domingo, marzo 26, 2006

Recorrieron el sendero flanqueado por setos de altas varas negras con hojas escarlata en forma de disco, que vibraban y resonaban al soplar el viento. La ruta bordeaba una prominencia de esquisto negro y trepaba a una elevación empinada. Desde la cumbre divisaron un valle y una pequeña ciudad a sólo dos o tres kilómetros de distancia.
-¿Será eso el Palacio del Amor? -se preguntó Navarth en voz alta-. No es lo que yo esperaba..., demasiado pulcro, demasiado preciso... ¿Y aquellas torres circulares?
Las torres a las que se refería Navarth se elevaban a intervalos regulares en toda la ciudad. Gersen se limitó a insinuar que tal vez contenían oficinas o apartamentos, o que albergaban oficinas de la administración pública.
Mientras bajaban de la colina, un vehículo se acercó a gran velocidad... una plataforma bamboleante y ruidosa apoyada en colchones de aire. Una persona de semblante severo y adusto, que llevaba un uniforme de color pardo y negro, se ocupaba de los controles. Pronto descubrieron que se trataba de una mujer. Frenó el coche y les inspeccionó con mirada sardónica.
-¿Son ustedes los invitados del Margrave? Si es así, suban.
-¿No estaba previsto que vendría a buscarnos a la nave? A esto llamo ineficacia. ¡Nos hemos visto obligados a caminar!
-Suban, a menos que deseen seguir caminando -respondió la mujer con una sonrisa desdeñosa.
Gersen y Navarth obedecieron. Navarth hervía de indignación.
-¿Qué ciudad es ésta? -preguntó Gersen a la mujer.
-Es la Ciudad Diez.
-¿Y cómo se llama este planeta?
-Lo llamo el Mundo del Idiota. Los demás pueden llamarlo como les dé la gana.
Su boca se cerró como una trampa. Hizo girar el coche en redondo y siguió por el sendero. La carrocería se estremecía, y Gersen y Navarth debían sujetarse con todas sus fuerzas para no ser arrojados a la cuneta. Navarth rugió órdenes e instrucciones, pero la mujer aceleró todavía más y no disminuyó la velocidad hasta que entraron en la ciudad por una avenida a la sombra de los árboles; desde aquel momento condujo con extrema prudencia. Los habitantes de la ciudad dedicaban miradas de curiosidad a Gersen y Navarth. La única particularidad de la gente consistía en que los hombres llevaban la cabeza rapada como un huevo: cejas, cráneo y barba; las mujeres, por su parte, exhibían peinados muy complicados, con largas púas barnizadas y adornados, en ocasiones, con flores y otros objetos. Hombres y mujeres vestían prendas de corte y color extravagantes, y se movían con una peculiar mezcla de contoneo y timidez; hablaban con énfasis en voz baja, reían con fuertes carcajadas, se detenían repentinamente, miraban en todas direcciones y proseguían en el mismo tono.

Jack Vance "El palacio del amor"