martes, marzo 21, 2006

Navarth embarcó en el Pharaon de Gersen con una mezcla de agitación y fatalismo. De pie en la sala, mirando a derecha e iquierda, habló con voz trágica:
-¡Por fin sucedió! ¡Pobre Navarth, arrebatado de su fuente de energía! Miradle ahora..., un saco de cansados huesos. Navarth. No elegiste bien tus compañías. Te hiciste amigo de huérfanos, criminales y periodistas; por culpa de tu tolerancia estás a punto de ser arrojado al espacio.
-Tranquilícese -dijo Gersen-. No todo es malo.
Cuando el Pharaon abandonó la atmósfera terrestre, Navarth emitió un sonido hueco, como si le hubieran clavado una astilla en el pie.
-Eche una ojeada al espaciopuerto -sugirió Gersen-. Vea a la vieja Tierra como nunca antes la vio.
Navarth inspeccionó la gran bola azul y blanca y reconoció a regañadientes que la vista era magnífica.
-Ahora la Tierra retrocede -dijo Gersen-. Nos dirigimos hacia Acuario; conectamos el acelerador y en un instante nos encontraremos aislados del universo.
-Es extraño -admitió Navarth acariciándose la barbilla-. Es extraño que, esta concha nos permita viajar hasta tan lejos. He ahí un misterio, capaz de empujar a alguien a la teosofía: al culto de un dios del espacio, o de un dios de la luz.
"La teoría disuelve el misterio, pero desentierra un nuevo y críptico estrato. Casi seguro que existe un sinfín de estas capas, misterio tras misterio. El espacio es espuma, las partículas de materia, nodos y condensaciones. La espuma cambia de forma incesantemente en proporciones variables; la actividad regular de estos minúsculos flujos es el Tiempo."
Todo esto es muy interesante. -Navarth se movió con cautela a lo largo de la nave-. Si hubiera seguido una temprana vocación habría llegado a ser un gran científico.

Jack Vance "El palacio del amor"