jueves, septiembre 01, 2005

-Eso es un roehuesos. Es Kokor Hekkus. O Billy Windle. O Seuman Otwal. O Paderbush. O decenas de otros nombres. Y ahora ha llegado su hora. Kokor Hekkus... ¿recuerdas el ataque a Monte Agradable? He venido para darte tu merecido.
Kokor Hekkus se puso en pie lentamente, mirándole con la cara de la muerte.
-Una vez me dijiste que sólo temías a la muerte -dijo Gersen-. Ahora vas a morir.
Kokor Hekkus dio un respingo.
-Has vivido la más perversa de las vidas. Me gustaría matarte de forma que sufrieras el mayor de los terrores... pero me basta con que mueras.
Levantó el proyector. Kokor Hekkus lanzó un feroz chillido y se precipitó adelante con los brazos abiertos. Un chorro de fuego le detuvo para siempre.

Al día siguiente, el Senescal Uther Caymon fue ejecutado en público como asesor, títere, compañero y confidente de Kokor Hekkus. De pie en lo alto del cadalso increpó a la multitud:
-¡Estúpidos! ¡Estúpidos! ¿Sabéis durante cuánto tiempo habéis sido estafados, exprimidos y desangrados? ¿De vuestro oro, de vuestros guerreros, de vuestras mujeres más hermosas? ¡Doscientos años! ¡Ésa es mi edad, y Kokor Hekkus aún era más viejo! Envió contra los Guerreros Pardos a vuestros mejores, que murieron por nada; llevó a su cama vuestras doncellas más hermosas; algunas volvieron a sus hogares, otras no. ¡Lloraréis cuando sepáis lo mucho que gozaron! ¡Al fin murió, al fin muero yo, pero sois estúpidos, estúpidos...!
El verdugo tiró la palanca. La multitud contempló con ojos hundidos la figura que se balanceaba.

Alusz Iphigenia y Gersen paseaban por el jardín del palacio del barón Endel Thobalt. La princesa aún estaba pálida de horror.
-¿Cómo lo supiste? Lo sabías... pero ¿cómo?
-Lo primero que me hizo sospechar fueron las manos de Sion Trumble. Tomaba la precaución de andar de manera diferente a Paderbush, pero las manos eran las mismas: dedos largos, piel suave y lisa, pulgares estrechos rematados por largas uñas. Vi estas manos, pero no me di cuenta hasta que examiné de cerca a Paderbush. Sion Trumble evitaba mi encuentro. Sabía que no querías casarte con él, y me lo dijo. Pero sólo tres personas estaban al corriente: tú, yo y Paderbush, pues solamente lo confesaste en la fortaleza. Cuando escuché esta afirmación de labios de Sion Trumble miré sus manos y comprendí.
-Qué ser tan horrible. Me pregunto en qué planeta nació, quiénes fueron sus padres.
-Era un hombre bendecido y maldecido por su imaginación. Una sola vida no era suficiente para él; quería beber de todas las fuentes, saborear cada experiencia, vivir al límite. Creó una leyenda para cada una de sus personalidades. Cuando se cansó de Thamber volvió a los otros mundos habitados por el hombre... menos manejables, pero igualmente excitantes. Ahora está muerto.
-Y ahora más que nunca debo dejar Thamber.
-Nada me retiene aquí. Mañana nos iremos.
-¿Por qué mañana? Hagámoslo ahora. Creo... estoy segura... de que puedo guiarte hasta la nave. El camino que bordea Skar por el norte no es difícil; conozco el territorio.
-No es necesario quedarnos. Vámonos.

Jack Vance "Los príncipes demonio: La máquina de matar"