portilla y contempló el paso fugaz de las estrellas, gorjeando de asombro y júbilo. Luego se interesó por el funcionamiento del acelerador, y Gersen se lo explicó tan bien como pudo.
-El espacio/espuma es embutido en espiral dentro de un huso; los extremos acabados en punta perforan y disgregan la espuma, que carece de inercia; la nave en el interior de la espiral queda aislada de los efectos del universo; la fuerza más ligera la proporciona una incalculable aceleración. La luz se filtra a través de la espiral, con lo cual creemos ver pasar el universo.
-Hum -musitó Navarth-. ¿Cuán pequeñas pueden ser las unidades?
-Muy condensadas, supongo.
Gersen desconocía la respuesta correcta.
-¡Imagine! ¡Si se pusiera una en la espalda se haría invisible!
-A menos que la persona se sujetara firmemente. ¿Por qué no se ha hecho aún?
-El acelerador rompería la conexión; no valdría ningún tipo de sujeción.
Navarth discutió el punto en profundidad y lamentó su ignorancia previa.
-¡Si hubiera conocido antes este maravilloso ingenio habría podido idear una nueva y provechosa máquina!
-Hace mucho tiempo que se utiliza el acelerador.
-¡Pero yo no!
Navarth se retiró a meditar.

Jack Vance "El palacio del amor"